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Las mañanas de Abby habían mejorado con creces desde que dejó de sentir náuseas y mareos. Su sistema se había acostumbrado a la vida que estaba creciendo dentro de ella.

Además su ánimo también había mejorado desde que la familia de Robert la había acogido con tanto cariño.

En año nuevo le dieron más atención de la que posiblemente había recibido en toda su vida. Le dieron regalos tanto para ella como  para el bebé y se esforzaron en hacerla sentir bienvenida. Así que podía asegurar que su año había comenzado con el pie derecho.

El hijo de Grace y Greg había nacido una semana después y era terriblemente adorable. Nicholas era diminuto y lucía tan vulnerable que cuando lo cargó por primera vez sintió un amor inmenso por él y se preguntó si su hijo sería así.

Robert por supuesto le había dicho que por el tamaño de su vientre era imposible que el bebé tuviera un peso bajo. Cuando ella misma se detallaba frente al espejo le encontraba la razón. El niño sería tan alto y vigoroso como su padre.

Sintió unos dedos escabulléndose por su pijama y gimió con deleite. La forma cariñosa en que el pulgar de Robert comenzó a acariciar la parte baja de su espalda confirmó que también estaba despierto.

Despertar y dormir juntos era lo mejor. Lo hacían desde la noche de navidad y eso la hacía más feliz. 

Sabiendo que era hora de levantarse, soltó un suspiro que le hizo reír y apretarla contra su cuerpo.

Otro placer que había descubierto era escuchar su voz ronca y somnolienta. Ese hombre era un peligro para sus hormonas. Pero era tan cálido y la trataba tan bien que en ciertas ocasiones ella quería saltar sobre él y hacerle el amor.

Debía admitir que había sido bastante respetuoso. No había vuelto a insinuar que quería acostarse con ella y cuando sus momentos alcanzaban cierta intensidad se alejaba con reticencia. Se limitaba a besos y abrazos aún cuando era notorio que él deseaba más.

A pesar de la dureza de su cuerpo musculoso, Robert estaba hecho para acurrucarse y dar mimos si se lo pedía. Su regocijo aumentó cuando supo por sus hermanas que Robert rara vez era cariñoso con alguien. Ni siquiera con sus sobrinos era tan abierto a demostrar afecto físicamente.

Inhaló su aroma fresco y frotó la cara contra su pecho. Era casi terapéutico y reconfortante tenerlo de esa manera.

—Tengo que ir al trabajo. —murmuró sobre su cabeza y la mano que había estado jugando en su espalda se movió peligrosamente por su piel. —Pero quiero quedarme contigo.

—No podrías ser tan irresponsable. —murmuró somnolienta. Sus caricias estaban llevándola a los brazos de morfeo nuevamente.

—No me tientes, Abby. —el hombre se incorporó con cuidado y le dio un besó en la frente para salir de la habitación.

Un segundo más tarde tenía a Magnus encima de ella lamiéndole y saltando sobre las sábanas a modo de saludo. El can ya no se despegaba de ella para nada.

Incluso estando en el piso la seguía por todo el lugar y la miraba con adoración. Robert ya no era su persona favorita y solía quejarse en broma de ese hecho.

Para el detective era un alivio que el rottweiler sacará su instinto protector con ella. En especial cuando iban al supermercado o al parque y él no podía estar presente. Magnus era una compañía y un amigo muy leal.

Ahora que el sueño se había ido decidió preparar el desayuno. A Robert le gustaban los pancakes con huevos revueltos y jamón ahumado. Era lo que solía comer con frecuencia.

Flores para AbbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora