Capítulo III: Celos

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Retomando desde el capítulo anterior

Cuando el rugido de los dragones había cesado, el salón del trono volvió a sumirse en un pesado y ruidoso silencio que fue imposible de resistir

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Cuando el rugido de los dragones había cesado, el salón del trono volvió a sumirse en un pesado y ruidoso silencio que fue imposible de resistir. Tanto los lores como la familia real se veían impresionados y confundidos a partes iguales, ya que el intercambio de la joven pareja era semejante al de un par de amantes perdidamente enamorados, lo cual distaba mucho de lo que realmente era su relación.

Desde su enfrentamiento en Driftmark, aquella noche en la que Aemond reclamó a Vhagar como su dragona y perdiera el ojo a manos de su prometido, el odio que sentía por él, por su hermana mayor y demás familia, no había hecho más que crecer. Era su constante, el recordar su duro proceso, el cómo debió adaptarse a su nueva realidad y comenzar a construirse a sí mismo desde cero, aprendiendo nuevamente a moverse por ese amplio mundo y buscar su lugar en él, mientras escuchaba a su padre el rey, pregonar alegremente con la corte, los logros de sus nietos y de las impresionantes y estratégicas posiciones que ostentarían en un futuro. Trabajó muy duro y fue constante con sus entrenamientos, con el paso de los años logró lo impensable, Aemond Targaryen se convirtió en uno de los mejores espadachines de su época y un valiente guerrero que cabalgaba a uno de los dragones encargados de darle el poderío de poniente a la familia Targaryen.

A pesar de sus logros y de la reputación que se forjó con sangre, sudor y lágrimas (que sólo se permitía en la intimidad de su habitación), nada pudo menguar la sensación que la impunidad del crimen cometido por Lucerys le dejó. Por su parte, el príncipe de Dragonstone, nunca tuvo el valor de enviar todas las cartas que escribió después de ese incidente, entre la palabra perdón, escrita una y mil veces en algunas de las misivas, Lucerys ofreció su ojo siendo consciente de su culpabilidad, pero se supo cobarde al descubrir el duro proceso por el que pasó su tío y fue ese quizás el mayor impedimento para enviarlas. No había ningún lazo afectivo entre los dos, el odio y el temor siempre había imperado pero esa mañana frente a los ojos de todos y por segunda vez ya en su relación, algo mucho más fuerte a su voluntad los había llevado a ese momento. Para Lucerys aquello era nuevo, no sentía nada por Aemond y de eso estaba seguro, pero al sentir el calor de sus labios y la fuerza con que lo tomaba, su mente se nubló y sencillamente respondió.

Cregan Stark, cansado de ese silencio incómodo, comenzó a aplaudir y poco a poco fue secundado por la corte hasta que finalmente, la familia real salió de su estupor y se sumó a ellos. La pareja se giró hacia la corte y agradecieron los saludos y alabanzas que recibían, Aemond quiso dar una demostración más por lo que sonriendo levemente, tomó la suave y delicada mano de Lucerys hasta llevarla a sus labios y depositar un beso en el dorso, sin dejar de verlo en una mezcla de desdén, algo oscuro y carnal, se acercó a su oído, percibiendo mucho más fuerte el aroma de su prometido, haciéndolo salivar para vergüenza suya. Tragó lo que se había acumulado en su boca y en un susurro casi jadeo le dijo:

- Respondes tan fácil a una mínima muestra de cariño, eres patético bastardo... ¿Tan necesitado estás de mí como para derretirte a la mínima de mis caricias? -

A VOW OF HATE | LUCEMOND Where stories live. Discover now