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«Cero, uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece...»

El entrenamiento matutino de ese día era con Ligre. El lugar: el área de tiro de La Cancha. También estaban Sora, Ecain y Leiton, mis compañeros y los únicos tres miembros que formaban parte de la OPE.

El subcomandante quería ver qué tan buenos éramos a la hora de disparar y qué tan precisa podía ser con el rifle que Carter había escogido para mí. Por suerte ya después de haber ganado un poco más de peso, de resistencia y de fuerza, podía sostener las armas con mayor estabilidad, aunque todavía mis dedos se estremecían en un ligero temblor.

Nos colocamos los protectores de oídos. Ecain y Sora se encontraban de pie sosteniendo fusiles; Leiton tenía una rodilla apoyada en el suelo sosteniendo una pistola semiautomática; y yo permanecía boca abajo con el rifle contra mi hombro y el piso. Aunque trataba de apuntar bien a los blancos que se situaban a varios metros de distancia, la mira oscilaba por mi completa falta de estabilidad.

Ligre ya me había regañado tres veces. Según él, disparar apoyada del suelo siempre sería mucho más fácil que disparar de pie.

Para mí ambas posiciones eran complicadas.

—Muy bien, Sora —aprobó Ligre a la chica mientras la observaba—. Perfecto, Ecain —continuó. Escuché los pasos del subcomandante acercarse hasta mí. Ni siquiera alcé la cabeza—. Deja de temblar, Drey. Relaja el cuerpo o voy a comenzar a pensar que ese rifle es demasiado grande para ti, y un arma nunca debe quedar grande para un soldado.

—Sí, señor.

Eché un vistazo rápido a los demás. Ecain, Sora y Leiton sostenían sus armas a la perfección, sin temblar, sin dudar y con total profesionalidad.

—Tranquila, ¿sí? —me susurró Ecain después de darse cuenta de que lo observaba—. Solo relájate.

Tomé aire y volví a intentarlo. Sostuve bien el rifle y traté de estabilizarlo. Me dije a mí misma que debía dejar de temblar, que tenía que dejar de ser tan débil.

«No eres débil».

—¡Disparen!

Leiton apretó el gatillo y el sonido de la descarga se escuchó menos fuerte en nuestros oídos gracias a los protectores. La bala dio justo en el centro, como era de esperarse. Seguida y rápidamente, Ecain y Sora soltaron una ráfaga de tiros dando en el blanco.

Era mi turno.

Cuando hundí el gatillo y el retroceso me sacudió un poco, el sonido del disparo y el sonido de un grito, se mezclaron.

Me levanté, alertada.

¿Qué había pasado? ¿Alguien estaba herido? Imposible, porque en el área solo había cuatro personas y todas seguían detrás de mí. Me saqué los protectores de oído y el grito volvió a escucharse.

Miré a todos. Ellos se encontraban bien, pero estaban tan desconcertados como yo. El grito continuó y pareció aumentar en dirección a la puerta de entrada. Giramos las cabezas, ceñudos, hasta que se abrió con estrépito.

—¡Una fuga! ¡Una fuga! —gritó con desesperación la mujer que había entrado— ¡Hay una fuga en la fosa del Norte!

Quedamos paralizados, como si no quisiéramos creerlo. Pero era cierto. La mujer tenía el rostro enrojecido y empapado en desesperación. El miedo en sus ojos era genuino.

Un segundo después, antes de que todos reaccionáramos, una alarma comenzó a sonar en toda La RAI.

Era la alerta.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora