17 - Viejas costumbres II

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Viejas costumbres II

ANA

La maldita Aiko siempre se las arregla para sembrar tensión en mi interior. Necesito relajarme por todo lo alto y desconectar de mis pensamientos intrusivos. El primer recreo no me bastó para hacerlo, pero exprimiré el segundo al máximo y sé cómo hacerlo.

Mientras los alumnos marchan al patio, yo me paro junto a la puerta de mi aula y saco mi teléfono. Por lo visto, Raúl me había enviado un par de mensajes para recordarme que me puede recoger. No es con ese pesado con quien pretendo hablar, pero sí le contesto que hoy estaré liada y que ya le avisaré cuando me apetezca quedar. Luego, busco en mi agenda el nombre de un viejo contacto, uno que bloqueé de nuevo en algún momento y que permaneció en el olvido.

Sandra, ¿dónde estás?

A esperas de la respuesta de esa chica que entierro y desentierro a mi antojo, alzo la vista y me percato de que la pequeña psicópata, que está plantada como un árbol en el pasillo, me observa con su divertida cara de pasmada. La muy idiota intenta disimular desviando la mirada hacia otro lado, pero peca al regresarla a mí casi al instante. ¿Cree que estoy ciega? ¿No tiene nada mejor que hacer que vigilarme?

«Mi Bruma», responde Sandra y agrega el emoticono de un corazón negro.

Yo: Contesta y deja las tonterías.

Sandra: Estoy procesando que me escribieras. Pero no soy una ilusa, quieres algo.

Yo: Bien, no has perdido del todo el contacto con la realidad. Necesito medicina, ya sabes a lo que me refiero. Líame uno. Te pagaré con propina por ahorrarme el trabajo.

Sandra: Mi Bruma no tiene que pagarme. Te invito. Te espero fuera para ir donde siempre.

Yo: Voy.

Tras guardar el teléfono, vuelvo a encontrarme con la mirada de Laura y, para colmo, miro hacia la oleada de estudiantes que viene de las aulas de segundo de bachillerato y mis ojos se conectan con los de Aiko. El estómago se me revuelve ante el aumento de trastornadas mentales en mi radar, por lo que me apresuro para alejarme de ellas.

***

—¡Ana! ¡Ana! —vocea Marta, que interrumpe la charla que mantenía con una chica al pie del primer piso para unirse a mí.

—Llevo prisa, Marta. —¿Captará que no estoy disponible para sus comentarios absurdos?

—¿Te aprieta la vejiga? —bromea—. Vamos al bar, te invito a merendar.

—Gracias, pero ya he quedado con alguien.

—¡Qué solicitada estás! Pronto tendrás una secretaria y tendré que pedirle cita para que me haga un hueco en tu apretada agenda... —El loro habla y yo acelero los pasos por las escaleras—. ¿Te enteraste? Lo de Laura y la oriental ya es oficial. Las vieron comiéndose la boca como si nada de camino al patio. ¡Qué par de zorras!

—¿Qué carrera querías estudiar? ¿Periodismo? Seguro que te convalidan algunas asignaturas porque hace tiempo que te graduaste de chismosa —le restriego como un pastel de gusanos en la cara.

—¡Madre mía! Si esa lengua es igual de hábil para todo... —Huelo una curiosa insinuación por su parte—. Te lo decía porque Laura es tu ex y pensé que te conviene saber cómo es para que no sientas lástima por ella ni te sientas mal por seguir adelante con tu vida.

—¡Qué considerada! —expreso con sarcasmo—. Marta, si no quieres que te mande a la mierda así de claro, deja de mencionarme a Laura. No me importa nada de ella ni lo que haga con su vida. Por mí, como si participa en una orgía necrófila en medio del patio.

La hermana de mi exnovio [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora