Capítulo 3

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Sentí un paño de... ¿agua? sobre mi frente. Abrí los ojos y toqué la parte húmeda. Era un trapo.

— ¿Estás mejor? —La voz del Infante me sobresaltó, haciendo que me levante de golpe.

Sentí una punzada de dolor en el estómago, así que bajé la vista. Unas vendas cubrían mi abdomen, encima de una tela suave.Espera. No llevaba mi vestido al completo. Solo quedaba la falda. Ahora llevaba una camiseta.Enrojecí, entre una mezcla de vergüenza e ira. ¿Por qué me había...?

—Ese maldito te ha lanzado un cuchillo directo al abdomen. —Lo miré. 

— ¿De dónde has sacado la camiseta y el paño? 

—Hojas y tierra. 

Vi cómo me quitaba el paño y lo mojaba en un lago, para luego volver a colocarlo sobre la frente. Observó que tenía las cejas hundidas.

—Tenías una temperatura corporal alta...

— ¿Qué me ha pasado? —Interrumpí. Quería más detalles, apenas me acordaba de algo.

—Tardé más en aparecer. No te desmayaste por la herida, incluso parecías más despierta —sonrió—, sino que se atrevió a hacerte tragar píldoras delsueño. No sé exactamente cómo te llegaste a tragar las pastillas.

Píldoras del sueño. Esas solo las usaban los guardias de la Realeza. Más de una vez las había visto, pero usadas en animales salvajes.Pero, ¿cómo sabía él que estaba ''despierta'' cuando me lanzó el cuchillo?Se hizo el despistado. El Infante lo vio todo. 

—Espera, lo he descubierto —dije, quitándome el paño—. ¿Has visto todo y, en vez de evitar que me dé esas pastillas, te has limitado a mirar? 

Chasqueó con la lengua.

—Mal. Fueron a por mí también. 

— ¿Cómo nos hemos escapado? 

No respondió mi pregunta. Se levantó y me dio la espalda. 

—Necesitamos llegar al palacio. —Sentenció. 

— ¿No se suponía que huíamos de ahí?

Silencio. Me quería entregar al rey. Todo el mareo que me ha dado para llegar hasta aquí fue para despistarme. No fueron a por él. Y ahora había arruinado su plan magistral con solo cuatro palabras.No planeaba huir. Mi vida era un juego sin salida; tarde o temprano acabaría muerta, y no podía seguir viviendo por los bosques. Me impulsé hacia arriba y me llevé una mano al abdomen al sentir una punzada de dolor. Me acerqué hasta él y me posicioné a su lado.

— ¿Cuándo partiremos? 

—No podemos ir andando, hay que esperar. 

— ¿A qué, exactamente? — Pregunté.

 —A que la luna brille.

No entendí sus palabras. La luna siempre brillaba, no con la misma intensidad que cuando estaba llena, pero lo hacía.Teníamos que esperar a la luna llena.

— ¿Cuándo ocurrirá la Luna llena?

 —No esperamos la Luna llena, Freya, sino la roja. 

—Estiradito, esa luna no brilla. 

— ¿Puedes parar de llamarme así, Correcaminos? — Sonreí con ironía.

—Nunca. Ahora dime, ¿a qué esperamos realmente?

Se limitó a asentir. Me volví a sentar, con las piernas estiradas. Aún así, seguía mirándolo a la cara. Siempre tan inexpresiva.Entonces, comprendí; tendríamos que esperar a que la luna roja brillase. No saldríamos jamás del bosque si esperábamos a ese suceso. La última luna de color fue hace quinientos años, ni siquiera yo fui capaz de presenciarla. Además, no solo tendría que aparecer, sino también iluminarse.

La TraiciónWhere stories live. Discover now