La melancolía volvía a golpear su puerta.
Y la ausencia de Elías, tampoco ayudaban.
Tocó la cicatriz en su frente.
Las imágenes y los recuerdos zumbaban a su alrededor.
—Basta, León— sonreí sobre sus labios. Él me apretó contra su pecho devorándome la boca. Su camisa desprendía un aroma a cerveza que me volvía loca.
Habíamos estado bebiendo un poco, pero nada malo pasaría.
Subimos a su auto, en un rápido movimiento. Coloqué mi cinturón encendiendo un cigarrillo.
León cambiaba la radio, y la dejó en mi canción favorita.
Reía mientras cantaba lo más fuerte que podía.
Le compartí el cigarrillo dos segundos.
Dos segundos que fueron suficientes.