PERCY LIV

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A la mañana siguiente, Percy, Hazel y Frank desayunaron temprano y se dirigieron a la ciudad antes de la hora señalada para la sesión del senado. Como Percy había sido nombrado pretor, podía ir prácticamente adonde le viniera en gana y cuando le viniera en gana.

De camino, pasaron por delante de las cuadras donde estaban durmiendo Tyson y la Señorita O'Leary. Tyson roncaba sobre un lecho de heno al lado de los unicornios, con una expresión de felicidad en el rostro como si estuviera soñando con ponis. La Señorita O'Leary se había tumbado boca arriba y se había tapado los oídos con las patas. En el techo de la cuadra, Ella dormía posada en un montón de viejos pergaminos romanos, con la cabeza metida debajo de las alas.

Cuando llegaron al foro, se sentaron junto a las fuentes y observaron como salía el sol. Los ciudadanos ya estaban atareados recogiendo imitaciones de pastelitos, confeti y gorros de fiesta de la celebración de la noche anterior. El cuerpo de ingenieros estaba trabajando en un nuevo arco que conmemoraría la victoria sobre Polibotes.

Hazel comentó que había oído que les iban a dedicar un triunfo formal—un desfile alrededor de la ciudad seguido de una semana de juegos y celebraciones—, pero Percy sabía que no tendrían ocasión de disfrutarlo. No tenían tiempo.

Percy les explicó el sueño en el que había aparecido Hera.

Hazel frunció el entrecejo.

—Los dioses debieron de estar ocupados anoche. Enséñaselo, Frank.

Frank metió la mano en el bolsillo de su abrigo. Percy pensó que sacaría su trozo de madera, pero en lugar de ello extrajo un fino libro en rústica y una nota escrita en papel rojo.

—Estaban encima de mi almohada esta mañana—se los pasó a Percy—. Como si me hubiera visitado el Ratoncito Pérez.

El libro era El arte de la guerra, de Sun Tzu. Se imaginaba quién lo enviaba. La carta decía: "Buen trabajo, hijo. La mejor arma de un hombre es su mente. Este era el libro favorito de tu madre. Léelo. P.D.: Espero que tu amigo Percy ya me haya recordado".

—Hmph—Percy le devolvió el libro, con una ligera sonrisa—. Ares, tan ridículo como siempre. Me sorprende que no se haya caído mientras dejaba el libro, despertando a toda la cohorte.

Frank hojeó el libro.

—Aquí se habla mucho del sacrificio y de ser consciente del precio de la guerra. En Vancouver, Ares me dijo que tendría que anteponer mi deber a mi vida o la guerra daría un vuelco. Yo creía que se refería a liberar a Thanatos, pero ahora... No sé. Sigo vivo, así que a lo mejor lo peor todavía está por llegar.

Se volvió nerviosamente hacia Percy, y a Percy le dio la impresión de que Frank se estaba callando algo. Se preguntaba si Ares le había dicho algo sobre él, pero no estaba seguro de querer saberlo.

Además, Frank ya había renunciado a bastantes cosas. Había visto incendiarse el hogar de su familia. Había perdido a su madre y a su abuela.

—Has arriesgado la vida, rey de los hombres—dijo Percy—. Estuviste dispuesto a consumirte para salvar la misión. Nadie puede aspirar a más.

—Tal vez...—dijo Frank poco convencido.

Hazel apretó la mano de Frank.

Esa mañana parecían más cómodos el uno en presencia del otro, no tan nerviosos ni inquietos. Percy se preguntaba si quizá habían empezado a salir. Esperaba que así fuera, pero le pareció mejor no preguntar.

—¿Y tú, Hazel?—preguntó Percy—. ¿Alguna noticia del hermano Hades?

Ella bajó la vista. Varios diamantes brotaron del suelo a sus pies.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoWhere stories live. Discover now