Capítulo 21

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Era una noche fresca, a pesar de que no llovía como en días anteriores. Desde hacía media hora que andaba en bicicleta por la frías calles londinenses, mi cabello ondeando detrás mío a causa del viento que soplaba contra mi cara y la mochila rebotando constantemente contra mi pierna, acercándome cada vez un poco más a la Logia, hasta que finalmente llegué Temple. Por un momento casi había creído que me perdería entre alguna de las sinuosas calles y callejuelas de aquella enorme ciudad.

Me bajé de la bicicleta en cuanto entré al barrio de Temple. Las palabras del conde resonaron una vez más en mi cabeza. «Mañana por la noche tendré que volver a entrar a la Logia, soy el único que sabe dónde encontrar esos documentos». Eso había pasado ayer pero...¿y si volvía a la Logia? ¿Y si aquello que buscaba no lo había encontrado el día anterior y decidía volver esa noche? Esto era lo que verdaderamente me temía, pues el conde ya había demostrado en más de una ocasión que no había puerta que lo detuviera y lo fácil que le resultaba engañar a los Vigilantes delante de sus narices. En parte esa había sido una de las razones que me había dado el valor de intentar entrar en la Logia. Si él podía ¿por qué nosotros no?

Caminé varias cuadras más, las ruedas de la bicicleta traqueteando a mi lado, hasta llegar a una de las calles aledañas a la Logia, un obscuro callejón que contenía otra puerta más que conectaba la guarida de los Vigilantes con el exterior.

Respiré profundamente antes de sacar de mi bolsillo la única llave que no me había atrevido a colocar en el llavero junto con las demás en caso de que tuviera que hacer una salida apresurada.

La llave entró con sorprendente facilidad en el ojo de la cerradura a pesar de la antigüedad de amabas cosas. De todas maneras la entrada se veía sumamente nueva en comparación con el resto del lugar; por primera vez, nada digno de un museo.

«Ahora sólo no lo arruines», pensé a la vez que abría la pesada puerta de metal, esperando para mis adentros que alguien hubiese engrasado últimamente las bisagras de esa entrada. Entonces cerré la puerta a mis espaldas con un ruido sordo. Había entrado a la Logia del conde de Saint Germain.

Todo ahí estaba tan obscuro como había insinuado Philip en una de sus notas, pero no me arriesgué a encender la linterna. No aún.

Cerré los ojos por un momento, sabiendo que todo se vería exactamente igual que cuando los tenía abiertos, intentando recordar hacia donde debía de ir ahora. De frente hasta llegar a un recodo y entonces a la izquierda, sí, eso era.

Traté de aproximarme lentamente a la pared izquierda con las manos enfrente de mí para no chocar directamente con el rostro, y después de un par de pasos inseguros conseguí sentir la fría piedra bajo las palmas de las manos. Entonces comencé a andar hacia delante sin quitar nunca la mano de la pared hasta que sentí que se abría un hueco a la izquierda.

Tendría que ser un poco más rápida si pensaba regresar a la cama a dormir antes de las cuatro de la mañana. Sólo decía.

Tras recorrer un par de pasillos más de esa manera vislumbré un poco de luz al final de uno de ellos, tan tenue que pensé que simplemente que mis ojos empezaban por fin a acostumbrarse a la penumbra de esa parte de la Logia, pero al acercarme era lo suficientemente clara para que me hiciera sentir como un vampiro a plena luz del día. O tal vez sólo estaba exagerando, aunque aún así cubrí mis ojos con una mano a forma de visera.

Seguí por el camino que dirigía a esa zona iluminada, la cual constituía un buen cambio después de haber estado a oscuras por al menos 10 minutos seguidos, sin contar el escape de Bourdon Place.

Al estar más cerca pude distinguir otra puerta de metal entrcerrada que brillaba a mi derecha detrás de la que estaban unas escaleras que conducían a los niveles inferiores de la Logia. Sólo entonces decidí encender la linterna, pues no pretendía resbalar con alguno de los escalones, tropezar y caer escaleras abajo.

Piedras Preciosas. Una nueva generación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora