Capítulo III

2.5K 303 29
                                    

Max permaneció inmóvil, mirándolo con una expresión tan indescifrable que Sergio casi perdió el valor y volvió a su habitación. A su suite, en realidad, decorada en tonos suaves, la más lujosa que había visto nunca.

El precioso cuarto de baño tenía una ducha de vapor y una bañera lo bastante grande para dos personas.
Entre el baño y el dormitorio había un saloncito y fuera, el jardín, frente al mar, un jacuzzi.

Un oasis de tranquilidad y, sin embargo, Sergio no era capaz de encontrarla. Desde que entró a la casa se sentía embargado por una sensación desoladora. Se sentía vacío, solo.

Algo horrible había ocurrido allí, algo que iba más allá de un matrimonio con problemas. Y la sensación de que había ocurrido una tragedia, algo que no quería contemplar si quiera, lo perseguía. Aquella villa espectacular ocultaba un terrible secreto y Sergio estaba decidido a descubrirlo. Y quisiera o no, su marido tendría que revelarselo.

-¿No vas a ofrecerme una copa?-Le preguntó, aunque tenía el pulso tan acelerado que apenas podía respirar. Nada nuevo desde luego. Había vivido gran parte de su vida con miedo que había aprendido a disimular.

-No sé si puedes beber alcohol.
-¿Por qué no? ¿Es que era alcohólico?
Max río, un sonido rico, masculino.
-No, en absoluto.
-Ah, que alivio, por un momento temi que fuera uno de esos chicos que se ponía a bailar sobre la mesa después de tomar una cerveza.
-Yo no sabía que bebieras cerveza. Prefieres el Champán y nunca más de una copa o dos. A demás nunca te he visto bailando sobre una mesa.

-¿Entonces por que no quieres darme una copa?
-No es bueno mezclar medicación con el alcohol.
-No estoy tomando ninguna medicación. Llevo semanas sin tomar ni una sola pastilla.
-Ya veo-murmuró Max pasándose una mano por el mentón-En ese caso, haremos un trato; vamos a cenar y abriré una botella de tu Champán favorito.

-Muy bien. Además tengo hambre.
-Estupendo-Sonrió-Si me perdonas un momento, le diré a la cocinera que seremos dos para cenar.
-Si, claro.
Sergio salió al jardín, con las piernas temblorosas, y se dejó caer sobre una hamaca.

Desde ahí se podía ver una piscina infinity estratejicamente colocada que parecía agarrarse al borde de un precipicio. Una ilusión por supuesto, que sólo los muy ricos podían permitirse. Pero la profusión de bugambilias al rededor era obra de la naturaleza.
Max volvió unos minutos después con un botella de Champán y, después de servirlo, tocó el borde de su copa con la suya.

-Salute.
-Salute. Y gracias.
-¿Por qué?
-Por todo lo que has hechos desde que me puse enfermo. En el hospital me dijeron que eras tú quien enviaba flores todos los días y quién pagaba las facturas.

-Soy tu esposo, Sergio.
-Si bueno, sobre eso...
-Relájate, cara. No he mencionado nuestra relación como preludio para exigir mis derechos conyugales.
-Ah-Murmuró Sergio, tratándose la decepción junto con un sorbo de Champán. No quería hacer el amor con un hombre al que no conocía, pero que el se mostrará dispuesto a mantener las distancias tampoco era exactamente alagador.

-Puedo que no recuerde haber estado casado contigo, pero no soy tonto. Se que parezco un espantapájaros.
-Estas recuperandote de un accidente que casi te cuesta la vida. No puedes esperar tener el mismo aspecto de antes.
-Pero mi pelo...-Sergio toco los largos mechones, que alguna vez habían sido una preciosa melena.

Cuando Max alargo una mano para tomar la suya, el roce provocó una especie de descarga eléctrica en un sitio inmensionable, que lo hizo juntar sus piernas, en busca de un poco de fricción.

Afortunadamente, el no podía leer sus pensamientos; o, si podía, no le gustó la dirección que habían tomado sus pensamientos, por lo que soltó su mano enseguida.

Recuerdos de un amor. ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora