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Gracie Hills.

¿Y entonces, dormimos abrazados?

Australia parecía estar jugándome malas pasadas. Aunque solo fuera nuestro segundo día aquí, se sentía como el quinto.

Tengo recuerdos borrosos de anoche, pero recuerdo con claridad la gran metida de pata que estuve a punto de cometer. Estuve a punto de besar a Max. Joder, si no fuera por Darell, creo que habría saltado de cabeza solo para olvidar que estaba en esa fiesta. Era como si mi mente estuviera desesperadamente buscando una vía de escape, cualquier cosa para evadirme de la situación. Cada vez que pensaba en lo que estaba a punto de suceder, sentía un nudo en la garganta. No me reconocía a mí misma. Estaba a punto de dejarme llevar por un chico que ni siquiera conocía.

He de decir que soy estúpida.

El dolor no hay nadie que te lo sane, si no lo haces tú mismo.

Y eso, me ha quedado bastante claro.

Era jueves, nuestro segundo día en ese lugar y en esa habitación. Darell y yo dormíamos solos, es decir, que estábamos en el hotel, pero en camas separadas. Los chicos siguen en la fiesta en el piso de Leah y aún no habían vuelto. Desde la noche anterior, no había hablado con él, porque parecía todavía molesto conmigo. Creo que no le ha gustado que me acercara mucho a Max.

—Pareces un dibujo animado con ese pelo—le comenté.

—¿Cuál de todos?

—Al de PJ Mask, el azul.

—Bien, de esos dibujos te acepto la comparación—me contesta.

—¿Por qué de otros no?

—Depende, hay algunos dibujos animados que no me gustan nada. Pero tu comparación ha sido buena.

—¿Es un aprobado?

—Es un medio, aprobado.

Esas fueron las primeras palabras que me dijo desde anoche. No recuerdo que habláramos más.

Luego, al voltear para mirarlo, lo encontré viendo algo en su portátil, supongo que planeando el día de hoy. Estaba sentado en la otra cama. Yo me estaba peinando. Me sentía incómoda. Reinaba el silencio en toda la habitación. Me estaba esforzando para no comentar algo más pero era complicado, quería que me hablara y no fuera ignorada, como una estatua. Hay momentos en los que parece que el mundo es fácil de llevar y luego hay otros momentos en la vida que es imposible. Y ahora, creo que se me está haciendo bulo.

De verdad, sigo sin creerme ese cuento del que no quiere hablar de anoche.

—Lo siento... Por el numerito de anoche—pronuncie—Ha sido una mierda la manera en que me he comportado en la fiesta, deberías haberte quedado ahí y no venirte conmigo y te lo repito, lo siento —le dije, con la voz temblorosa.

—No me acuerdo de nada, ¿puedes decirme de qué lo sientes? —preguntó, con una mirada confusa.

—No seas así, sabes de lo que hablo —respondí, desviando la mirada.

—No mucho. ¿De qué odias las fiestas? De eso me acuerdo, sé que no te gustan mucho por algún motivo, pero no espero que me lo cuentes. Ocultas varias cosas, de eso también me acuerdo —sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago.

Me aterra abrirme sobre mis emociones, no espero hablarle de todos mis problemas hoy mismo. Necesitaba tiempo. Y aunque pasara ese tiempo necesitaba más. Y tampoco, quiero enfrentarme a eso. Siento que perdería el control si lo hiciera. Seguro terminaría mucho peor de lo que ya estoy o eso es lo que mi mente me da a entender.

Todas las estrellas que nunca tocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora