Capítulo 37.

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El moretón de mi ojo y la daga en mi labio habían sanado, como todas las heridas y golpes que había tenido en todo ese transcurso. Ese mismo día, en la noche Kurt se apareció en los cuartos, me tomo de la mano, entrelazando sus dedos con los míos hasta llevarme a la cocina, ahí saco un paño y alcohol.

Yo lo miraba con ojos de una chiquilla loca y enamorada, sentía que él era parte de mí ya, su espíritu y el mío eran uno solo, simplemente a veces me confundía por tantas cosas que hacía, aun no terminaba de entender que si teníamos algo, no podía ser del todo bueno, teníamos que cuidarnos las espaldas de cada uno de nosotros, simple y sencillamente no se podía estar en paz, él iba de un lado para otro y yo solo me quedaba ahí, en ese tetrico lugar.

Cuando él se iba, una parte de mi alma y espíritu se iban de tras de él, mis pensamientos cabalgaban día y noche por saber quién era en realidad y adónde iba ¡Si él iba a estar bien! Sí regresaría de nuevo a mi lado tan siquiera unos momentos.
- Estas mirándome así otra vez. -Dijo y arqueo la boca mientras curaba mi labio.

- Siempre te he visto de la misma manera. - Conteste.

El soltó una carcajada nerviosa.
-Mentirosa.

Yo sonreí sin quitarle la mirada de encima. - Me pones nervioso, por favor deja de mirarme.
-No te estoy mirando... - Conteste recordando aquel momento en el que no paraba de mirarlo y le conteste lo mismo.

Su sonrisa sincera se iba difuminado poco a poco. Igual que mi ceño se tornaba fruncido al mirarlo. Di un suspiro.
- No pude defenderte.

-Ya no importa. - conteste.

Paso saliva y seguía. - Tenemos que dejar de vernos, la gente sospecha.
- ¿Vas a dejarme otra vez? - pregunte con un hilo de voz.

Él se levantó. - Nunca te he dejado. - Yo lo miraba desde la cocina se acercó a mí con rudeza y me posó en su brazos que me apretaban fuerte, acto seguido me beso unos segundos y se marchó dejándome en la cocina.

[...]


Diciembre, 1943.



Me sentía cansada, nada nuevo de lo que me había sentido meses atrás, así era aquello; llegan judíos, maltratan judíos y matan judíos. Nosotros, los judíos de oro nos sentíamos como una basura al solo observar cómo humanos aniquilaban a su propia raza. Un animal se comportaría mejor que nosotros los seres humanos, nosotros somos los que destruimos todo a nuestro paso.

En ese tiempo Ruth me dijo que cumplió seis años. Fela se ve cansada y muy delgada, casi en los huesos, Alaric se arriesgaba vida cuidando a Fela y a Ruth también, mientras que de mí se encargaba Kurt, pero eran extrañas las veces que lo veía, desde lo último que paso el solo se acercaba a mi sin decirme nada, me dedica una mirada extraña y se iba, por otro lado hemos sufrido humillaciones, y golpes por parte del oficial Wilm Goldschmidt.

El peso de los años me doblaba la edad, parecía una anciana de cincuenta años, pero solamente acaba de cumplir los dieciocho. Cansada, delgada, ojerosa y sin nada por que seguir. Llegaron a obligarme a meter las manos a la fosa, llena de partes humanas, sangre, excrementos y gusanos, algunos preferían ser perforados con plomo a hacerlo. Lo hice un par de veces y por supuesto que vomite, pues creí que nunca volvería a sentir la sensación de las larbas retorcerse en alguna parte de mi cuerpo, vomite tanto que me lastime la garganta y ni siquiera podía hablar con claridad, estaba afónica, mis rodillas y mis manos estaban resecas, tanto que estas se cuarteaban, ardían y sangraban, yo algunas veces apestaba tanto que me daban arcadas, siempre en hora de labores me paraba frente las verjas de espinos, preguntándome que habría del otro lado, ni siquiera podía tocarlas, por ellas corrían electricidad, no veía nada del otro lado más que libertad, la que nunca pensé a volver a tener, en momentos Fela y yo jugábamos con la pequeña Ruth, Fila y yo tomándola de cada brazo y levantarla en el aire.

Aquel día ya había terminado, caminamos por el suelo terroso hacia los cuartos, acosté a Ruth en su catre, Fela y yo hicimos lo mismo.

Ese momento estaba logrando dormirme, imaginaba que estaba en una de esas camas lujosas donde solía dormir cuando vivía con Tessia, ella todo el tiempo estaba en mi mente, siempre que la recordaba sonreía. Un grito infernal me hizo despertar de un salto, salte de mí catre a ver qué ocurría era Fela la que bramó tan horriblemente.
- ¿Por qué gritas? - pregunte exaltada.

Ella tenía las ojeras húmedas, gimoteaba tanto que ni siquiera podía hablar, sin darme una respuesta, levanto el dedo índice y señaló detrás de mí, di media vuelta y de un salto mire lo que no esperaba. Helga estaba muerta, había perdido el sentido, sus pies casi rosaban el suelo, su cuerpo se balanceaba de un lado a otro, con una cuerda al rededor del cuello, colgada de las vigas de madera, los rayos del sol daban un brillo a su cuerpo frio, y los ojos abiertos con las pupilas dilatadas, era desagradable, alguien tenía que bajarla de ahi. Di un suspiro al mirarla y tome a Fela en mis brazos, Ruth se despertó y la miro balanceándose de un lado a otro.
-Otra vez está tratando de volar - Manifestó con inocencia tallándose los ojos con las manos.

Esa misma tarde el cuerpo de Helga fue arrojado a la fosa, en menos de cinco días la descomposición hizo su trabajo. Estábamos en Diciembre ahora más que nada luchábamos contra el crudo frio, unos cuantos comenzaban a toser con continuidad y frecuencia, tenía el temor que esa tos fuese contagiosa y contagiara a Fela o a Ruth, pues la mayoría se comenzaba a quejar de su tos seca con sangre, fiebre y pérdida de peso, la pérdida de peso no era un síntoma de esa extraña tos pues todos teníamos desnutrición severa. Era tanto la queja que se mataban los unos a los otros para que esa extraña enfermedad no contagiara a un tercero.

Cada vez que íbamos a los cuartos tratábamos de cubrimos la cara con la sabanas, para que la sangre que salía de sus bocas no nos pegara, pero en los cuartos estábamos tan cerca uno del otro que casi era imposible.

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La Sombra Del Holocausto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora