CAPÍTULO UNO

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Como Presidente de Ecuaduras del Norte, Santos rara vez salía al público sin su uniforme militar de color lavanda. Era famoso por su generosidad, por su poder de la oratoria y sus habilidades para el liderazgo. Pero, más que nada, era famoso por su apariencia. Santos sentía que la presentación lo era todo, en especial en la política, y nunca salía de casa sin antes peinarse el cabello, desempolvar sus solapas, y revisarse los dientes al espejo. Así que puedes imaginarte lo estresado que se sintió cuando se cayó de su caballo y dentro de un traicionero montículo de estiércol.

Nuestra historia comienza un sábado como cualquier otro sábado; solo que, este día, Santos decidió salir a dar un paseo. Lo normal era que lo acompañase un séquito de personas pero, esta vez, Santos quería estar solo. Verás, Santos estaba frustrado con las personas en su vida. Nadie lo entendía por quién él era en verdad. Sí, él era El Presidente, pero también era un ser humano; con fortalezas y debilidades, y miedos como cualquier otro. A pesar de que a Santos le encantaba ser admirado por sus compatriotas, estaba cansado de sentirse como una estatua. Ansiaba algo real.

Tal vez Santos se cayó del caballo de forma intencional. Quizás, en el fondo, deseaba revolcarse en el barro y sentir la tierra entre las yemas de sus dedos. Pero en el momento, cuando Santos se cayó de su semental y en el suelo fangoso, no estaba para nada emocionado. Su rostro estaba cubierto de lodo y su traje militar de color lavanda, antes limpio e impecable, se había arruinado por completo. Cuando Santos intentó ponerse de pie, se resbaló al instante y volvió a caerse en el barro. Luego, ¡su caballo vio un ciervo y salió corriendo rumbo al horizonte! Y así fue como, este sábado, a causa de una serie de eventos muy desafortunados, el Presidente de Ecuaduras del Norte se encontró varado en medio del bosque.

Horas más tarde, Santos aún estaba caminando rumbo a casa. No tenía brújula ni sentido de la orientación y era seguro que estaba perdido. No suele ocurrir que un presidente deba encontrar su camino a casa solo, ¡y mucho menos a pie! Solo una persona pasó por allí en las tres horas que Santos estuvo caminando, pero pensó que se trataba de un mendigo y siguió cabalgando. Al parecer, sin su uniforme militar de color lavanda y su rostro limpio, Santos era irreconocible. Pero ese era el menor de sus problemas. Santos sabía que el sol pronto se pondría, y estaba preocupado por su vida. Llevaba una dieta estricta en base a proteínas y necesitaba comer bocadillos de alto contenido nutricional cada dos horas; de lo contrario, seguro perecería.

Momentos después, justo cuando el sol comenzaba a escabullirse detrás de las copas de los árboles, Santos visualizó una hermosa figura más adelante. No podía ver su rostro pero, por su espalda, pudo darse cuenta de que era preciosa. La miró con anhelo por un momento, mientras los latidos de su corazón se aceleraban. Luego dio un paso hacia ella. A pesar de que ella se encontraba a treinta metros de distancia, él ya podía sentir la química entre los dos: se le erizó el bello de sus brazos y gotas de sudor se deslizaron por su frente. Al caminar hacia adelante pisó una hoja por demás crujiente, lo que hizo que la mujer se diera vuelta.

Aquí, bajo los árboles que se mecían y el sol que se ponía, es donde nuestra historia de amor comienza. Desde el momento en que Santos y Blanca se miraron a los ojos, se enamoraron con locura y pasión. Con sus ojos fijos el uno en el otro, caminaron hacia el encuentro; lentamente, cada paso haciendo que sus latidos se acelerasen con deleite. Cuando al fin se alcanzaron, las palabras no fueron necesarias. Santos sostuvo el rostro de Blanca entre sus manos, mantuvo la mirada fija en sus profundos ojos marrones, y la besó con pasión. Luego separó sus labios, para mirarla a sus hermosos ojos una vez más.

-¿Quién eres? -preguntó Blanca, su mirada llena de asombro y admiración.

Santos debía elegir: podía contarle quién él era en realidad y arriesgarse a que ella lo tratase de forma diferente, como todo el mundo lo hacía, o podía hacerle el amor de forma apasionada bajo el sol del atardecer, y contarle todo después. Para sorpresa de pocos, eligió la segunda opción.

Las pasiones de SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora