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Puedo recordar los eventos de aquella noche a inicios de primavera como si hubiesen ocurrido la noche anterior.

Contra mis deseos, abrí la puerta del auto, tiré mi chaqueta en el asiento trasero y me coloqué los audífonos.

Observé cómo mi madre bajaba emocionada las escaleras tras cerrar con llave la puerta principal.

Mi padre, cerró el maletero y fue a su encuentro; le tomó por la cintura, la levantó del suelo y giraron abrazados como dos recién casados.

Se veían felices. Después de tanto intentar, finalmente lo habían conseguido, y eso era motivo suficiente para celebrar y escapar unos días del bullicio de la ciudad.

Suspiré y me acomodé en el asiento del auto. Tomé mi celular y presioné "play"; la música inundó mis oídos y pronto estuvimos en marcha.

El camino estaba flanqueado por enormes árboles. El cielo, antes brillante, se tornaba cada vez más gris; un velo de espesas grises adornaba el lugar donde alguna vez estuvo el sol, un reflejo de los sentimientos que albergaba en ese instante. 

Recosté mi rostro sobre el cristal, cerrando los ojos por un momento, tratando de calmar los pensamientos que dominaban mis emociones. Abrí los ojos y observé cómo la exuberante vegetación nos envolvía, dejando atrás la ciudad.

Mis padres, entusiasmados, intercambiaban miradas cómplices y sonrisas cálidas. Mi padre tomó la mano de mi madre y la besó suavemente. "Te amo", dijo, antes de centrar nuevamente su atención en la carretera.

El viaje parecía eterno. Las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre el auto y el viento hacía bailar las copas de los árboles.

Sin embargo, allí estaba, atrapado camino al lago, imaginando que sería el fin de semana más largo y estresante de mi vida.

Con cada relámpago que iluminaba el cielo, retumbaba la tierra por el gran estruendo ocasionado por los truenos y la inquietud se apoderaba de mí. Necesitaba salir de ahí.

No podía evitar pensar que podría haberme quedado en mi habitación, distrayéndome de cualquier manera posible después de aquella inesperada sorpresa.

Sin embargo, allí estaba, atrapado camino a la casa del lago, imaginando que sería el fin de semana más largo y emocionalmente agotador de mi vida hasta ese instante.

Poco más de una hora después, alrededor de las nueve, llegamos a nuestro destino. Mi madre se apresuró a salir del auto y mi padre, sin perder tiempo, bajó nuestras cosas del maletero y desapareció tras las puertas de madera maciza.

La lluvia continuaba cayendo a cántaros y las habitaciones tras los ventanales de vidrio comenzaban a iluminarse poco a poco.

Tomé la chaqueta que había permanecido todo el viaje sobre el asiento y la coloqué sobre mis hombros. Abrí la puerta del auto y sentí cómo cada gota de agua arremetía contra mi piel.

Al atravesar las puertas, el calor emitido por la chimenea en la amplia sala de estar arropó mi húmeda piel. Sacudí levemente la cabeza y me quité los audífonos para escuchar a mi madre gritar desde la cocina. 

"Xavier, querido, date una ducha con agua tibia y ven por un poco de té caliente, estás todo mojado". En ese mismo instante, mi padre me extendió una toalla y me entregó mi mochila. "Hazle caso a tu madre", dijo. Resoplé y asentí, quitándome los zapatos.

Caminé por el pasillo, atravesando la sala de estar cuyos ventanales se alzaban desde el suelo, ofreciendo una vista singular del lago, cuya superficie permanecía inquieta ante la lluvia y el viento, hasta llegar a mi habitación.

Abrí la puerta y me tumbé directamente sobre la cama, ignorando las instrucciones anteriores. La iluminación era tenue, y el sonido de la lluvia y el viento danzando entre las hojas resonaba en mis oídos. La pesadez tomó control sobre mis párpados y sucumbí a la oscuridad.

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