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Ya era como la séptima... Octava, quizás novena puerta que tocaba y tal vez también ésta se la tirarían en la cara, sin importarles que golpearan su pequeña y frágil nariz. Siendo sincero consigo mismo, debería haber entendido hace rato que nadie lo querría en su casa, pero su estómago rugía, hacía soniditos a los que estaba un poco acostumbrado, aunque ahora eran mucho más fuertes.

Un vaso de leche, un pan, jugo, lo que sea, lo que tengan para comer ayudaría a que ese pobre gatito no se muriera de hambre. Iván sacaba la lengua, pasándola por sus labios secos mientras acariciaba su vientre, tratando de calmarlo un poco.

Tocó de nuevo otra de las puertas, esperando a una señora amargada que de seguro le diría algún insulto como lo deforme que es por esas raras orejas y esa esponjosa cola meneando la punta de un lado a otro. Estaba cansado, aburrido y sentía que sus ojos se llenaban de lágrimas, mas no podía llorar. Él tenía una teoría, si dejaba que el agua de sus ojos saliera, tendría más sed ¿Verdad que era muy listo? Lo pensó solito y se alabó con lindos halagos mentales por como quince minutos.

Esperó, esperó, y al fin abrieron. Lo que Iván no sabía, era como su mundo daría un giro de ciento ochenta grados a causa del muchacho de cabello café y ojos marrones que ahora lo miraba con curiosidad y una pizca de pena.

 Lo que Iván no sabía, era como su mundo daría un giro de ciento ochenta grados a causa del muchacho de cabello café y ojos marrones que ahora lo miraba con curiosidad y una pizca de pena

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Estaba aburrido, cambiando de canal en canal, ya habiendo pasado como tres veces por todos los de su paquete de cable y seguía ahí. Maldecía el momento en que había pedido un mes de vacaciones en su trabajo, según Germán era bueno que se desestrese y tome aire cerca, Tomás tenía apenas veinte años y desde sus dieciocho que no pedía vacaciones; las merecía.

Sí, las merecía, pero, ¿En qué demonios gastaría todo su tiempo? Nada bueno en la televisión y aunque quería al raro de su mejor amigo, verlo unas cuantas horas en la tarde no ayudaba con las otras más de diez horas en las que se aburría completamente. Tampoco podía dormir, tenía miedo de alterar su horario de sueño, así que con dormirse a las doce y despertar a las nueve era más que suficiente para su persona.

De repente, para su suerte, escuchó el timbre, quizás al antes mencionado se le había ocurrido visitarlo más temprano. Genial, pensó, ya que se estaba resignando a ver otra vez el especial de todas las películas de Crepúsculo. Se levantó con pesadez, peinando un poco su cabello por si llegaba a no ser Germán y sin pensar mucho, abrió la puerta, sorprendido con lo que encontró del otro lado de esta.

A una muy temprana edad, Tomás vivía con sus padres aún, recordaba todas sus noches el estar sentado junto a ellos y sus hermanitas pequeñas, cenando. La típica comida familiar, esas charlas de "¿Qué novedades en el trabajo?" y las respuestas de "Nada nuevo, ¿A ustedes cómo les fue en el colegio?" Todo eso, la típica rutina; pero lo que más recordaba de dicha edad, de esos años dos mil doce o dos mil trece, era cuando se sentaba en una de las sillas de la mesa que daba directa vista a la televisión, y empezaba el noticiero, informando sobre el caso de moda en ese momento, esas noticias mundiales de niños que tenían detalles felinos. Siempre le dio curiosidad, incluso con sus cortos siete años su madre fue muy directa con el tema y su curiosidad solo aumentó. De hecho, hasta hizo su reporte final de literatura con su opinión sobre dicho tema.

𝐍𝐄𝐊𝐎 𝐂𝐎𝐑𝐏𝐎𝐑𝐀𝐓𝐈𝐎𝐍 ── Spreen and RobleisWhere stories live. Discover now