capítulo 3

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El frío, a Beatriz ya no le afectaba. Era como si las noches sin un techo le hubieran dado suficiente resistencia como para soportar el viento y las temperaturas bajas. Sin embargo, eso no hacía que su interior fuera menos incómodo, pues había demasiado dolor y un remordimiento inmenso, ya que recordaba los rostros de aquellos a quienes habían lastimado. Su amigo estaba allí, metido en medio de ese desastre.

Y aunque sabía que no podría hacerle cambiar de parecer. No solo habían lastimado a ese hombre, sino a otras personas, a quienes Beatriz no conocía. Con el tiempo, esa misma sensación de culpa y de impotencia iba creciendo, y ella se encontraba en una encrucijada en su vida.

Beatriz se secó las lágrimas y se limpió los ojos. Recién en ese momento se percató del hombre que iba en la misma dirección que ella, pero tan pronto que chocaron, ella estuvo más preocupada que nunca. Él le preguntó si estaba bien, y ella solo pudo asentir con la cabeza mientras intentaba mirar otra parte y evitar el contacto visual. Él la miraba con intensidad, algo que comenzaba a incomodarle.

—Disculpe, ¿tiene fuego? —le preguntó el hombre, mostrándole un cigarrillo.

—¿Eh? Sí.

Beatriz se apresuró a sacar su encendedor, tratando de controlar su preocupación, ya que notaba el silencio incómodo. El hombre, al ver la mano de Beatriz con el encendedor, acercó su rostro con el cigarrillo en la boca, cubriendo la mano de Beatriz con el periódico para evitar el aire. Ella accedió y encendió su cigarrillo, mientras notaba las facciones masculinas de ese extraño.

Él vestía con esmero, llevaba un traje gris que resaltaba sus facciones marcadas y cabello castaño, ligeramente negro y peinado hacia atrás. Su rostro no reflejaba emoción alguna, sus ojos, oscuros como la noche, se mostraban indiferentes, pero tan pronto que él la miró, notó una leve sensación de haberlo visto antes.

—Gracias —dijo el hombres, antes de marcharse y pasar por su lado de manera rápida.

Sin embargo, Beatriz no tuvo la oportunidad de responderle. El hombre desapareció detrás de una esquina de la calle, y en un instante quedó sola en la calle, en un silencio absoluto. Ella se encontraba en un parque en la ciudad, y aunque veía a una vendedora de comida y a personas saliendo de sus trabajos, la noche se sentía fría, solitaria y desolada.

Aunque sabía que su padre esperaba en su casa, decidió caminar a un ritmo lento, pensando en el rostro frío y duro del extraño desconocido. Mientras lo recordaba, vio que era acompañada por la luz de la luna que iluminaba la calle y del cielo, negro y liso, que la miraba desde arriba. No había estrellas, y eso hizo que todo pareciera más siniestro.

—¡Señorita! —llamó la mujer del puesto de comida—. Es para usted.

Sin poder siquiera pronunciar una palabra, Beatriz se dio vuelta y notó a la mujer que le ofrecía su teléfono móvil. No le quedaba más remedio que acercarse y aceptar el aparato, que apretó contra su oído. La idea de que alguien la estuviera llamando en un teléfono desconocido y que no era suyo, le resultaba siniestra y extraña, pero no tenía otra opción que contestar.

—¿Aló? —contestó, esperando la voz del otro lado.

—Felicidades, su manera de robar es una total payasada —dijo la voz, era idéntica a la del hombre anterior—. ¿Sabe qué existe una manera más eficaz de robar? Por ejemplo... Una usando la cabeza y no la estupidez del ser humano.

—¿Disculpe? —interrogó, desorientada—. No le entiendo, ¿con quién hablo?

—¿Vio el lugar donde me fui? —preguntó, ignorando su pregunta—. Vaya para allá, y busque su celular antes de que otro afortunado la encuentre.

—¡Gracias! —le dijo Beatriz a la mujer, devolviendo su teléfono. Luego corrió para esa dirección.

Los segundos pasaron en medio de la angustia y el miedo, mientras Beatriz miraba en todas direcciones. Su cabeza giraba de un lado a otro y sus ojos salían de sus cuencas, hasta que escuchó el sonido familiar y repicante del teléfono. Efectivamente estaba a su posesión, sobre un ladrillo de una pared cercana. Con un suspiro de alivio lo tomó y contestó la llamada.

—¿Cómo lo hizo? —preguntó Beatriz.

—Nos vemos mañana a las nueve de la mañana, en el restaurante que queda a dos cuadras de ahí —contestó—. Sea puntual, detesto la inpuntualidad.

Al terminar la llamada, Beatriz notó con frustración que se le había robado también el reloj que estaba en su muñeca. El estrés y la sensación de derrota la sacaron de sí misma, y tras guardar el teléfono en su bolsillo, volvió a casa con un corazón afligido y una sensación de pérdida. Cuando caminaba, no podía dejar de pensar en lo sucedido como un acto de humillación.

—Beatriz Aurora —llamó su papá—. ¡¿Qué son estas horas de llegar, ah?!

—Sí papá, ya sé. Pero lo que pasa es que el bus se tardó en llegar —respondió rápidamente—. ¿Ya comió, papá? Si le provoca algo yo se lo cocino y me voy ya para la cama, mañana tengo una cena de negocios muy importante.

—No, mija, yo ya comí —contestó—. Vaya, descanse que mañana yo la llevo y la traigo. No permito que venga a estas horas por la calle, no, no ni más faltaba.

—¡No, papá! —interrumpió preocupada—. Vea... Nicolas pasa por mí, él me lleva y me trae. Además, ¿qué tal tu trabajo? No puede dejarlo botado. Así que no se preocupe, ahora me voy a descansar, hasta mañana.

A pesar de las palabras de su padre, Beatriz subió corriendo a su habitación y se tumbó en la cama, mientras su mirada se perdía en el techo. Los pensamientos afloraban en su mente a toda velocidad, como si se tratara de un torbellino que se negaba a detenerse. Quería irse a dormir y olvidarse de todo, pero había algo en ella que se negaba a rendir.

Beatriz sabía que algo cambiaría en su vida desde aquel momento, pues el desánimo y la frustración que sentía estaba más allá de su control. Cerró los ojos, respiró hondo y se sumergió en la oscuridad, escuchando el silencio de la noche y el sonido de su respiración. Su mente empezó a viajar hacia distintos lugares, viajes que en realidad no hizo, pero parecía completamente reales.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora