Capítulo 19 "Tregua II"

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Esa noche, la vieja Academia de Música desbordaba de miembros de la sociedad que prestaban más atención al palco de los Hyuga que la opereta de Strauss.

En el transcurso del primer acto, Hinata permaneció rígida, sentada junto a su esposo, fingiendo interés en lo que ocurrió en el escenario hasta que le dolió el brazo por la fuerza con que sujetaba los anteojos de teatro.

Para regocijo de su hermana y estupefacción de la esposa, Naruto se había invitado a sí mismo al palco. Karin estaba a la derecha, con los ojos abiertos de asombro mientras contemplaba el deterioro esplendor de la sala decorada con terciopelo rojo y adornos dorados.

En la Academia sólo había dieciocho palcos, estrechos e incómodos, que habían sido construidos para dificultar el acceso de los neoyorquinos "nuevos" al teatro. En una ocasión el comodoro Vanderbilt, considerado el patriarca de los nuevos ricos, había ofrecido catorce mil dólares por uno de los palcos y cuando se lo negaron amenazó con construir su propio teatro, sólo para vengarse.

El palco de los Hyuga estaba sobre un extremo del escenario. El de la señora Mei Astor, "el poder silencioso", sobre el otro. Como de costumbre, la dama apareció a las nueve en punto llevando una peluca negra y chorreando diamantes. Alzó los anteojos para echar un vistazo y casi los tiró al ver que el palco de los Hyuga estaba ocupado. Sin necesidad de verla, Hinata supo descubrir que al quién ocupaba el palco opuesto los ojos de la matrona se desorbitaron.

Los muros de Jericó habían caído, el último bastión de la sociedad había sido invadido, y el último puerto seguro había caído en manos del enemigo. Ahora los irlandeses, algunos llegados hacían tan poco tiempo que aún no hablaban bien en inglés, estaban sentados con la mayor audacia en un palco, frente a la señora Mei Terumi Astor, como si toda la vida hubieran estado ahí. Hinata percibió el aleteo furioso del abanico de la dama, y tampoco dejó de percibirlo otras miradas ilustres.

-Nos están observando, ¿verdad, á mbúirnín ?

-Sí - Le murmuró a Naruto, irritada de que emplease el término afectuoso.

-Bien.

En la oscuridad, Hinata contempló ese perfil apuesto, tenso y desafiante. Estaba enfadada porque había hecho cambiar otra vez sus pertenencias también al dormitorio vecino, y porque estaba en el palco sin haber sido invitado. En ese momento Hinata no podía hacer nada, si bien supo que antes de que terminara la velada tendría un choque con su marido.

Menma, que era quien iba a acompañarlas en primera instancia, estaba ahora detrás de ellos con una acompañante: una actriz con el fantasioso apelativo de "señorita Evangelina de la Plume". Hinata se horrorizó al ver el vulgar vestido de la muchacha, de un color rosado chillón, con el escote más pronunciado que había visto. Sin duda, la mujer era bonita, en un estilo algo exagerado y llamativo, aunque se hacía evidente que ante los ojos de Menma los defectos de la muchacha se compensaban con sus curvas voluptuosas.

A Hinata le habían enseñado que era de mal gusto mirar a las personas, pero un par de veces durante el viaje en coche y durante la espera en el palco, no pudo evitarlo. Para empeorar las cosas, cada vez que la fascinante señorita la Plume descubría a Hinata observándola, retorcía los dedos en un supuesto ademán de timidez y lanzaba risitas cubriéndose con el abanico de plumas de avestruz teñidas de púrpura.

Al llegar el intervalo, Hinata no quiso mezclarse con la gente en el vestíbulo. Karin salió con Menma y con la señorita de la Plume colgada alegremente del brazo del joven. Cuando la muchacha se fue, Hinata la sacó con discreción y se preguntó cómo sería para que ese vestido sorprendente no se le cayera y la dejase expuesta a la vergüenza. Se volvió hacia Naruto y vio que la miraba. Con las luces de la sala encendidas Hinata comprobó que exhibía una sonrisa cínica.

Naruhina: Amor y Castigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora