Epílogo de La obra

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¡Hola, amores!

Espero que estén de maravilla. No pude terminar mis escritos el fin de semana, pero hoy sí y aquí les traigo una dosis para alegrarles más el lunes. Disfrútenla.

¡Un besote!

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Epílogo de La obra

LAURA

—¿A dónde vas? —me pregunta Beatriz, que sigue echando raíces en su asiento.

—Yo también tengo que ir al baño. —Me libro de ella sin darle mayores explicaciones.

Aiko no ha regresado y ya han pasado varios minutos desde que se marchó, o tal vez es mi percepción alterada la que me hace pensar que mi Ai está tardando una eternidad. Respiro mucha hostilidad en el ambiente, la suficiente como para preocuparme por su bienestar. Los adultos, sumidos en su atmósfera de ira, apenas razonan y han estado a punto de ajusticiar a Tomás con los puños en más de una ocasión. Prefiero asegurarme de que el descontrol no se haya extendido más allá de esta sala y haya perjudicado a mi Ai.

Cruzo por encima de varias sillas para rodear el nudo humano que obstruye el paso principal. Tras evitar la garganta de gente irritada, donde los violentos chillidos recrean un campo de batalla en pleno tiroteo y bombardeo, atravieso el muro de contención que bloquea la puerta y suspiro aliviada al huir de esa locura. Hay más padres y alumnos, que lucen consternados y exaltados, formando grupos pequeños por los pasillos, pero, al menos, el ambiente no es tan asfixiante como el de la sala de teatro.

Rumbo al baño, reparo en una niña que destaca por su congoja y su desamparo. En cuclillas, abrazando sus rodillas, en lugar de pasar desapercibida, capta mi atención. Debería ignorarla para buscar a mi Ai, pero, cuando me percato de que esa niña es Anaís, mi corazón bombea ternura.

—¿Estás bien? —Me agacho junto a ella y le froto una rodilla—. ¿Qué haces aquí sola? —Preferiría que nadie me vinculara con Anaís, pero puedo alegar que me acerqué a esta niña para auxiliarla en caso de que hasta mi propia Ai indagara al respecto. Después de todo, ella me mintió también.

—Laura —pronuncia la pequeña con flaqueza y sus ojos llorosos resplandecen—. No estoy bien. Tengo miedo.

—Tranquila, Anaís. —Acaricio su cabeza—. Estás a salvo, no te pasará nada.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes creer en las personas? —articula, conmocionada—. Quería apuntarme al taller de teatro, pero cuando vi lo del profesor Tomás... —Su cuerpo tiembla y su carita apenada y asustada me conmueve—. Recordé a Ricardo y me puse muy ansiosa. Tomás también habría intentado... tocarme. Creí que me calmaría después de lavarme la cara en el baño, pero estoy peor. Me quedé sin aire en cuanto salí de ahí, como si me ahogara.

—Ni Ricardo ni Tomás te harán daño, te lo prometo. —Siento lástima por Anaís. Ella es mi versión sana e inocente, y me afecta que sufra por culpa de esos degenerados porque deseo que viva esta etapa de su vida con la felicidad y la seguridad que yo no tuve. Ojalá pudiera borrar de su memoria esta página gris de su vida—. Ellos se pudrirán en la cárcel y tú vivirás feliz. Las personas son acertijos que nunca llegas a descifrar del todo. Incluso cuando creas que has resuelto su enigma, descubrirás que poseen más de una cara. Aun así, hay gente buena en este mundo, niñas dulces como tú. —Le pellizco el moflete con gentileza. Lamentablemente, la creencia de que las personas buenas como ella son las víctimas de las aprovechadas habita en mi mente aún, pero no quiero contaminarla con mi paranoia. Quiero que siga teniendo la fe en las personas que tanto me ha costado tener y que ahora mismo se tambalea en una cuerda floja—. A medida que crezcas, aprenderás a discernir las personas buenas de las malas. Rodéate siempre de aquellas que velan por ti y te hagan sentir bien. Aunque yo solo exista en nuestro plano dimensional oculto en las sombras, siempre seré de las que velarán por ti.

La hermana de mi exnovio [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora