Capítulo 10

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—¿Castigada? —preguntó Sebastian, batallando con una camisa que no le quería entrar por la cabeza mientras Ginger estaba tumbada en la cama y ocultaba su sonrojada cara en la almohada.

Se había devanado sus pelirrojos sesos buscando una alternativa para que Sebastian entrara a la casa sin que sus padres se dieran cuenta.

Luego de que su cerebro se iluminara, fue por la manguera del jardín, llamó  a Sebastian y lo atacó con el chorro más potente que le ofrecía la boquilla. Una vez en su tierna forma animal era fácil entrar por la ventana.

—Hasta la graduación —dijo ella con la voz amortiguada contra la almohada.

—¿No te dejarán asistir a tu graduación?

Ginger levantó la cabeza y miró por encima de su hombro. Su sacrosanto pudor le decían que apartara la vista de los ciento ochenta y cinco centímetros de humanidad de Sebastian, pero era condenadamente imposible no mirar cada surco de su perfecto abdomen mientras se deslizaba la camisa hacia abajo.

Él la atrapó husmeando y una sonrisita coqueta bailó en sus labios. Ginger apartó la mirada a un sitio más seguro.

—Claro que me dejarán ir, no pueden prohibirme eso.

—¿Y de qué te quejas entonces?

Ginger hizo un mohín.

—Nunca me habían castigado.

—¿Nunca?

—¡Nunca! —observó la cara de estupefacción de Sebastian y luego enarcó una ceja—¿Tan normal es para ti estar castigado que te sorprende que sea la primera vez para mí?

Sebastian se acercó al borde de la cama y se sentó con sus típicos movimientos lentos.

—No soy tan malandro como parezco —su voz era como un ronco ronroneo—... aunque una vez estuve en prisión, pero no tuve la culpa.

—Ajá, sí.

—Es en serio —clavó la mirada en ella sin dar muestras de vacilación.

—Oh...Dios —Ginger se pasó la almohada para adelante y la abrazó— ¿Debería tenerte miedo?

— ¿A un tipo que corría desnudo en vía pública? Sí, ten mucho miedo.

Ginger le arrojó la almohada a la cabeza y el soltó una risa profunda.

—Le pudo haber dado un patatús a alguna anciana.

— ¿Qué querías? Acababa de cambiar de forma y tenía que llegar a casa de la señora Lovett.

—Bueno, al menos no perdiste la memoria, yo ni siquiera puedo recordar lo que pasó en la fiesta.

Sebastian se puso tenso.

— ¿Nada?

Ginger torció los labios.

—Recuerdo que Kevin me acosaba y luego...—movía los ojos de un lado a otro como si estuviera viendo las escenas de una película que solo ella podía ver— Keyra lo ahuyentó y me llevó a la barra y después... nada— Se presionó las sienes con los índices y cerró los ojos apretándolos.

Cuando los abrió, su mirada tocó la de Sebastian.

—Tú debes saber más que yo ¿Qué estaba haciendo cuando llegaste?

Sebastian se atragantó con su propia saliva y empezó a toser frenéticamente, incluso más de la cuenta para ganar tiempo. Ginger se empeñó en la tarea de darle palmadas en la espalda.

—Eh, tranquilo.

Tocándose el cuello y respirando dificultosamente dijo:

— Estabas perdidamente ebria como una cuba, bailando y cantando sobre una mesa en el jardín —le confesó, ya no valía la pena mentir—. Todos te tomaban fotos con sus celulares y luego dijiste que yo tenía un...

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora