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Lauren's POV

Entre los árboles, ella bailaba, y se movía sutilmente evitando los troncos rodeados de musgo, causados por el frío y la lluvia. Sus hombros eran rozados por las hojas de los sauces llorones que crecían a la orilla del río, y sus ojos se posaban en las raíces que sobresalían de los majestuosos y gigantescos árboles, que más bien parecían obra de los antiguos griegos, y se alzaban uno tras otro formando así una maraña de vegetación inmensa que se extendía por varios kilómetros. Su aliento, débil y tembloroso, salía de sus labios como si fuese a congelarse, expectante, gélido y cálido a la vez, buscando escapar de su boca al contraste con el aire frío. El verde de aquél bosque cautivaba, hipnotizaba, confundía los sentidos. Tan enorme y sin salida, pero a la vez tan maravilloso y abierto. Podías agobiarte, o podías perderte. Ella prefería perderse entre los árboles, la hierba, el musgo, los restos de nieve y los riachuelos cristalinos salteados con piedras que iban desde el blanco al negro tizón. Aquél bosque le abría la mente, refrescaba sus ideas, hacía que...

Escuché el crujido de las ramas y paré de escribir, levantando la cabeza del cuaderno. No mucha gente sabía manejarse en aquél bosque, pero si lo hacían eran cazadores furtivos. Los pasos y crujidos eran más fuertes, más cercanos, y comencé a asustarme hasta que vi a Charlie olisquear el suelo, y a Camila detrás con aquella correa en la mano. Me moví un poco, y el perro paró de moverse.

-¿Lauren? –Su voz era suave pero firme, no como la mía. Llevaba tres días sin aparecer por casa, tres días sin ir al instituto y un día sin hablarle a ella.

-¿Por qué estás aquí? –Pregunté sintiendo el frío recorrer mis mejillas, y apreté los labios mirándola.

-Porque te echo de menos y estoy preocupada. –Ella caminó hacia mí, y la cogí de las manos rápido para que no se cayese.

-¿Cómo me has encontrado? –Tragué un poco de saliva, y ella puso las manos en mis brazos.

-Te gusta el frío. Te inspira el frío, ¿dónde hace más frío que en el bosque? –Sus manos subieron hasta mi rostro, poniendo las manos en mis mejillas y las apretó un poco. –Lauren, estás congelada.

-Estoy bien. –Camila negó, abriendo un poco más las manos sobre mi piel.

-¿Dónde has dormido, Lauren? ¿Qué has comido? Está bien que no quieras ir a tu casa, lo entiendo. Ven a la mía. –Negué apartándome de sus manos, cogiendo mi cuaderno y metiéndolo en la mochila.

-No. No puedo ir mendigando ayuda de los demás por mis problemas, lo he aprendido con los años. –Me colgué la mochila a la espalda, colocándome bien el gorro.

-Eres una cínica. –Me dijo ella, con el vaho flotando entre nosotras, y casi me dolió eso más que todo lo que mi madre me dijo. –No el tipo de cínica que todo el mundo conoce. Eres como Diógenes. –Agaché la cabeza dejando que ella siguiese hablando. –No quieres ayuda de nadie, ni siquiera la mía porque crees que no la necesitas, pero sí que la necesitas.

-No quiero molestar a nadie, Camila. Y tú tienes un problema mucho más grave que el mío. –Ella se rio irónicamente negando.

-¿Cuál?

-Eres ciega. –Era la primera vez que lo decía sin titubear, aunque el frío me hacía tiritar.

-Si crees que ser ciega para mí es un problema, no me conoces bien. –Retiré la mirada de Camila desencajando la mandíbula, quedándome en silencio. –Entiendo que tengas miedo de que la gente se acerque a ti porque nadie más lo ha hecho. Entiendo que escondas tanta frialdad y dolor debajo de toda esa alegría, Lauren. Pero no intentes apartar a la gente de ti cuando intenta ayudarte.

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