Cabo suelto

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- ¿Lista? - preguntó Marcela mientras esperaban para abordar el avión.
- Sí, creo que sí - le respondió Beatriz soltando un suspiro.

Luego de una semana donde vivieron un mágico idilio, donde pudieron perdonarse y hablar de todo, debían volver a sus vidas en donde las habían dejado. Ahora, con el panorama claro, había muchas cosas que tendrían que enfrentar, pero ya no les importaba. Estando juntas, ya no importaba.

Andrea decidió quedarse. Era muy poco tiempo para tomar una decisión así. Pero no dejaron de asegurarle que con ellas, siempre tendría un lugar seguro al cual llegar. Cuando aterrizaron en Bogotá, decidieron tomar un taxi juntas. Beatriz llevaría a Marcela a su apartamento y luego iría a su casa.

- Buenos días - dijo Beatriz entrando a su casa con una gran sonrisa. Su madre se alegró al verla, Pero Beatriz advertía la tensión en su rostro y su cuerpo. Algo no iba bien.

- Hola, mamita, ¿Cómo me le fue? - dijo su madre dándole un abrazo mientras le decía con la mirada que se preparara.

- Bien, muy bien, mamá. Hola, papá - le dijo con una sonrisa tensa - Hermes bajó el periódico a la altura de su cuello y la miró con decepción y desprecio - ¿No me va a saludar? Si está bravo por el viaje, no se preocupe, ya volví y estoy bien.

- Julia, ¿Ya está el almuerzo? - dijo indiferente.

- Ya voy, Hermes- respondió ella con nerviosismo - Betty - le pidió que se acercara y la siguiera a la cocina.

Beatriz ni siquiera imaginaba lo obscuro que estaba el panorama. Siguió a su madre que solo se tomaba las manos con fuerza.

- ¿Qué es lo que le pasa a mi papá? - preguntó ya prevenida.

- Ay, Betty, mire. Yo no sé cómo, pero su papá se enteró de todo. De absolutamente todo -le confesó mientras su rostro denotaba la angustia que la embargaba.

- ¿Qué es todo? - dijo con un hilo de voz. Su cabeza comenzó a dar vueltas. Ese no era el plan. Así no debían suceder las cosas.

- De lo suyo con ese señor Armando y de que usted ahora es... Bueno, que está con esa señora Marcela.

-¿Qué? - sintió que su presión bajó al instante. Sus pies estaban fríos y comenzó a sudar - ¿Quién se lo dijo? ¿Fue usted, mamá?

Doña Julia negó y se puso a llorar.

- No sé, no sé - dijo con desesperación.

-¿Nicolás? - preguntó al borde del desmayo.

- No, Nicolás casi ni ha venido desde que usted se fue.

- ¿Cuándo fue eso? - preguntó mientras abría la llave para echarse agua en el rostro.
-Ayer, llegó en la noche borracho y destruido. Me echó la culpa a mí; se echó la culpa él y, hoy, dijo que esperaba que usted llegara. Yo no sé qué va a pasar, mamita. Yo nunca lo había visto así de bravo.

Beatriz respiraba para controlarse. Ya no había vuelta atrás, debía enfrentarlo.

- Tranquila, mamá. Yo misma iba a decírselo. Supongo que me desconocerá o algo así, pero no me importa. Yo... Mamá, me voy de la casa. 

Julia solo pudo llorar más y aferrarse a su hija con fuerza. Se sentía entre la espada y la pared. Además, la culpa la apabullaba porque su esposo la culpabilizó de todo lo sucedido. Se sentía asfixiada, triste, nerviosa.  Beatriz le prometió que jamás la abandonaría, que estaría siempre pendiente de ella, que la amaba, que era la mejor mamá del mundo. Palabras que palearon un poco de dolor, pero no lograron acallarlo del todo. 

Beatriz subió a su habitación con el corazón destrozado. Trataba de buscar pistas acerca de quién habría podido contarlo todo. Solo un nombre repicaba en su cabeza. No desempacó, porque lo más probable es que tuviera que marcharse de su casa. Solo se bañó y cambió de ropa. Necesita ir a Ecomoda. Necesitaba verlo y decirle en la cara que era un cobarde manipulador. Necesitaba decirle tantas cosas, que el nerviosismo fue escalando a una sensación de ira que le calentaba la sangre. 

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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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Destino - Marcela y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora