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Hacía tanto tiempo que no veía un lugar así, que le parecía irreal estar ahora allí.

Observó el pueblito, sus calles tan limpias y ordenadas, sin bullicio de la ciudad, y la verdad... Qué su espíritu se sentía más tranquilo.

—Buen día, estoy buscando la casa del carpintero. Garrelk es su nombre, su mujer se llama Bárbara ¿Sabe dónde viven?

—¡Oh sí! La chica Bárbara y su marido, ellos viven fueran del pueblo, en la granja de Don Cecilio —le explicó el anciano, señalándole un camino que iba hacía unas sierras—. Sus campos son los más alejados ¿Necesita un aventón, joven? Cerca del medio día irá a buscar un pedidos de huevos.

Observó al anciano y sonrió levemente.

—Sería de gran ayuda, gracias.

Y no es que Larkeis no pudiese caminar todo el tramo hasta la granja, pero llevaba un artefacto tan delicado consigo, que no quería exponerlo.

Esperó a que el señor se preparara para salir, y con cuidado se subió en la parte de adelante de la camioneta, llevando sobre sus muslos la caja.

—¿Eres pariente del marido de Barbarita? Tú no te ves de aquí tampoco.

—Sí, venimos del mismo lugar.

—Oh, ya veo. Sí, parece que vienes del mismo lugar, por aquí no se suelen ver tipos tan altos con sus características físicas —le dijo encendiendo el motor.

—He visto un par de personas altas cuando bajé.

—Pero no como ustedes. Vienes de las estrellas también, ¿no?

Larkeis observó desconcertado al señor, sin saber cómo reaccionar a eso.

—Disculpe ¿Qué acaba de decir?

—Ah, nada, nada, sólo delirios de este viejo loco —sonrió incómodo—. ¿Y a qué se dedica, joven?

¿Acaso Garrelk les había revelado su verdadera identidad? ¿A todo el pueblo?

—Soy militar, fuera de servicio en este momento.

—Entiendo ¿Y qué lleva en esa cajota? Si es que se puede saber, claro.

—Es... Algo que les servirá mucho a Garrelk y su mujer.

—Ahh ¿Eres él que trae la incubadora para los pollos? Cecilio me contó la semana pasada que había tenido problema con unos pollos.

—No, no es eso.

***

Fue casi una hora de camino en la que el anciano no cerró la boca un segundo, ya después de las preguntas de quién era y a qué se dedicaba, había seguido con contarle de su vida, sus hijos, su trabajo... ¡Larkeis ya no sabía cómo había aguantado tanto!

Bajó de la camioneta, ignorando lo que el tipo le decía y se dirigió a la casa que le habían dicho que era de Garrelk, ya que vivía en el mismo campo que sus suegros.

Y al momento de estar llegando, vio al alto general rubio, cargando varios troncos.

Al parecer, no lo habían desprovisto de su fuerza.

—General.

Se giró al escuchar aquello y observó sorprendido a Larkeis. Aún bajo aquel cuerpo humano, pudo reconocerlo.

—Larkeis ¿Qué haces tú aquí? —le preguntó sorprendido, antes de fruncir el ceño—. ¿Viniste por mí?

—No, claro que no, vine para ayudarte —pronunció con calma, enseñándole la caja que había bajado a sus pies—. Esto es para tu bebé.

—¿De qué hablas?

—Tú dejaste de comunicarte con nosotros, pero hay mucho de lo que no sabes. Qué tú mujer haya llegado hasta estas instancias con su embarazo, es realmente increíble. La probabilidad de que ocurriera, era de menos del veinte por ciento.

El general lo observó con el ceño fruncido, dejando de lado los troncos.

—¿Y para qué es eso que traes? ¿Qué es?

—Es una incubadora especial para el bebé. Nuestros científicos creen que los niños nacen con nuestras características físicas, es por eso que mueren... A las horas de nacer. Esto simula las condiciones de Kerlak.

—¿Pero lo probaron ya? ¿Saben si realmente funciona?

—Garrelk, tu hijo será el primero en probarlo, ya que los dos niños que nacieron antes, murieron.

El rubio respiró profundo y desvió la mirada.

—¿Qué hay de las humanas que parieron? ¿Ellas están bien?

—Sí, las humanas están bien, hasta ahora, ninguna ha fallecido. El problema lo tienen las criaturas, no ellas.

—Está bien, tráelo adentro.

Larkeis tomó la caja y lo siguió por detrás, entrando ambos a la casa.

—Bárbara, ya llegué —le anunció.

—Estoy en la habitación, amor —le dijo.

—Ven.

El castaño dejó la caja en el suelo, junto a una pared, y lo acompañó al interior de su hogar, entrando a la habitación matrimonial de ellos. En la cama, había una joven rubia acostada.

—Bárbara, él es uno de mis soldados, Larkeis es su nombre, vino aquí para ayudarnos con la criatura.

—Un gusto conocerlo, Larkeis —sonrió suavemente.

—Lo mismo digo, Bárbara. ¿Cómo te sientes?

—Bastante cansada, este pequeño ya no me deja estar de pie —sonrió acariciando su vientre—. Comienzo a sospechar que hay más de uno aquí adentro.

Larkeis miró a Garrelk, confundido.

—¿No se hizo nunca un control prenatal?

—No, no podíamos arriesgarnos a que vean a la criatura. No sabemos cómo es su apariencia física, quizás no luzca como humano.

—Ven un momento —le dijo serio, saliendo de la habitación.

—¿Qué ocurre?

—Somos incompatibles genéticamente con los humanos, es por eso que los embarazos son casi imposibles. La mayoría de los logrados, fueron aberraciones cromosómicas que terminaron en abortos. ¿Qué seguridad tienen de que su bebé esté sano?

—Porque ellos me lo dijeron cuando Bárbara quedó embarazada. Fue en el momento en el que me notificaron que debía volver para una nueva misión, en un planeta vecino. Yo no podía dejarla, ni quería hacerlo. Tengo la certeza de que mi hijo es sano por eso.

...

KerlakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora