🦋 Capítulo 20

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La siguiente semana después de la captura de don Evaristo fue un borrón del que Valentín recordaba poco. Olvidó todas las veces que lo interrogaron y todas las ocasiones en que lo miraron como si él fuera el verdadero villano. En Aguadulce no lo perdonaban por haber llegado a perturbar la paz. Lo perdonaban incluso menos por haber sido el culpable de la captura de su querido comisariado.

En lugar de don Evaristo, doña Lola quedó a cargo. Fue ella quien habló con el pequeño grupo de periodistas que llegaron de todos lados a la caza de la noticia que sacudió la comunidad. Valentín se encargó de enaltecer a Bustamante y Ortiz como había prometido. Eso le sirvió para que dejaran de molestarlo y fueran tras el par de oficiales.

Su herida fue tratada y por suerte no fue necesario ser intervenido en cirugía. Elías lo cuidó durante todo ese tiempo llegando al extremo de darle de comer en la boca durante dos días hasta que Valentín lo convenció de que no era necesario.

—Pero me dirás si te duele —reclamó el muchacho.

Martina y Elías no se hablaron durante algunos días, pero el distanciamiento que había entre ellos no podía durar mucho. Madre e hijo se amaban demasiado para permitir que los errores del antiguo patriarca de la familia los separara.

Había tardes en las que Elías se perdía con su madre en el monte. Ambos regresaban para el atardecer con claros signos de haber estado llorando; compartiendo su dolor y el resentimiento contra aquel hombre que tanto habían amado.

Mientras ellos no estaban, Julia se encargaba de regañar a Valentín cada vez que lo veía haciendo algo imprudente, como cargando a Elena o ayudando a limpiar la casa.

—¡Parece que tengo dos niños de seis años! —se quejaba la mayor de los hermanos Zamora. Valentín se disculpaba, Elena se burlaba.

Cuando recibió la noticia de que don Evaristo había muerto, ni siquiera se sorprendió, más bien se molestó. Al parecer el hombre había robado medicamentos en el hospital donde se recuperaba de su lesión en la mano y se había provocado una sobredosis de insulina.

Lo que sí le sorprendió fue la visita de doña Josefina poco después de la muerte de su marido. La mujer no entró a la casa de los Zamora y solo se quedó un minuto para poder decirle:

—Yo no tenía idea. Puede que no me creas, pero es la verdad. Creí que me había casado con un buen hombre. Supongo que nunca terminas de conocer realmente a las personas, incluso cuando has vivido en ellas durante años.

Después de eso, la mujer se fue un tiempo a la ciudad a vivir con una hermana que tenía allá.

Fue un viernes por la mañana cuando se llevó a cabo la misa y sepultura de los cuerpos de Rafaela y doña Nieves en el pequeño panteón de Aguadulce. Con ayuda de la familia Ortiz, se pudo hacer un analisis forense que confirmaría la identidad del cuerpo, pero los resultados tardarían al menos dos meses. De todos modos, antes de quitarse la vida don Evaristo había confesado el crimen con una apatía escalofriante.

La cantidad de personas que asistieron al funeral y lloraron la muerte de ese par de mujeres hizo que Valentín se sintiera un poco mejor. Al menos todavía quedaba gente que las había apreciado de verdad. Ortiz lloró en silencio, en la parte más alejada, con un gesto estoico. A su lado, Bustamante se mantenía como un soporte al que podía aferrarse.

La tierra removida era fesca y blanda cuando Valentín se puso de rodillas para dejar un ramo de narcisos sobre la tumba de Rafaela. El resto de los asistentes al entierro se habían ido en silencio, dejando solo el eco de su llanto.

Valentín acarició la lápida donde habían grabado el nombre de Rafaela Gutierrez y junto a ella, el de Nieves Carmona.

—Gracias por haber cuidado de nuestra familia —le dijo a Rafaela.

Besando Tumbas || #ONC2024Where stories live. Discover now