12:05 pm {Brenner}

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—Nací y crecí aquí, estudié en una escuela primaria pública y en una secundaria pública, ya sabes, ser porrista, estudiar, ir a fiestas, cosas típicas de secundaria —dijo tomando la iniciativa—. Luego escogí una carrera en la universidad que me llenara de dinero y por eso escogí administración de empresas... me gradué hace un año para después trabajar en una empresa pequeña de cerámicas y ahora aquí.

La chica en serio estaba aburrida como para contarme eso. Era una chica amable, sociable y muy simpática. Odiaba a las personas simpáticas. ¿La razón? Me hacía sentir muy mal tratarla de manera tan seca y dura.

Pero ni mi voz monótona ni mi eterna cara de seriedad ayudaban mucho a mi imagen. Tal vez sí merecía todos esos apodos por los que me llamaban en la oficina.

—Interesante —dije intentando no ser sarcástico... pero pasó exactamente lo contrario.

Amy frunció el ceño.

—A ver, te toca a ti ¿Cosas interesantes de tu vida?

¿Mi vida era interesante? Se basaba en trabajar, comer, dormir y pasar el día con Cathy. Pero ante la mirada de esos insistentes ojos cafés decidí hacer mi mejor esfuerzo.

—Bien, nací y crecí aquí, fui estudié en escuela privada y también en una universidad privada... me gradué y conseguí trabajo aquí hace siete años, soy director ejecutivo desde hace tres años.

Amy me observó con atención. Como si esperara que dijera otra cosa, pero eso era todo.

Mi vida no era nada extraordinaria o si quiera un buen plot para una película. Solo la vida de una persona normal que trabajaba en una empresa multinacional de telecomunicaciones.

—¿Solo eso? —Parecía sorprendida—. ¿Nada interesante? ¿Fiestas locas, borracheras, citas memorables?

Encogí los hombros.

De por sí era extraño que una persona quisiera intercambiar más de dos palabras conmigo, pero el que quisiera saber más de mí... Eso para mí era increíble

—Creo que soy la persona menos interesante que podría conocer señorita Branwell.

—No me llames señorita Branwell, llámame Amy ¿Sí?

Parecía tan confiada de mí. Bien. Ahora podía dejar de llamarla Amy en mis pensamientos.

Por lo menos no se estaba burlando de mi claustrofobia. Bueno, hasta el momento. Pero si quisiera hacerlo ya lo hubiera hecho ¿O no?

—Bien, Amy —dije intentado ser amable.

Pero el tono cortante salió solo. Amy alzó las cejas, pero una sonrisa se dibujó en sus redondos labios.

—¿Siempre eres así? ¿Nunca has tratado de forma amable a nadie?

Era una buena pregunta ¿Nunca había tratado de ser amable? La verdad para mí no era una opción. Me costaba hasta sonreírle a mi familia.

Durante mi adolescencia ellos lo llamaban: la etapa amargada. Pero esa "etapa" nunca había pasado. La única persona de mi familia a la que trataba con amabilidad era a Cathy.

O por lo menos creía hacerlo. Supongo que ella encontraba mi constante estado de tipo odioso un tanto gracioso.

Inclusive me costaba ser amable con las chicas con las que había salido durante la secundaria y la universidad. No entendía por qué, solo era mi forma de ser.

—No lo recuerdo y no quiero hablar más de eso.

Ella se sentó con esas lindas piernas cruzadas.

—Es un escudo ¿Verdad?

La voz de Amy me sacó de mis pensamientos. La observé sin comprender a lo que se refería.

—Ya sabes, todo eso de ser un cabrón... bueno, la verdad no tienes pinta de ser un cabrón malnacido, más bien pareces un nerd de Star Wars que siguió la frase de Bill Gates.

—¿No me consideras un... maldito?

Y para mi sorpresa, negó.

—Si te considero bastante molesto solo que... —Pausó sus palabras por un momento, como si intentara poner en orden sus ideas, fruncía los labios cuando pensaba—. Bueno, no luces como uno, es decir, pareces una de esas personas a las que molestaron mucho durante la secundaria y luego decidieron odiar al mundo entero por eso. Si es así entonces no te consideraría un cabrón del todo, solo una persona poco comprendida.

—¿Y si... no lo es?

Amy se recostó de lado, apoyó un codo sobre el duro suelo y la barbilla en su palma abierta para sostenerme la mirada. Es solo hizo que la silueta de su cuerpo, con curvas que iban desde su cintura remarcada hasta sus caderas redondeadas, se resaltaran.

—Entonces sí eres un maldito.

Alisé la tela de mis pantalones, un poco inquieto.

Por esos ojos marrones sobre mí, por la silueta de su cuerpo, por sus lindas piernas y la manera en la que podía dominar las conversaciones con solo una pregunta.

Por un segundo, dejé de pensar en las paredes cerrándose.

—Pero no me conoces, no puedes juzgarme de esa manera si no me conoces.

Amy sonrió.

—Entonces déjame conocerte. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora