11:00 am {Brenner}

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—Es-toy. —La chica se quedó en silencio por un momento, observando las luces con sus grandes ojos marrones—. A-bu-rri-da.

Rodé los ojos mientras intentaba no pensar en las paredes. En cómo sentía que se cerraban dejándome en un espacio muy, muy pequeño del que no me podía ni mover.

Entonces venía esa horrible sensación, esa opresión que me ahogaba y oprimía mi cuerpo hasta hacerme sentir como la cosa más insignificante del mundo.

Tomé la pequeña bolsa de papel que olía a chocolate y empecé a intentar respirar controladamente.

Uno. Dos. Tres. Respira. Uno. Dos. Tres. Respira.

La chica me miró de reojo por unos segundos, luego volvió cerrar los ojos.

Uno. Dos. Tres. Respira.

No tardé en controlarme y pude dejar la bolsa de papel a un lado para evaluar mi situación.

Estaba atrapado en un elevador con una de esas pequeñas personas de rangos bajos que despreciaban a los directores ejecutivos principales y tampoco le había dado mi mejor presentación con ese primer intercambio de palabras.

—¿En serio eres claustrofóbico? —Abrí los ojos y miré a la chica. Aun parecía molesta, pero al mismo tiempo detecté cierta pizca de preocupación—. Debe ser muy difícil subir por el elevador todos los días...

—¿Y me hablas de nuevo? —dije como si fuera algún tipo de respuesta automática.

Parecía ofendida, aunque para ser sinceros yo también lo estaría después de respuestas tan cortantes o el haberme referido a ella como la chica de Graham.

—¡Hey! Solo intento ser amable, eres un director ejecutivo insoportable.

—Está en mi genética —respondí para luego cerrar los ojos nuevamente.

—¿Entiendes que tal vez nos quedemos atrapados aquí por un largo rato?

Asentí. Pude sentir como la chica sonreía.

—Bien, creo que no nos hemos presentado de manera CORDIAL, me llamo Amy Branwell y soy SOLO secretaria de Roger Graham. —Se quedó callada por un rato. Pasaron dos minutos y la chica emitió un gracioso gruñido de molestia—. Ahora es tu turno, es lo mínimo que podemos hacer en una situación así ¿no crees?

Odiaba las presentaciones, pero tuve el presentimiento de que era del tipo que no se rendía con facilidad y preferí ahorrarme otro rato de atosigamiento.

—Soy Brenner James... y bueno, soy uno de los directores ejecutivos de la empresa o como tu gente nos llama, los hijos de puta.

Hubo un silencio raro y por alguna razón abrí los ojos.

Amy me estaba observando como si yo fuera algún tipo de laberinto en el periódico y por su expresión de cejas elevadas tuve el presentimiento de que no se iba a callar como creí.

Nunca había soportado mucho a las personas extrovertidas y parlanchinas como ella, pero por alguna razón no me estaba molestando tanto como otras veces.

Tal vez porque ella tenía razón y estar dentro de la caja mortal no nos dejaba muchas opciones.

—Hijos de puta, imbéciles, malditos, malnacidos... —Chasqueó la lengua—. Vaya, tienen una larga lista de apodos.

—Y muchos más —le dije mientras volvía a cerrar los ojos.

No pienses en las paredes... no pienses en las malditas paredes.

—Eres tan antipático...

—Y tú excesivamente parlanchina.

Escuché el sonido del cierre del bolso y como desenvolvía el plástico de algo. Abrí los ojos y mientras intentaba no pensar en las paredes vi que se llevaba una menta a la boca.

Ella captó mi mirada sobre ella y me ofreció otra menta. Pensé que sería el mayor cabrón si no la aceptaba, así que la tomé y dejé que el sabor inundara mi boca y me tranquilizara.

—¿Sabes?... eres más simpático cuando no hablas.

—Y tú menos molesta.

—Algunas personas encuentran fascinantes mis temas de conversación —dijo a la defensiva.

—Graham los encontrará interesantes en la cama.

La rubia me dio una mirada con sus espesas cejas en un ceño fruncido y yo no aparté mis ojos de ella.

Debo moderar más mi actitud de soy un total cabrón a la actitud que pongo cuando estoy con Cathy.

Su nariz era pequeña y algo respingada, sus labios eran algo gruesos. Muy bonita en realidad, pero había algo en ella que no encajaba con el perfil de chicas de Graham. La mayoría eran castañas, bajas y con esa mirada un tanto sumisa.

Pero esta parecía parlanchina y muy rebelde.

—¿Qué miras? —preguntó haciéndome sobresaltar.

—Solo... intentaba entender por qué razón Graham te escogió, no eres su tipo de chica.

Amy siguió con el ceño fruncido. Su nariz se arrugaba cuando hacía eso, por alguna razón pensé que era algo tierno.

—Soy el tipo de cualquiera... o por lo menos si esa persona me permite ser de su tipo. —Negó con mucha seguridad—. Pero no me gusta Graham, solo mi idiota jefe que me tiene hasta el cuello revisando estados de cuentas.

Sonaba muy segura de sí, pero después de haber conocido a Graham desde mis inicios en la empresa no podía asegurar que fuera así por mucho tiempo.

—Bien —respondí —. Solo te advierto, puede llegar a ser muy persuasivo algunas veces.

—Suena a una basura de tipo, una que no te cae bien —murmuró y me pareció que tenía demasiada confianza para hablar así de sus superiores—. Si es así ¿Por qué no lo despides?

Y esa era la pregunta del millón. ¿Por qué no despedir a Roger Graham para no tener que soportarlo más?

Después de todo no era más que un idiota al que le encantaba hablar mal a espaldas de los demás, no paraba de pasarse de listo conmigo y clasificaba a las mujeres de los pisos durante las espantosas reuniones después del trabajo con palabras que me negaba a repetir en mi mente.

Sí, era una horrible persona. Pero la respuesta era sencilla en términos de negocios.

—Sus números son muy buenos y ni hablemos de la cantidad de años que tiene en la empresa —respondí sintiéndome mal por decirlo de manera tan mecánica, como si estuviera bien lo que hacía—. Tal vez no sea un director ejecutivo, pero es alguien muy importante e imprescindible.

Amy no dijo nada. Solo frunció los labios y miró su reflejo en la pared.

Su silencio solo hizo que el ambiente se volviera más pesado. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora