18. Latir

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Tenemos que hablar. Necesitamos hablar. Ambos lo sabemos pero ninguno posee el valor necesario.

Pero debemos hacerlo.

Nunca antes había experimentado esta sensación. Es extraña. Un gran, gran peso ha salido de mi interior pero con él se ha ido una parte de mí. Me han arrancado un trozo de mi corazón y por alguna razón sé que no me lo van a devolver. Es como si te hubieses quitado un parásito de tu cuerpo y se hubiera llevado un trozo de piel con él.

Duele.

Por primera vez, dejo a un lado las tonterías y las chiquilladas y hablo yo, directa al grano.

Yo: Rodrigo.

Tarda unos minutos pero continúo firme.

Rodrigo: ¿Sí?

Yo: Quiero verte, hablar contigo.

Rodrigo: ¿Por qué?

Yo: ¿Puedes quedar o no? No me hagas perder el tiempo.

Por un momento me arrepiento de lo que acabo de escribir. Rodri no contesta, escribe durante un buen rato, para y vuelve a escribir.

Rodrigo: ¿Dónde y cuándo?

~***~

Me costó pensar en un lugar adecuado. Junio aquí es insoportable. Le propuse ir a su casa o a la mía pero él se negó. No sé por qué. Decidimos ir a donde empezó todo: El Rodeo.

Antes nos reunimos en la Plaza de Colón.

Suena desagradable pero me siento como un cerdo que se dirige al matadero. Ha llegado antes que yo a pesar de que he intentado ser lo más puntual posible.

Llego a la plaza por un lateral, lo miro de perfil, está apoyado en el obelisco con la rodilla flexionada. Lleva puesto los cascos que se esconden entre los rizos de su cabello. Tiene las manos en los bolsillos y mira al frente pero sin observar nada en concreto.

Mi miedo aumenta a medida que me aproximo a él. No me mira cuando oye mis pasos.

Llego a su altura y se gira hacia mí, con lentitud.

Son apenas unos segundos pero son unos segundos demasiado incómodos. Dudo en saludarle con dos besos o decirle si quiera "hola".

Ninguno de los dos se mueve. No me atrevo.

Él es el que habla.

—¿Vamos?

Asiento con la cabeza.

Me sitúo a su lado y nos dirigimos hacia el parque. No hablamos ni nos miramos. Caminamos como dos desconocidos.

Nada más atravesar la verja de El Rodeo se para en seco. 

—¿Dónde quieres ir ahora?

—Hace calor.

—Eso ya lo sé.

Lo miro reprochándole esa hostilidad.

—Pues vamos a algún sitio en donde haya sombra.

Rodrigo se pone en marcha sin esperarme. Es un autómata que sigue mis indicaciones para cumplir e irse lo antes posible.

—¿Por qué no querías que quedásemos en nuestras casas? —quiero saber.

—Para que no montemos un escándalo como la última vez y así podamos guardar las formas en un lugar público.

—Ah...

Vamos más allá del lago. Al menos, corre un poco de brisa. Los árboles cantan cuando pasamos por debajo de ellos. 

DespertarWhere stories live. Discover now