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Lauren's POV

-¿Tú te crees que yo soy idiota? Levántate. Ya. –Me gritaba mi madre desde la puerta, pero la fiebre, los mareos, la tos y el dolor en el pecho me lo impedían. No podía moverme, y los escalofríos recorrían mi cuerpo a medida que mi madre daba golpes en la puerta. Pero yo necesitaba un médico desesperadamente, porque no podía respirar. -¡Que te levantes Lauren! –Gritó de nuevo, y mi padre asomó la cabeza por la puerta.

-Lauren, levántate, no quiero escuchar a tu madre gritar más.

Casi a patadas me sacaron de la cama, y en coche me llevaron al instituto.

-Me duele el pecho... –Decía casi sin aire, pero mi padre no respondía. Intenté respirar profundamente pero al hacerlo, un fuerte dolor en el pecho me inundaba, y sólo pude quejarme contra la ventanilla.

El frío de Vancouver era gélido, menos cinco grados aquella mañana, y lo empeoraba todo. La fiebre, el frío, el dolor en el pecho y la tos me acompañaban mientras encaminaba la entrada al instituto. Dando tumbos, intentando respirar pero no cogía suficiente aire, y mientras andaba por aquellos pasillos vacíos, comencé a toser, poniéndome la mano en la boca. Al separar esta de mis labios, algunas gotas de sangre cubrían la palma, y mi garganta estaba ardiendo, escocía, y simplemente no podía más, no conseguía respirar.

-Cielo, ¿qué te ocurre? –La enfermera se levantó alarmada yendo hacia mí, mientras yo tosía aún más fuerte, y entonces... Todo se volvió negro.

  *            *            *

-Te vas a poner bien. –Escuché la voz de Camila decir en voz baja, suave, tierna, conciliadora. Su mano acariciaba mi frente suavemente, y sonreí un poco aunque estaba totalmente ida por los antibióticos. Neumonía, decían los médicos. El frío no ayudaba a que curase aquella gripe, pero todo era culpa de mis padres. Quizás, sólo quizás, si se hubiesen preocupado un poco de mí, en comprarme las medicinas que necesitaba, en creerme y dejarme recuperarme unos días más, no estaría en el hospital.

Abrí los ojos y la vi allí, sentada a mi lado sujetándome la mano, y aunque no iba a pasarme nada malo, ella estaba conmigo.

Miré hacia la puerta, que se abría, y vi a mi madre aparecer tras ella, pero no le dio tiempo a dar un paso cuando alcé la mano, levantando el dedo corazón para dedicarle un precioso corte de mangas, y a la vez me quité la mascarilla.

-Fuera. –Dije con la voz ronca, tosiendo un poco. –Fuera de aquí. –Volví a ponerme la mascarilla y el médico rápido cerró la puerta. A tientas, Camila buscó mi mano por la cara y apretó el dorso, aunque solté un quejido porque tenía una aguja puesta allí, y ella rápidamente se retiró. Cogí yo su mano acariciándola suavemente, mirando su rostro de perfil, que miraba al frente.

-¿Era tu madre?

-Ahá. –Ella hizo una mueca, y yo hice otra al verla así.

-Me gustaría poder hacer que te sintieses mejor, pero no puedo. –Sus dedos presionaron la palma de mi mano, pero yo ni siquiera respondí, simplemente me quedé en silencio, disfrutando de ella. –¿Te sientes mejor? Necesito saber eso al menos. Si no quieres hablar sólo tienes que apretarme la mano, sé que te cuesta hablar y respirar. –Apreté su mano un poco, pasando los dedos por su dorso lentamente. Estaba bien, seguía con aquél terrible malestar, pero ya era menos, y además, podía respirar bastante mejor con aquella mascarilla. Y la fiebre, ahora no eran esos 40 grados. Eran 38, pero algo era algo.

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