Capítulo 31

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Después de días, e incluso semanas, la imagen del cadáver de Evangeline seguía proyectándose en los sueños de Alexander. Recordaba a la perfección cómo apuntaba a su cabeza; su desfigurado rostro; y cómo la sangre le salpicaba tras apretar el gatillo. En todos sus sueños se repetía la misma secuencia de manera cíclica. Ya no sabía qué hacer para apartar esas imágenes de su cabeza, porque llegó a tal punto que no quiso cerrar los ojos porque si lo hacía, la veía a ella.

Lizz estaba muy preocupada por él, y se preguntaba mil veces qué hubiera pasado si lo hubiera detenido. Si era Evangeline la que sobrevivía y serían sus cadáveres los que estarían en el salón; o si hubiese habido alguna otra posibilidad de evitar aquella catástrofe. Ella estaba acostumbrada a lidiar con muchas desgracias, pero no con las consecuencias a nivel mental que traía cometer un asesinato. ¿Y si hubiese sido ella quien la hubiera matado?

Era la cuarta semana, y Alexander solo salía de la habitación para comer. No miraba a nadie a los ojos, ni siquiera a ella. Tampoco habían hablado de lo que había pasado.

Julian se enteró después de que Varian volviese a la base. Él se sorprendió, pero no le dio importancia al hecho, sino a los sentimientos de su compañero. Intentó pasar tiempo con los dos, pero Alexander rechazó todo tipo de contacto. No quería ver a nadie; quería estar solo.

—¿Y si le hacemos un regalo? —propuso Varian, sentándose enfrente de sus dos compañeros—. Tal vez lo pueda animar.

—Dudo mucho de que quiera salir para recibir un regalo —comentó Lizz, cabizbaja—. Ni siquiera me deja entrar en su cuarto.

Tanto Varian como Julian acabaron enterándose de que ambos habían estado bailando juntos, pero ninguno sacó el tema. Se acordaban perfectamente de cómo lo contó, del tono de voz que utilizó, uno entristecido y desgastado, y no quisieron molestarla más, porque ni ella misma estaba bien del todo para contarlo con detalles.

—Alex echa de menos su casa, o al menos la vida que tenía antes. Podemos convertir la base en un mini palacio. —La idea de Julian no era del todo mala, pero los demás se mostraron dubitativos ante su sugerencia. Él lo notó—. O bueno... ¿Por qué no pasamos un día fuera los cuatro juntos? ¿Os acordáis del sitio de las margaritas?

—Alex y yo hemos ido alguna que otra vez cuando necesitaba despejarse. —Varian se levantó y se sacudió la falda—. Puede que se niegue, pero le vendría bien. ¿Y si le llevamos también lienzos y pinturas, y lo dejamos pintar?

—¿De verdad crees que el principito va a tener ganas de pintar unas margaritas? —Lizz resopló, levantándose también—. Pues a ver quién es el guapo que lo va a sacar de la cueva.

—El guapo vas a ser tú. —Varian la señaló con el dedo—. Eres a quién más aprecia de aquí.

—Vale, pues vosotros abrid la puerta e id tirando. Coged una manta para el suelo, y lo que queráis.

***

Louise acabó quedándose aquella noche en el barco de Jade, y al día siguiente, en contra de su voluntad, tuvo que irse a casa de sus padres. El recibimiento no fue el mejor de todos, porque en cuanto la vieron entrar por la puerta, la bombardearon a preguntas: «¿Dónde has estado? ¿Con quién? ¿Cómo te atreves a pasar la noche con un desconocido?». Ella, por mucho que las respondiese de la manera más honesta posible, no la creyeron.

«Ya no eres una cría para irte con otros chicos por ahí. Tienes a tu prometido, y te tiene que bastar con él».

Esas fueron las palabras de su padre antes de recibir una bofetada. En ese momento, Louise quería gritar y devolvérsela, pero aguantó sus impulsos y asintió. Aunque, esa misma noche decidió huir de casa, y como no tenía otro sitio a donde ir, volvió al barco.

Mar de Cobre (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora