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(***)

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«Cero, uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece. Cero, uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece...».

Al despertar tan abruptamente, casi caí fuera de la cama.

Me tomé unos minutos para calmarme y me limpié las gotas de sudor de la frente. La ciudad podía llegar a ser muy calurosa, pero no fue solo la temperatura la causante de mi sudoración, sino también las pesadillas.

No paraba de soñar que Carter me arrancaba las uñas de los dedos de las manos. Al mismo tiempo, el inquietante sonido de una caja de música ambientaba la escena hasta que el tintineo de una campana me despertaba. Después me era imposible volver a dormir.

Coloqué los pies fuera de la cama. Le eché un vistazo a Nina. Dormía a gusto al igual que todos los demás en la ciudad. Después de tres años habían logrado acostumbrarse al calor. Yo no. Sentía que estaba a punto de hervir.

Cuando el reloj de La RAI diera las cuatro de la mañana, debía asistir a mi entrenamiento con Ligre. Del que en verdad temía era de mi entrenamiento con Carter. ¿Acaso Levi había decidido atacarme por los puntos más bajos solo por querer unirme al equipo? ¿Era así de cruel?

Sentí de nuevo la frente empapada. Supuse que un baño de madrugada refrescaría mi cuerpo acalorado y relajaría mis músculos adoloridos debido al ejercicio del día anterior. Al menos el agua que salía de las duchas estaría fresca, pero tenía unas locas ganas de lanzarme a la mismísima cascada.

Ventaja número uno de ser inmune: poder zambullirme en agua contaminada.

Desventaja número uno: exceso de ideas estúpidas.

Tomé mis cosas y salí de la cabaña sin hacer ruido. Afuera, los caminos estaban vacíos y envueltos en un profundo silencio mientras que las lámparas intentaban imitar la madrugada. Me dirigí sin prisa a los baños y pasé por vías que casi no reconocí al no estar abarrotadas de gente.

De pronto me detuve. Fue como si eso apareciera de repente, y no pude determinar si había pasado antes por ese mismo lugar. Pero ahora había algo nuevo, o quizás siempre estuvo ahí. Pero era nuevo para mí.

Era una cabaña. Estaba hecha de puro metal oscuro. No era grande, sino más pequeña que el resto. Pensé que el calor me hacía alucinar, pero era tan real como el suelo que pisaba.

De pronto la puerta de la cabaña se abrió. Estaba lo suficientemente lejos como para no parecer una fisgona y lo suficientemente cerca como para observarla con detenimiento, de modo que pude ver quién salía de ella.

Era Levi. Se detuvo de frente aun sin cerrar la puerta, como si estuviese diciendo algo hacia el interior. Entonces un delgado y pálido brazo femenino se extendió hacia él. Los dedos eran estilizados y las uñas muy largas. El comandante tomó la mano, se inclinó hacia adelante y dejó un beso sobre los nudillos de la persona desconocida, en un claro gesto de caballerosidad.

La puerta de la misteriosa cabaña se cerró, Levi se giró para irse y yo fui incapaz de mover un pie para ocultarme y que no me viera.

Avanzó hasta que nos encontramos frente a frente.

Ambos nos miramos con desconcierto.

—¿Qué haces despierta a esta hora? —me preguntó.

Fue inevitable no fijarme en lo rara que se veía la situación. Levi lucía muy informal. Tenía el cabello más despeinado de lo normal y había, no sé, algo muy extraño en él. Algo sospechoso. Algo que me causó una punzada de enfado.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora