*8*

19.4K 2.8K 1.9K
                                    

ADVERTENCIA: En Wattpad sólo encontrarás esta historia hasta el capítulo 10. Si quieres leerla completa, puedes adquirirla en Amazon Kindle, Booknet y Buenovela.


-¿Cuáles rosas? –preguntó Emilia-. Tú sólo me diste espinas.

Rubén despertó sobresaltado y se sentó de golpe en la cama.

Era un sueño. Sólo era un sueño.

Sintió la boca seca y la lengua rasposa, pero no tuvo ánimo de salir de la habitación e ir a la cocina por un vaso de agua. Esta no era la mansión, donde sagradamente había una jarra de agua con su vaso en su nochero, y se quedó allí un momento analizando los restos de imágenes que todavía tenía en su mente.

Tal vez el haberla visto hoy tenía algo que ver, pero había sido un sueño muy vívido.

En su sueño, ella estaba vestida con una sencilla falda que no iba más arriba de sus rodillas, unos zapatos planos cerrados y su cabello echado en parte hacia adelante. Estaba preciosa. Pero lo curioso era el escenario de su sueño; ella se hallaba en medio de un bosque místico, rodeada de árboles que parecían esconder ninfas. La luz de la luna llena se filtraba por entre las hojas y ella estaba en medio del claro.

Pero en vez de sonreír invitándolo a probar sus amores, ella estaba molesta.

Rosas no. Espinos.

No, él nunca le dio espinos. Tal vez sus dibujos eran demasiado realistas y junto con las rosas iba uno que otro espino, pero nunca le había causado malos momentos como para decir que la metáfora se completaba. Y si ella le hubiese dado la oportunidad, él sólo le habría dado las rosas.

Apoyó su frente en su rodilla cerrando sus ojos. Estaba solo en su cama, en su apartamento, luego de haber dejado a Kelly en su casa. Ella lo había mirado llena de decepción, pero él no había tenido el ánimo para traerla aquí, para hacer lo que sabía ella esperaba: sexo.

No, esta noche no era capaz. Emilia estaba con ese hombre, en sus brazos, dándole a otro lo que él por mucho tiempo anheló y con tanta fuerza: su amor.

Salió de la cama y caminó hacia la ventana retirando las persianas para mirar hacia la noche.

Había sido incapaz de volver a enamorarse de otra mujer en los pasados años, y ahora comprobaba que todo se debía a que tal vez seguía estando enamorado de la primera. No encontraba razones para comprender mejor a qué se debía esto. Ella nunca había sido su pareja. Nunca tuvo una conversación con ella, excepto por una vez que se sentó a su lado en aquel curso en el que la conociera y ella le extendió su goma de borrar porque él no encontraba la suya.

-Gracias –le había dicho él, molesto consigo mismo por quedar como un escolar que pierde sus útiles.

-Es la tuya –le dijo-. La tomé prestada-. Ella había sonreído con un poco de picardía, y el corazón de él había latido acelerado. ¡Ah, le encantaba, le encantaba!

Ella le había encantado desde el principio. Era un encanto, un embrujo. ¿Qué si no?

Aún ahora sonreía recordándolo. Respiró profundo y miró hacia su cama, tan vacía.

Necesitaba un contra embrujo pronto y efectivo.


-Esa cara –dijo Telma mirando a Emilia. Ella se sobresaltó un poco y le prestó atención. Habían salido con Santiago para llevarlo a un parque de atracciones infantil. Ahora mismo, Santiago reía embobado mientras daba vueltas en lo que era una tacita de té hecha a su medida con otro niño más. Aunque eran desconocidos, reían y se hacían monerías como si fueran amigos de toda la vida.

Rosas para Emilia ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora