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-Míralo Emilia. Es tan guapo –dijo Aurora sosteniendo en sus brazos a Santiago Ospino. Así había decidido Antonio nombrar a su nieto. Santiago era el nombre de su propio abuelo, y le parecía muy apropiado que así se llamara su nieto.

Emilia no se giró a mirarlo. Estaba acostada de lado mirando hacia la pared.

El parto había sido un poco largo. Los médicos habían esperado a que dilatara lo suficiente, pero habían tenido que estimular el proceso. Más de veinte horas en labor la habían dejado agotada, era bastante justo que ella ahora descansara, no?

-Emilia, no lo vas a mirar? –ella no respondió. Debió haber hecho el papeleo para entregarlo en adopción, pensó, así su madre no se habría encariñado con él al tenerlo tanto tiempo a disposición.

Escuchó el suspiro de su madre, y la vio ponerse delante con el bulto de frazadas y sabanitas que mantenían a Santiago abrigado.

-Los médicos dicen que está muy bien de peso. En unas horas podremos irnos a casa-. Emilia siguió en silencio. Cerró los ojos pretendiendo quedarse dormida, y Aurora se resignó. Emilia no le había dado el pecho al nacer, no lo había alzado en sus brazos ni una vez, ni siquiera lo había mirado fijamente para saber cómo era. Sólo lo había parido, expulsándolo de su cuerpo para luego desentenderse de él.

Y el pequeño Santiago era precioso, con sus cabellos rubios lisos como una pelusa que le cubría toda la coronilla, y mejillas sonrojadas. No había llorado mucho, y mantenía sus puñitos apretados y los ojos cerrados.

Se parecía mucho a Emilia cuando nació; ella había nacido con los cabellos dorados al igual que Santiago, y luego se habían ido oscureciendo hasta quedarles castaño claro, pero ella eso no lo quería saber. En este momento, su hija estaba enojada contra el bebé, como si éste fuera el culpable de todo lo que le había pasado. Y Santiago no era el culpable. Era el fruto de todo ello, pero no el culpable.

Algún día se le pasaría, pensó, sólo debía darle un poco de tiempo. El instinto maternal tenía que nacer en ella y desarrollarse.

Telma llegó saludando y haciendo un poco de ruido. También ignoró al bebé, y centró toda su atención en Emilia. Molesta con ambas, Aurora les echó malos ojos y salió de la habitación con el niño.

-La abuela sí te quiere –le dijo al niño-. Y pronto tu madre también te querrá.

Sin embargo, fue difícil para Santiago ganarse el amor de su madre.

Los psicólogos le habían dicho a Aurora y Antonio que esto podría presentarse. Emilia dormía muy poco, tenía problemas de concentración. En un momento estaba con la mirada perdida y al otro se echaba a llorar.

Estaba deprimida, esta tristeza le estaba durando mucho tiempo, y nada le levantaba el ánimo.

Durante los meses en que a Santiago le dio fiebre por los dientes o por algún resfriado, fue Aurora quien se trasnochó con él. Cuando empezó a gatear merodeando por toda la casa, fue ella quien cuidó que no se accidentara. La primera palabra de Santiago también la escuchó su abuela y no su madre, lo mismo sucedió con sus primeros pasos.

Emilia estaba trabajando en una pequeña oficina como secretaria. Se había decidido a buscar un empleo al ver que los gastos en casa habían aumentado y en muchas ocasiones se habían quedado cortos de dinero, así que se iba temprano por la mañana, y llegaba muy tarde por la noche. Nunca veía a su hijo.

Rosas para Emilia ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora