"El insecto patinador"

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Mavie

Caminaba de un lado a otro, enfundándome la ropa con torpeza mientras sostenía un trozo de pan entre los dientes. El reloj me había tomado por sorpresa. Desde que mi amiga y yo llegamos algo mareadas, me desplomé en la cama y olvidé por completo activar la alarma. A toda prisa agarré unos pantalones oscuros, una blusa sencilla y unos tenis, vistiéndome en un abrir y cerrar de ojos. Llevaba dos días deleitándome con esta habitación de ensueño, pero la calma no es eterna. El abogado regresaría en cualquier momento.

Con el pan aún colgando de mi boca, me peiné a toda velocidad y me apliqué un poco de bálsamo labial junto a unas gotas de fragancia. Siempre me resultaba embriagador el aroma que el usaba, me gustaba más de lo podía admitir. Al salir a la sala me encontré con Kate desparramada en el sofá, con los pies apoyados en la mesa auxiliar. Ninguna recordaba bien cómo habíamos ingresado, pero milagrosamente lo hicimos, íntegras aunque no muy lúcidas.

Menos mal que mi amiga seguía demasiado borracha como para recordar que pasé la noche en la habitación del abogado. Me desperté antes que ella y ya me había aseado. Solo me faltaba vestirme. Cuando ella abrió los ojos, justo logró desperezarse. Se arregló a medias y volvió a desplomarse en el sofá, como si su espíritu hubiese decidido tomarse otro descanso.

Ella había abierto los ojos antes que yo, y hasta se había acicalado. Pero, fiel a su estilo, volvió a caer, rendida como la desvergonzada ebria que es. Me aproximé al sofá y la zarrandé con desgano.

—Despierta floja —La remecí un poco, pero ella partió mi mano con fastidio—Estamos tarde, Kate.

—No. Aún tengo sueño. —Se removió soñolienta. —Cinco minutos más.

—Prometimos llegar a tiempo. Galán nos está esperando. —Volví a removerla. —¡Vamos!

—Ese embaucador puede esperar. Me tromé tres botellas del néctar más glorioso de este planeta. Ahora soy una sommelier profesional. Solo dame cinco minutos más.

La aferré del antebrazo y la puse de pie. Parpadeó con desagrado y me dirigió una mirada letal. Mientras se enderezaba, le tendí sus pertenencias, aquellas que había dejado esparcidas anoche. Si el abogado llegaba a presenciar ese desbarajuste, me aniquilaba sin contemplación.

Albergaba la esperanza de que no regresara hoy, que se quedara una semana más donde fuera que estuviese, o, mejor aún, que se olvidara de volver por un mes entero. Tenía algunas pertenencias escondidas en su habitación. No demasiadas, porque si volvía a sorprenderme allí adentro, acabaría durmiendo en la acera. Pero no le temo, si vuelve a cruzar la línea conmigo, lo va a lamentar.

—Eres una ruina sueños—Me regañó.—Estaba soñando con el hombre que vi anoche. Ese que sería mi marido.

—Dejemos a ese marido literario atrás. Tenemos algo más importante que hacer.

—Eres un incordio, amiga.

Murmuró mientras la sujetaba del brazo y salíamos del departamento. Antes de cruzar la puerta, me aseguré de que todo estuviera en orden. Él detestaba el caos, y el lugar debía estar impacable por si se le ocurría aparecer. Cuando cruzamos el vestíbulo, saludé al conserje, un anciano afable, de gesto digno, que siempre me inspiraba simpatía. Sin embargo, al poner un pie en la acera, mi atención fue absorbida por una silueta familiar, Galán, apoyado con soltura en su auto. Vestía una cazadora negra, vaqueros entintados y una camiseta blanca que contrastaba con su corte varonil.

—Hablando de traidores, aquí se asoma Judas.

Mi amiga entrelazó los brazos sobre su pecho, adoptando una postura defensiva, mientras él se aproximaba con un paso seguro y nos dedicaba un saludo cortés.

"El Abogado de la Mafia" © { 𝐋𝐢𝐛𝐫𝐨; 𝟏}   𝐁𝐨𝐫𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐜𝐢𝐨́𝐧 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora