Capítulo 52

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A partir de ese día lo de agradecer se volvió un deporte olímpico llamado "Incomodar a Hamid". Si me ayudaba a levantarme, si me traía comida, si pedía al servicio del hotel que cambiaran las sábanas, o incluso si me pasaba un vaso con agua, cualquier momento era bueno para agradecerle con una frase como «Eres tan amable» «Qué dulce, Hamid, gracias» «¡Eres un sol!». Me causaba risa ver la expresión incomodad de Hamid cada vez que se lo decía, y se ponía molesto al ver que me reía. Aún así, continué con mi juego. Después de todo, Hamid era al único ser humano al que veía.

Pero al cabo de unos días de hacer los mimo, cuando le agradecí con suma amabilidad después de extenderme una colcha, él sostuvo la colcha con firmeza sin dejar que la apartara de sus manos, lo miré confundida, él se inclinó un poco y dijo:

—Vuelve a agradecerme una vez más y juro te besaré esos malditos y hermosos labios para cerrarte la boca— su tono fue áspero, pero sensual. No sabía si enojarme o ponerme roja como un tomate, pero una cosa era clara, el juego se había vuelto en mi contra, así que debía acabarse.

Luego sonrió pellizcando suavemente mi mejilla.

—Sólo bromeaba, bastarda. Debiste ver tu cara—y se alejó riéndose de mí.

Le eché una almohada a la nuca. Ese acto ya se había vuelto como una especie de marca registrada cada vez que me hacía enojar o me molestaba por cualquier cosa. Con el tiempo aprendió a esperar y detener la almohada antes de que lo golpeara, y entonces, le lanzaba otra.

Sin embargo, su visita no me molestaba en realidad, sino todo lo contrario. Me había acostumbrado a su compañía, a su presencia en la habitación, a lo familiar que era cuando me asistía a levantarme de la cama colocando mi brazo alrededor de su cuello, o cuando me ayudaba a cambiarme las vendas, o se quedaba un momento para hablar y entretenerme, aunque terminara con un almohadazo por sus constantes bromas de mal gusto. Y debía ser por el tiempo que pasaba encerrada y lo aburrido que era ocultarse de todos, pero la soledad sólo la sentía cuando se iba. Únicamente pasó conmigo las tres primeras noches que estuve en mi peor estado, luego de eso empezó a aparecer unas cuantas horas al día para asegurarse que tuviera todo y después desaparecía.

Cuando finalmente pude caminar sin tambalear y hacer todo por mi cuenta, comenzamos a mudarnos de habitación de hotel a otra; algunos de estos hoteles eran elegantes, otros eran baratos, la comodidad era lo de menos, lo importante era estar activamente moviéndonos para que el rey no me encontrara.

Hamid se mantenía al tanto de todo pasando tiempo en el palacio donde podía enterarse de los planes de su padre y la investigación de mi paradero. Por ello, a veces él llegaba muy apresurado, sin dejar que me arreglara y siquiera me lavara los dientes «Nos vamos ahora» decía, y tenía que obedecer, tomaba lo que podía y nos íbamos a otro sitio. Nunca permanecía en el mismo lugar por más de una semana, pero esos días de mudanza se convirtieron en los momentos más esperados por mí. Esconderme de todo y de todos era agotador. Sin embargo, Hamid me tenía estrictamente prohibido salir de la habitación sola.

Debo admitir que no fui muy obediente. Me tomé ciertas libertades cuando no estaba, pero me aseguré de disfrazarme bien antes; y aunque me dolió, un día corté mi amado cabello hasta los hombros. Ese día Hamid me encontró en una tienda cercana, estaba molesto de que hubiera salido y dejado una nota que decía "vuelvo pronto", pero cuando me vio su furia se disipó.

—¿Qué te hiciste?

—Un pequeño corte—le dije.

—¿Pequeño? —repitió mientras alzaba la mano y tomaba un mechón de mi cabello—. Yo no diría que pequeño.

—Tal vez así pueda salir un poco más.

Sus ojos se movieron del mechón a los míos con cierto pesar.

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