22 de agosto de 1868: El sótano del purgatorio.

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22 de agosto de 1868: El sótano del purgatorio.

El lejano murmullo de las olas del mar rompía el silencio, cobijando a un par de jóvenes en la soledad

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El lejano murmullo de las olas del mar rompía el silencio, cobijando a un par de jóvenes en la soledad. La luz danzaba contra las paredes, envolviendo las llamas de las antorchas como largos dedos ardientes. La oscuridad era interrumpida y fragmentada, rota, por ellas. Por su danza. Por su compañía.

Fue Bridget Jones quien abrió los ojos, y fue Joyland Jedenth quien la encontró en la oscuridad como un ligero rayo de sol en la profundidad del mar.

Sus celestes y  negros ojos se flecharon, y Bridget contuvo el aliento. Llevaba los cabellos amontonados y revueltos acariciando su espalda. Largos como solo solían ser ellos. Rojizos, como los de sus llamas.

Joy la miró un momento, sus labios temblaban y había lagrimas secas en sus mejillas, pero Bridget pretendió no darse cuenta de ello. Sabia que al demonio no le gustaba llorar, no frente a las personas. Y, por lo que vislumbró a simple vista, llevaba las ultimas horas llorando en el silencio de su recoveco.

Bridget se removió y descubrió que estaba recostada sobre el escritorio de piedra, sobre pergaminos arrugados y viejos libros polvorosos.

Frunció la frente y entonces aparecieron. Las cosas que por mucho tiempo la habían abandonado y había creído no regresarían jamás.

Pero ahí estaban.

Las letras danzarinas y centellantes de una vieja gaceta iluminando el techo oscuro. Encontró palabras, pero no pudo distinguirlas. Y lo intentó.
Encontró una fotografía de Joyland Jedenth sonriendo e incendiándose y luego la suya propia y Bridget profirió un grito ahogado.

Alzó un brazo y tentó en la penumbra y entonces sintió las lagrimas explotar tras sus ojos.

Joyland estaba ahí, la miraba en silencio, los ojos rojizos e hinchados y los cabellos largos y revueltos. Sus rizos le acariciaban los hombros y la pintura alrededor de sus ojos estaba borrosa.

Bridget entreabrió los labios y sus celestes ojos se unieron a los negros de Joyland.

—¿También las ves? —preguntó ella, apuntando el cielo con un tembloroso dedo.

Joyland dirigió sus ojos al techo y se encogió de hombros.

—No, pero sé a qué te refieres. Son tus números, cariño.

Brid lo entendió y sintió las lagrimas acariciar sus mejillas.

—No lo entiendo. Me habían abandonado.

—Tal parece que no es así. —susurró el joven.

Bridget se bajó del escritorio y se arrasó hasta Joy, quien estaba hecho un ovillo en la esquina de la habitación. Llevaba una bata blanca de dormir demasiado limpia. Descubrió que ella misma tenía una igual.

—¿Joy?

—¿Brid?

—¿Qué hacemos aquí? ¿No se suponía que estábamos con Klaus y Dem?

Joy contuvo el aliento. Sus labios estaban apretados, al igual que su mandíbula. Brid lo encontró estrujándose los dedos con nerviosismo. Sus negros ojos viajaron hacia las escaleras sin pensarlo. Brid hizo lo mismo.

—¿Joy?

Pero Joyland no abrió la boca. Brid comenzó a sentir un sudor helado cubriéndole la espalda.

—¡Joyland Jedenth!

Joy negó con la cabeza y Bridget se abalanzó contra la escaleras. El chico la sujetó con fuerza por las caderas e intentó todo cuanto pudo retenerla. Pero era Bridget, nadie podía hacer eso.

La joven se liberó de sus brazos y subió la escalera a trompicones.

—Brid, por favor, no es necesario. No lo es. Por favor, vuelve aquí.

Pero la joven no obedeció.

Brid sintió las ardientes lagrimas parar de golpe cuando sus filosos dedos encontraron el picaporte de la puerta despostillada. Su muñeca giró y la puerta se abrió.

Pero lo que encontró fuera no era para nada lo que esperaba.

Un muro de aguas cristalinas revoloteaba en el umbral, sin atreverse a entrar. Luces del agua flecharon sus ojos y Bridget sintió el conocido frío del infierno penetrar sus huesos. Contuvo el aliento.

El agua se removía, intranquila, como si quisiese tragarse a la joven.

Lo hubiese hecho, si un chico de rizos negros no hubiese cerrado la puerta de golpe.

—No lo hagas. Te dije que no lo hicieras.

—¿Dónde mierda estamos?

Joy la miró. Estaban ambos en medio de la escalera. Sus pechos se acariciaban y sus llamas celestes y escarlatas se unían en una vieja danza chisporroteante. Pero esto era diferente. El sentimiento era diferente. Los negros ojos de Joy encontraron los celestes de Bridget y sus mejillas palidecieron cuando el demonio abrió los labios.

—Estamos en el infierno, querida.

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