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Siempre se ha dicho que nosotras, las damas, somos más complicadas en cuanto a los sentimientos. Sin embargo, ¿por qué son entonces los caballeros quienes nunca parecen saber lo que quieren?

En los majestuosos salones de nuestra sociedad, es común ver a los hombres, tan seguros en su porte, perdidos en un mar de indecisión. ¿Será que las presiones de mantener su compostura los confunden?

Recordemos, queridas mías, que aunque ellos parezcan simples, quizá sean los que más tiempo necesitan para entender sus propios deseos.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN

29 de abril de 1814 

Caminaron durante unos ochocientos metros desde la casa hasta una especie de claro desigual delimitado a un lado por un lago.

— ¿Listo para jugar?— preguntó Annette.

Sinclair asintió con convicción.

— No es difícil, solo tiene que ser más tramposo que ellos.

Él rio.

— No estoy seguro de que esa sea exactamente la ética del juego.

— Jugar con los Bridgerton es igual a hacer trampas. Si no lo hace, perderá— hizo una mueca—. Pero no se preocupe por perder, eso no va a suceder, no conmigo— dijo con una sonrisa.

— Confío en usted.

Colin de mientras estaba intentando abrir la puerta del cobertizo con cierto esfuerzo.

—Parece oxidada —comentó Sinclair—, ¿quiere que le ayude?

— Oh, no hace falta, gracias— respondió—. Hace ya un tiempo que no venimos a jugar —explicó.

— ¿De veras?

Annette asintió.

Del interior del cobertizo sacó una carretilla con ruedas que se había construido especialmente para llevar ocho mazos y otras tantas bolas de madera.

—Un poco descuidado, pero tampoco está tan mal.

—Bueno, exceptuando la bola roja—dijo Sinclair.

—Toda la culpa es de Daphne —contestó Colin—. Culpo de todo a Daphne y así mi vida es mucho más fácil.

— ¡Te he oído!

— ¡Daff! — exclamó Colin—. Llegas justo a tiempo para ayudarnos a sacar los mazos.

La joven le dedicó una amplia sonrisa.

— ¿No pensarás que iba a dejarte trazar otra vez el recorrido, eh? — Se volvió a su marido—. Prefiero no perderle de vista.

— Sinclair— saludó Simon,  estrechándole la mano.

— ¿Podría hablar con usted después?— preguntó en un susurro el hombre.

Simon asintió.

— Gracias.

—Déjame coger la mitad —dijo Daphne estirando el brazo para coger los aros que su hermano ya tenía en la mano—. Anne y yo colocaremos tres de éstos, y tú, el Señor Sinclair y Simon podéis colocar el resto.

Daphne la agarró del brazo para ir hacia el lago.

—Tenemos que asegurarnos del todo de que la bola de Anthony acaba en el agua —masculló Daphne.

— Por favor—suplicó—. Esta vez lo lograremos.

— Nunca le he perdonado lo de la última vez.

𝐌𝐎𝐍 𝐀𝐌𝐎𝐔𝐑 - 𝗮𝗻𝘁𝗵𝗼𝗻𝘆 𝗯𝗿𝗶𝗱𝗴𝗲𝗿𝘁𝗼𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora