Capítulo 40

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Lauren's POV

Este embarazo no era como el primero, no era lo mismo ni de lejos. Camila estaba más calmada, quizás más triste. Yo la tenía aún más consentida, pero ella no tenía aquellos cambios de humor tan bruscos, ni me desquiciaba. Era una versión suya más apagada, más tenue y distraída. A veces, cuando creía que yo no estaba, podía escucharla llorar en el baño, pero yo fingía que no lo había escuchado y que estaba bien, porque si yo tenía una sonrisa en el rostro, ella también la tendría.

Los meses pasaron realmente lentos, no fue tampoco como en el embarazo de Karla. La espera nos estaba matando, era más el sufrimiento antes del parto del que habría después. Si era ciego, habría que aceptarlo, no quedaba otra. Si no lo era, sería perfecto. Pero mientras tanto, nos ahogábamos entre la esperanza y el pesimismo.

Con la tripa de unos cinco meses que apretaba su jersey, caminábamos por Rodeo Drive mirando los escaparates. Por fin, después de tantos años, había aceptado que yo quería comprar esas cosas y que podíamos comprarlas. Yo conducía el carrito de Karla, que miraba la calle con los ojos bien abiertos y la manita metida en la boca. Al ver un coche color rosa, ella estiró el dedo y se giró hacia mí.

—¿Qué es eso? —Pregunté sin dejar de caminar con las manos en los manillares del carro.

—Ote. —Me encantaba la forma que tenía de decir las palabras, porque ni siquiera formaba frases, y si la palabra era muy larga, sólo decía la terminación.

—Es tan graciosa. —Dije yo, observando cómo Camila se daba la vuelta con una sonrisa.

—Se parece a ti. —Añadió a mi comentario.

Entramos en una tienda de bebés, y yo me quedé con Karla, porque la que normalmente entendía de ropa era ella. Me agaché delante de la pequeña, colocándole mejor el cuello del vestido que Camila le había puesto aquella tarde.

—¿Qué tal lo estás pasando de compras con mamá? —Susurré dándole un besito en la nariz, y ella apretó mis mejillas algo torpe, abriendo la boca para soltar las risas más alegres y sonoras del mundo. —Eso es bien.

—Oiga, ¿tiene este modelo para un niño recién nacido? —Escuché la voz de Camila a mi espalda, y me erguí acercándome a ella en la caja.

—Lo siento, sólo la tenemos en rosa. —Camila sostenía una camiseta pequeña en la que ponía 'I love my mom', algo grande, como para la edad de Karla. Frunció el ceño mirando la camiseta.

—Pues entonces démela en rosa. —Respondió ella algo cansada por la situación.

—¿Está segura? —Añadió la chica.

—¿Segura de qué? —Aquella situación me estaba dejando realmente perpleja.

—De si la quiere rosa. —Camila no cerraba la boca ni un momento, parecía estar petrificada.

—¿Se va a morir mi hijo si la lleva rosa? ¿Es que el rosa transmite el sida y me acabo de enterar? —La chica enmudeció, pero Camila parecía realmente enfadada. —Hay más problemas que el color de una camiseta.

La dependienta se giró y de una pequeña cajita sacó la camiseta rosa, que Camila observó durante unos segundos, cogiéndola con las manos.

Pagó sin más y salimos de la tienda. Antes de entrar en el coche, compré una bandeja de fresas bañadas en chocolate.

—Gracias, pero no tengo ganas. —Hizo una pequeña mueca poniéndose las dos más en la tripa, soltando un leve suspiro.

—No quiero tener que hacer fresas con chocolate esta noche. —Camila sonrió negando ante mi alegato, y miró a Karla por el retrovisor, que tenía una de las fresas en la mano, y la cara manchada de chocolate.

room 72; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora