(3) El precio del legado

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Veo las nubes pasar lentamente a través de la ventanilla del avión, mientras el clima árido se difumina en la distancia, convirtiéndose en un mero recuerdo.

Esa sensación de que todo tu mundo se desmorona ante tus ojos y tú eres la única que queda atrapada en el caos. Así me siento desde que mi padre me soltó la bomba del compromiso hace unos días.

Decididos a recuperar todo lo perdido, mi padre, junto a los miembros restantes de la familia, han tramado un plan del cual, como siempre, no se me ha informado ni se me ha pedido ningún tipo de opinión: casarme con un príncipe de una casa de occidente.

Desde que tengo memoria, he sido educada en la importancia de la obediencia y la lealtad hacia mi familia. Cada decisión que se toma dentro de nuestro clan lleva consigo el peso de generaciones de tradición.

Como heredera, se espera que continúe con esta tradición, que ponga los intereses de nuestra casa por encima de los míos propios. Como mujer, se espera que acate las órdenes sin rechistar.

Soy Layla Al-Rashid, única hija del jefe de la casa Al-Rashid, Malik. Criada en un mundo donde los hombres deciden el destino de las mujeres, donde tu vida es forjada al parecer de los otros.

Repetir este mantra dentro de mi cabeza me sumerge en una especie de trance que mantiene mi mente adormecida, aceptando pasivamente las decisiones que se toman en mi nombre.

Aparto la vista de la ventana para mirar a mi alrededor. Me encuentro volando en un avión, rumbo a un destino desconocido. Luxemburgo, un pequeño en el centro de Europa del cual pocas veces he oído hablar.

El nerviosismo que estoy sintiendo en estos momentos se refleja en el constante movimiento de mis manos, que tiemblan ligeramente sobre mi regazo. Cierro los ojos por un momento, intentando controlar mi respiración y calmar los latidos acelerados de mi corazón.

—Layla, haz el favor de controlarte, por favor —expresa mi padre con frustración desde mi lado—debes mantenerte serena y no mostrar ningún tipo de debilidad.

Escondo mi rostro detrás del hijab, intentando encontrar un momento de tranquilidad en medio de la agitación.

—Padre, entiendo la importancia de este compromiso —le digo, conectando nuestras miradas—. Pero, también necesito tiempo para procesar todo lo que está sucediendo.

Mi padre suelta una especie de gruñido de desaprobación antes de hablar.

— Has tenido días para procesar todo esto —suspira con indignación— ya es hora de que te ajustes a la realidad, Layla. ¿No quieres que nuestra familia vuelva a vivir en su hogar? Ahora, con este matrimonio, tenemos la oportunidad de recuperar lo que es nuestro por derecho.

Nuestro hogar...

Hacía tiempo que padre no hablaba del Emirato Al-Nur. Desde que nos instalamos en Estambul hace unos años, pensar cuando íbamos a regresar a nuestro país nunca estuvo presente en nuestras conversaciones.

Recuerdo los días en los que la paz reinaba en nuestro reino, cuando caminaba por los jardines de nuestra residencia sin preocupaciones, cuando mi madre aún estaba viva y todo parecía estar en su lugar.

Aquellos días de felicidad fueron efímeros.

La ambición de la Casa Al-Saúd no tenía límites y, cuando mi madre falleció y mi padre se sumió en la desesperación, aprovecharon esa debilidad para atacar. Para expulsarnos de nuestro hogar. Para quitarnos lo que era nuestro.

Fue entonces cuando comenzó nuestro exilio, cuando tuvimos que huir. Desde entonces, hemos vivido en las sombras, buscando el momento perfecto para alzarnos y recuperar lo que una vez fue nuestro.

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