Familia

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 La luz rosada que entra en la habitación consigue que me despierte,
aunque con bastante pereza. He dormido mucho y eso, por desgracia,
no me sienta nada bien.
Salgo de mi habitación arrastrando los pies, con el camisón celeste
de seda que me llega por encima de las rodillas y el pelo alborotado.
Llego al patio trasero con la esperanza de encontrarme a Micah o a
Eliana, pero no les encuentro por ningún lado. El jardín tiene un tono
verde muy llamativo que baña toda la zona trasera de la casa con la
altura justa para que te llegue casi a la rodilla, haciéndote cosquillas
cada vez que paseas por encima.
Seguramente Micah y Eliana sigan en el Centro de Investigación
trabajando en algo nuevo. Nunca me han dejado entrar con ellos allí ni
me han hablado mucho de lo que hacen, sólo que tienen el deber de
investigar el espacio exterior que es algo así como más mundos como
el nuestro pero con diferentes especies, algunas buenas y otras no
tanto.
Cuando llegue el momento de elegir mi camino me gustaría elegir
el mismo trabajo que ellos. Investigar el espacio y sus mundos, saber
cómo son las otras especies y si ellos nos conocen a nosotros. Me
encantaría salir con Micah y Eliana en alguna investigación, pero eso
por ahora no ha sido posible. Desde que tengo uso de razón me han
dejado sola dos veces para visitar un mundo que desconozco y nunca
me han traído algo de ese sitio o me han hablado sobre él.
No sé por qué me importa tanto que no me hablen de esos lugares
tan secretos, así que intento no dejarles ver que me molesta.
Desde pequeña he sabido que soy diferente a los demás, y no hablo
sólo por el aspecto, pero siempre he pensado que por ese motivo no
me tratan como me gustaría. Excepto Micah, él siempre me ha tratado
diferente cuando estamos solos. Sin duda es algo que también llegó a
molestarme cuando era pequeña, pero aprendí que la vida era así de
dura y la única rara era yo, así que tuve que aprender a ser igual que
los demás por mucho que me disgustase.
De pronto, el sonido de una puerta dentro de casa me saca de mis
pensamientos, así que me giro sobre mis talones y camino hasta la
cocina, donde me encuentro a Eliana. Está de espaldas a mí, lo que me
deja ver su perfecto pelo liso que roza sus hombros. Lentamente se
gira y me mira fijamente a los ojos sin ningún tipo de expresión en el
rostro.
–Valeria, no sabía que ya estabas despierta. ¿Has descansado
suficiente? –la misma pregunta de cada día.
–Sí, creo he dormido demasiado.
–Excelente, yo voy ahora a descansar. Micah se quedará despierto
mientras yo descanso. Él está trabajando así que, ya sabes, no le
molestes, ¿de acuerdo? –asiento como hago siempre, acostumbrada–.
Genial.
Me adelanto hasta la nevera para coger algo de comer, pensando
que ya se habrá ido de la cocina, pero me equivoco.
–Por cierto, cuando haya descansado tenemos que hablar. Micah y
yo tenemos que contarte una cosa importante –y se va sin decir nada
más, dejándome con la incertidumbre de qué será eso que quieren
decirme.
No sé por qué me siento así de nerviosa de repente, pero necesito ir
a hablar con Micah e intentar sacarle información.
Antes de ir en su búsqueda decido sacar algo de comida de la
nevera y me siento en la mesa de cristal que tenemos en el centro de la
cocina. Como siempre, la foto de Micah y Eliana me observa desde el
centro de la mesa. Ambos salen serios y sus brazos apenas se rozan,
como si fuesen completos desconocidos. ¿Se supone que así debe ser
cuando conoces a la persona con la que pasarás el resto de tu vida?
Cuando era pequeña pasaba horas mirando esa foto a escondidas,
me parecía extraño ver lo poco que me parezco a ellos. Me fijaba en el
color oscuro de su pelo y el color amarillo del mío; en sus ojos de
diferente color de azul y verde y los míos verdes los dos. Lo peor es
saber que todo el mundo es igual a ellos en aspecto y ser la única
diferente. Al menos tengo las gafas que me regaló Micah para pasar
desapercibida entre los demás para poder esconder el color de mis
ojos y no llamar más la atención.
Termino de comer y vuelvo a mi habitación para ponerme un
vestido corto de color blanco con flores amarillas. Me arreglo el pelo
con el cepillo y cuando estoy lista salgo de casa por la puerta trasera
del jardín. El trabajo de Micah y Eliana se encuentra al fondo del patio
trasero que tenemos, así que salgo decidida y camino por el largo
camino de piedras que me lleva hasta la puerta principal del Centro de
Investigación. Una vez allí pulso el botón triangular que está al lado
de la puerta y, tras un rato corto de espera, la voz de Micah se hace
oír.
–Valeria, ¿querías algo?
Miro a la cámara que hay justo encima de la puerta y le saludo con
una mano y una gran sonrisa.
–¡Hola! Eliana se ha ido a dormir y he pensado en hacerte una
visita. ¿Estás muy ocupado?
–Valeria, sabes que no puedes entrar aquí –su respuesta hace que
agache la cabeza por su rechazo, siempre me molesta que me diga que
no puedo entrar–. Está bien, ¿quieres que demos un paseo?
Bueno, supongo que algo es algo. Sólo espero que Eliana no se
entere de que he venido a molestar a Micah.
–Vale, te esperaré aquí.
Me aparto de la entrada y me siento sobre una roca grande que hay
al lado, donde me he sentado miles de veces esperando que Micah o
Eliana salieran para estar conmigo cuando me sentía muy sola.
Me han explicado una infinidad de veces que es imposible que me
sienta así de mal porque nadie en el mundo siente nada, así que tengo
que ser fuerte y valerme por mí misma, pero lo cierto es que me siento
mal cada día que pasa y me siento cada vez más sola. Me decían que
era porque aún era una niña pequeña y tenía que aprender y sí he
aprendido, pero he aprendido a callarme lo que siento para que crean
que soy como ellos.
Después de un largo rato, cuando estoy segura de que Micah se ha
olvidado de mí, me levanto preparada para irme de vuelta a casa
cuando escucho la puerta abrirse. Giro mi cuerpo con rapidez hasta
ese sonido tan familiar y veo a Micah salir con el pelo largo sujeto en
una coleta baja, como siempre. Cuando sale pulsa unos botones en
una caja que tienen al lado de la puerta para que nadie pueda entrar y
camina hasta mí por el camino de piedras.
–¿Entonces has descansado suficiente? –pregunta cuando
acomodamos nuestros pasos al mismo ritmo de camino a casa.
–Sí, he dormido mucho. Oye, Micah, ehm... –las palabras se me
agolpan en la boca sin saber cómo sacarlas, pero lo mejor será soltarlo
sin pensar–. Eliana me ha dicho que teníais que hablar conmigo de
algo.
–Es verdad –responde sin más.
Llegamos a casa donde cojo mis gafas de sol y salimos por la
puerta principal para dar el mismo paseo de siempre. Todo a nuestro
alrededor son pequeñas casas como la nuestra con campo alrededor,
mucho campo. Todo está lleno de hierba y algunas piedras haciendo
caminos como las que tenemos nosotros en el patio trasero. El color
verde claro de cada casa siempre consigue que me tranquilice y me
sienta mejor, como si estuviese pensado para transmitir paz.
–¿Podrías decirme de qué se trata? –suelto una vez más sin
pensármelo dos veces.
Micah me mira con un gesto molesto, lo que me hace entender que
no puedo ser así de curiosa, pero lo cierto es que no lo hago
queriendo.
–Eliana te dijo que lo haríamos juntos, ¿verdad? –asiento–. Pues
deberás esperar.
Resoplo y pongo los ojos en blanco. Siempre son tan serios...
–Está bien.
Mientras caminamos me fijo en la familia que vive a nuestro lado,
les conozco desde que era pequeña. Oleg y Aziz son dos hombres con
muchas arrugas en el rostro que viven solos desde hace mucho
tiempo. Lo cierto es que me da pena verles solos, trabajando todo el
día en cuidar los campos de los alrededores, pero es la vida que
eligieron, así que supongo que no será tan malo para ellos.
Cuando pasamos por su lado decido saludarles y dedicarles una
gran sonrisa, ya que, al igual que Micah y Eliana, están serios todo el
tiempo.
–¡Hola!
–Hola Valeria –contesta Aziz desde el jardín delantero, esperando
a que Oleg coja las herramientas de trabajo necesarias que se
encuentran al lado de la puerta principal.
Continuamos caminando en silencio y veo a los demás vecinos
sumergidos en sus tareas de siempre, acostumbrados a repetir una y
otra vez el mismo trabajo. Siempre me pregunto si seré capaz de
llevar la misma vida que ellos, pero supongo que cuando llegue la
hora lo sabré y tendré que aceptarlo como han hecho los demás.
–¿Quieres que hablemos sobre lo que estás pensando, Valeria?
Otra vez con lo mismo de siempre, aunque pensaba que las
conversaciones de mis pensamientos ya se habían terminado.
–Sólo estaba pensando en los trabajos de cada familia. Estoy
deseando que llegue mi momento de elegir. Cuando pueda, entonces...
–Ya hemos hablado del tema –dice de repente, cortándome en lo
que iba a decir–, no puedes elegir nuestro trabajo. De eso nos
encargamos nosotros y es suficiente. Tendrás que elegir otra cosa.
¿No te gustaría cuidar los campos? Estarías al aire libre y podrías
conocer a más vecinos. Oleg y Aziz te podrían enseñar muchas cosas
sobre el tema.
–¡Pero yo quiero trabajar con vosotros! –Levanto la voz más de lo
necesario sin querer y Micah me mira sorprendido–. Quiero conocer
el espacio y saber todo lo que vosotros conocéis. Por favor, Micah...
–Valeria, basta.
Micah para en seco y me mira seriamente, haciendo que tiemble de
rabia. Frunzo el ceño molesta por la misma situación de siempre,
debería poder elegir lo que quiero hacer con mi vida, ¿no? Al menos
es lo que ellos hicieron cuando les llegó el momento, ¿por qué yo no?
Le lanzo una mirada asesina y me doy media vuelta, corriendo de
vuelta a casa sin mirar atrás. Estoy aburrida, cansada, ¡harta! No
aguanto más esta sensación tan rara que tengo en el pecho, como si
me oprimiese el corazón desde dentro.
Entro en casa llena de rabia y corro por el largo pasillo hasta la
puerta de mi habitación donde me encierro, cerrando con fuerza la
puerta. Sé que Micah no vendrá a buscarme, pero quiero estar sola y
lejos de ellos aunque lo único que nos separe sea una puerta.
Me siento en el suelo con las piernas pegadas al pecho y la espalda
pegada al borde de la cama. Aprieto con fuerza el colgante que me
acompaña desde pequeña alrededor de mi cuello y escondo la cabeza
entre las piernas.
Nunca he sabido qué es exactamente, pero siempre me ha
tranquilizado. El colgante es redondo y pequeño con números dentro y
unas especies de agujas diminutas dentro. No tiene ninguna utilidad,
pero es precioso. Su color me recuerda al tronco de los árboles y por
dentro brilla de una manera especial. También creo que tiene algo más
por dentro por cómo pesa, pero nunca he sabido si es cierto o de qué
forma se podrá abrir. Micah me dijo una vez que era un colgante sin
más, pero nunca he creído esa opción.
Más tarde, cuando estoy más tranquila, me pongo en pie, me
coloco bien el vestido y salgo de nuevo de mi habitación. No escucho
ruidos por la casa, así que seguramente Micah haya vuelto a su trabajo
y Eliana seguirá durmiendo. Lo mejor será salir a dar un paseo y
olvidarme de todo lo demás.

Después de un buen rato andando llego a donde terminan las casas
en las que vivimos junto a nuestros vecinos. Desde ahí puedo observar
los árboles altos y majestuosos y las flores de miles de colores que
hay a mi alrededor. Me quito los zapatos blancos y los sujeto con una
mano mientras camino por encima de la hierba, sintiendo el campo
con todo mi ser. Respiro hondo mientras avanzo hasta el árbol más
alto y, como he hecho siempre, me siento bajo él con los ojos
cerrados.
Estoy tan relajada que no me doy cuenta de que alguien ha llegado
a mi lado hasta que escucho su voz.
–Valeria.
Doy un brinco sobresaltada y veo a Micah observándome desde
arriba, con las manos sujetas por detrás de su espalda con una pose
tranquila, pero tan recto y tan serio como siempre.
–¿Qué? –contesto con pocas ganas y la mirada fija en él.
Micah se agacha hasta quedar sentado a mi lado, con las piernas
rectas por delante de su cuerpo.
–He estado pensando en lo que hemos hablado y ya falta poco para
que decidas tu camino. Voy a llevarte a que visites los trabajos que
puedes elegir para que veas que los demás también pueden ser
perfectos. Creo que si los ves con tus propios ojos y conoces a sus
trabajadores podrás encontrar el adecuado con más facilidad.
–Si tú lo dices...
–Valeria, tienes que dejar de comportarte así. Te llevaré a que
conozcas los trabajos y cambiarás de idea, hazme caso.
Asiento con la cabeza mientras acaricio con las yemas de mis
dedos las flores que tengo a mi lado de diferentes colores: rosas,
moradas, anaranjadas, azules...
–¿Alguna vez me contaréis lo que hay en el espacio? –susurro, más
para mí que para él.
–Ya sabes lo necesario. Todo ahí fuera es oscuridad y silencio,
como cuando duermes.
–¿Igual que cuando dormimos? Entonces, ¿también hay algo que
se parezca a los sueños? –le pregunto con cautela, no quiero que deje
de contarme esos pequeños detalles que tanto me gustan.
–Bueno, los mundos serían los sueños. Pero sólo es una metáfora,
no lo entiendas mal.
–Por eso hay mundos malos y mundos buenos, como los sueños.
–Exactamente.
Nos quedamos en silencio, pero ya no tengo esa opresión en el
pecho que tenía antes cuando salí corriendo de él. Me gustan estos
momentos en los que Micah me cuenta algún secreto a escondidas sin
que nadie más lo sepa.

Cuando veo que a Micah se le comienzan a cerrar los ojos
decidimos volver a casa. Cuando llegamos Eliana ya está despierta y
perfectamente arreglada, como si no hubiese ido a dormir en ningún
momento. Está sentada en la mesa de cristal con un vaso de jugo
vitamínico y la seriedad de siempre acompañando su cara.
–¿Dónde estabais? Has perdido tiempo de trabajo, Micah. Y tú –
dice mirándome a mí fijamente–, no deberías haberle molestado. Te
avisé de que estaba ocupado.
Abro la boca para disculparme, pero Micah se me adelanta.
–No es su culpa, yo salí a buscarla para hablar con ella. Estuve
pensando en su futuro y he decidido que debería conocer los demás
trabajos para que pueda elegir el que prefiera, ya que pronto tendrá
que hacerlo.
–Ah, pues en ese caso... Buena idea.
Eliana se levanta de la mesa de cristal y avanza por la cocina hasta
dejar su vaso sobre la mesa de limpieza. Por el rabillo del ojo puedo
ver a Micah adelantándose hasta la puerta de la cocina, así que antes
de que se vaya decido sacar el tema.
–Por cierto, ¿qué era eso que queríais decirme?
Eliana se da la vuelta y mira a Micah fijamente. Puedo ver, por
primera vez, cómo frunce ligeramente el ceño antes de volver a poner
su impecable gesto de siempre. Micah baja la mirada hasta el suelo y
se adelanta hasta Eliana, de ese modo les tengo a ambos justo delante
de mí.
Micah abre la boca, dispuesto a hablar, pero unos golpes en la
puerta de la entrada rompen el silencio incómodo que se estaba
creando en la cocina. De pronto una voz masculina que nunca había
oído se escucha por toda la casa.
–¿Hay alguien ahí? 

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