10:00 am {Brenner}

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Cerré con fuerza la puerta de la oficina.

Tenía veintiocho años.

Estaba cansado, estresado y tan solo eran las diez de la mañana.

TODO estaba saliendo mal.

Primero, mi incompetente asistente había olvidado el regalo de Cathy en el metro de la ciudad y solo Dios sabía en donde habría terminado.

Segundo, el pastel de cumpleaños, el famoso pastel que me había estado pidiendo hecho completamente de chocolate había sido aplastado por un auto en los tres segundos que lo coloqué en el suelo para poder cerrar el maletero.

Mi mala suerte parecía un mal chiste sacado de algún stand-up de principiantes o alguien me hubiera hecho mal de ojo. Y a pesar que no era supersticioso, sentía que todo esto tenía que ver con la lectura de cartas que mi hermana intentó hacer el fin de semana.

Veo una semana difícil, pero hay una luz al final del túnel.

Eso había dicho fingiendo un tono misterioso en la mesa de su casa, pero yo solo vi un montón de dibujos extraños en esas cartas que había comprado en una tienducha que olía a incienso y aceites esenciales.

Me detuve frente a las puertas del elevador.

Por lo general mi asistente se encargaba de llevarme café a la oficina, pero estaba sintiéndome tan frustrado que decidí que no me haría daño tomar algo de aire libre y comprarlo en la pequeña cafetería frente al edificio.

Un latte con caramelo salado no iba a arreglar todos los problemas de mi vida, pero una vez sintiera el sabor del chocolate acaramelado en mis labios podría relajarme y pensar en una alternativa viable para resolverlos.

Tomé una bocanada de aire antes de presionar el botón. A los pocos segundos, el tintineo resonó en el vestíbulo y las puertas se abrieron.

Me adentré en el estrecho cubo de metal, intentando mantener mi distancia de la otra figura que estaba en el elevador antes que yo porque no tenía la paciencia suficiente como para decir más que un buenos días a esa hora y cerré los ojos.

La música de aquella mañana parecía ser una mezcla más suave de Tik Tok de Kesha e intenté concentrarme en la letra o el ritmo de la canción y no en las cuatro paredes de espejo.

Era mi rutina diaria, una de las muchas que mantenían mi cordura durante el tiempo que tomaba. Pero, por alguna extraña razón, no pude sentir ni una pizca de calma mental.

Fue como un mal presentimiento que puso en alerta partes de mi cabeza que no sabían que podían estarlo e inconscientemente terminé abriendo los ojos.

Y no pude evitar que cayeran sobre la figura a mi lado.

Lo primero que noté fue su cabello dorado cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, algo despeinado (como si recién se hubiera levantado) y sus rectas cejas oscuras se fruncían en el entrecejo mientras su rostro era iluminado por la luz de la pantalla de su teléfono.

Vestía de forma elegante, pero no como las otras directoras ejecutivas o personas importantes de la empresa, sino como una simple asistente que compra su ropa en tiendas de segunda mano o H&M.

—¡Mierda! Batería baja. —Metió su teléfono con brusquedad en su bolso.

Cuando hizo eso pareció ser consciente de que no estaba sola. Su mirada se fijó en mis lustrosos zapatos negros de cuero y fue subiendo por todo mi cuerpo hasta que sus ojos se encontraron con los míos.

Eran cafés.

Grandes y bonitos ojos cafés.

Hubo un pequeño momento de silencio entre ambos, donde parecía que intentábamos procesar en qué tipo de situación social nos encontrábamos mientras la música seguía sonando.

Yo tenía lo que muchos definirían como una cara de cabrón y no tenía que verme en los espejos del ascensor para saber que debía tener esa mirada por la que era tan conocido en el edificio.

Por eso no me sorprendió que la mujer de ojos cafés frunciera el ceño y apretara los labios.

—¿Qué miras?

Fruncí el ceño.

Ella hizo lo mismo y enfocó la mirada en las puertas del elevador, claramente en un intento para ignorar mi presencia.

Suspiré antes de regresar la mirada al frente.

Fuese como fuese, parecía estar tan estresada por su día como yo.

Después de un tiempo el estrés se convertía en un malsano estilo de vida y la mayoría de las personas de la empresa éramos así.

No podía negar que la paga era buena y gozábamos de algunos privilegios, pero al final luego de siete años trabajando no puedes evitar cierto vacío existencial cuando te levantas todas las mañanas y activas el piloto automático para completar la rutina.

Habíamos alcanzado el piso treintaicuatro cuando, de repente, el elevador se detuvo con tanta brusquedad que perdí el equilibrio y mis rodillas golpearon el duro mármol del piso.

Las luces de emergencia se encendieron y la música se cortó.

Tardé un poco en procesar lo que estaba pasando.

El elevador se había detenido.

Las luces de emergencia se habían encendido.

Estaba atrapado.

Mierda. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora