Concierto en la calle

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El mejor día de mi vida, me sentía completa en él y complementada contigo.

—7:30 de la mañana del Sábado ¿Qué estas planeando?— pregunté sonriendo y te di un beso en la mejilla.

—Muy buenos días, manos locas de pianista—mostraste alegría en las palabras—. Hoy será un día inolvidable.

—Pero siempre lo haces inolvidable con tal sólo llevar tu guitarra a todos lados.

—Entonces será más que inolvidable—encendiste el coche—. Abróchate el cinturón.

—Un segundo, el carro huele a.... ¿Pollo?

—Sí, bueno—soltaste una carcajada—. Tenía la esperanza de que no lo notarías.

— ¿Por qué?

—Seremos caritativos con la la gente necesitada.

—¿Hablas en serio?—se iluminaron mis ojos—. Es una estupenda idea poder ayudar a las personas. ¿Cuántos pollos compraste?

—Lo suficientes.

—Eres estupendo—besé tu mejilla y el auto arrancó.

Llegamos a la comunidad donde se encontraban los indigentes, me partió el corazón el ver cómo viven, no sólo quería darles de comer, quería darles abrigo, quería darles más que esto, pero no tenía idea que íbamos a hacer esto, me arrepentí de no haber estado preparada. Lloré tenuemente, y me dirigí a unos niños pequeños con ropa percudida, les sonreí y vi sus delicados rostros iluminarse.

—Hola pequeños, no les haré daño, pueden confiar plenamente en mí.

—Hola—dijo el niño más grande de edad—¿Que está haciendo aquí una chica tan arreglada en un lugar como el de nosotros?

—Yo sólo quiero invitarles un poco de comida.

—¿Ya es Navidad?—preguntó un niño con rulos de una edad de 6 años.

—No pequeño, aun no es Navidad—respondí aguantando las ganas de llorar.

—¿Entonces por qué nos darán comida?—cuestionó un chico de ojos cafés oscuro.

—No debe haber un día específico para poder ayudarlos—hablé con voz quebrada y me volví hacia mi músico, ósea a tu, que estabas del otro lado de la calle hablando con unos ancianos mientras les ofrecía comida—¿Entonces si quieren pollo?

—Sí por favor—respondió una niña.

—Bien yo les serviré en todo lo que pueda—saqué unos platos desechables y comencé a repartir la comida. Ellos entusiasmados comieron, les enseñé a dar gracias a Dios por la comida, y me quedé un tiempo más platicando con ellos, conté uno que otro chiste y ellos se reían de verdad.

Nunca había visto algo tan hermoso como la sonrisa de un niño tan lleno de vida, con esperanza en los ojos, a pesar de sus tiempos difíciles.

No pude evitar abrazarlos a todos, en seguida a una niña le gustó mi collar que llevaba, no dudé en hacerlo y se lo regalé, al igual que mis pulseras a dos niñas más pequeñas que ella.

—¿Y bien?—te acercaste a mí—¿Cómo te va?

—Es doloroso, se siente en el corazón cada acción. No contengo las lágrimas.

—Es parte de eso—contestaste sosteniendo mi mano fuertemente

—Seguiré con las demás personas—te solté con sutileza.

—Oye espera—me detuviste—. Dales estos volantes, por favor.

—Claro—los tomé sin siquiera mirarlos y los repartí a los primeros niños.

A un músico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora