Capítulo 23

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-Demonios, ¿qué estás haciendo aquí? –le solté con resolución en un susurro a Matthew. Una mezcla de curiosidad y enfado en mi voz.

-¿Qué haces tú aquí? –dijo él casi al mismo tiempo con un toque de verdadera sorpresa y recelo, fracasando estrepitosamente en su inicial intento de parecer despreocupado y sin perder los estribos.

Lo único que ambos obtuvimos por respuesta fue un intenso silencio. En mi caso también una indescifrable mirada y una pose de actitud desafiante, los ojos verdes de Matthew brillando a causa de las velas que él había encendido.

Pero yo también podía lucir retadora, así que dejé de lado al perrito asustado en el que me había convertido por un momento y adopté mi mejor personalidad de lobo (tal y como había visto por unos instantes a Falk de Villiers el día que lo conocí), dedicándole a Matthew la mirada más despectiva, fría e impaciente de la que fui capaz.

Nuevamente me observó fijamente antes de desviar la mirada hacia algún punto a mis espaldas, analizándome, tal vez esperando a que yo cediera primero, pero eso sencillamente no iba a suceder. Luego volvió a centrarse en mí, con una fiereza admirable en su rostro.

Y así permanecimos por casi un minuto, dirigiéndonos concentradas miradas y esperando respuestas que parecía que nunca iban a llegar.

Justo cuando pensé que nos íbamos a quedar toda la noche enzarzados en esta clase de concurso de miradas a muerte y que algún Vigilante llegaría en la mañana sólo para avisarnos que ya había amanecido y que podíamos dejar el matarnos mentalmente para otro momento, Matthew habló.

-Por favor, ahora sólo espero que no vayas a decirme que me seguiste hasta aquí.

Oh no, esto no podía ser en serio. ¿Quién se creía? O peor aún ¿qué clase de idiota me creía para sugerir que me dejaría atrapar por la persona a la que supuestamente estaba siguiendo? Por lo menos al pronunciar esas palabras se había colado un poco de miedo en su voz.

Ahora sólo esperaba no estar poniendo cara rara, porque un lobo indignado no era precisamente una buena combinación, menos si lo que intentaba era intimidar a Matthew de Villiers.

Internamente mis ganas de no darme por vencida hasta que él me diera una explicación eran enormes, pero al haber escuchado el ligero miedo que se había infiltrado en la frase de Matthew comencé a preguntarme si no era mucho mejor poner simplemente todas las cartas sobre la mesa de una vez. Es decir, por supuesto que no quería responderle a Matthew (sobre todo considerando que corría el riesgo de que él me delatara y que ni siquiera se dignara a responderme a mí también), pero seguramente él ya formaba parte también del grupo de Vigilantes que no confiaban en mí (algo así como «El Club Súper Exclusivo de Viejos Estirados Que No Le Creen a Valentina») y ahora nos encontrábamos en esta situación, con todo y el conde a un par de pasillos de nosotros, y no podía permitir que esto siguiera así; tal vez que fuera una traidora era un punto fijo en el tiempo como había sugerido Raphael o tal vez no, pero de momento yo estaba absolutamente segura de que no era una traidora y no me podía permitir que Matthew siguiera desconfiando de mí, no ahora.

Después de mi exageradamente larga reflexión, finalmente Matthew carraspeó, sacándome de mis pensamientos, a la vez que yo me cruzaba de brazos con actitud protectora tratando con ello parecer aunque fuera un poquito más intimidante unos segundos más, antes de que él abriera la boca para intentar hablar. Pero yo fui más rápida. De nuevo.

-Tenía que ver esas nuevas profecías por mí misma –dije tras un pequeño suspiro, esperando que esto funcionara -. Ya sabes, en todo esto...hay más, mucho más de lo que me han contado, yo lo sé, y hay cosas que ni siquiera tienen sentido en esta historia. Simplemente necesito entender qué hago aquí.

Tras una pequeña mirada de compasión Matthew dejó el candelabro que seguía sosteniendo fuertemente con su mano izquierda sobre la mesa en la que la lámpara se encontraba en un inicio, impidiéndome con ello poder seguir viendo su expresión con claridad. Ahora no era más que una mezcla de luces y sombras.

Esperaba no haberme escuchado tan damisela en apuros o corderito asustado como me sentí. Desde que me había encontrado por primera vez con Raphael en aquel pasillo y él había pensado en mí como alguien a quien rescatar me había jurado que eso no podía volver a pasar, no mientras yo aún conservara un poco de cordura.

-Y respondiendo a tu segunda pregunta...No, no te seguí, llegué hasta aquí por mis propios medios –dije como si nada, tal vez demasiado altiva a diferencia de cómo era yo siempre, pero con la dosis perfecta de diversión en mi voz.

Él alzó una ceja en respuesta.

Genial. Y volvíamos a ese no hablar de antes. Aunque por lo menos era un gran avance considerando que no me había hablado ni una sola vez desde que habíamos llegado a Londres, ya ni hablar de sostenerme la mirada por tanto tiempo.

Imité su gesto, esperando algo de su parte. Alguna señal de asentimiento, alguna frase arrogante, lo que fuera.

Entonces finalmente Matthew soltó un pequeño gruñido exasperado que me resultó bastante molesto y que me hubiese pasado inadvertido de no ser por el silencio en el que estábamos sumidos.

-¿Y cómo es que conseguiste entrar?

-Oh, no. Lo siento, es tu turno de contestar –le respondí con una sonrisita. Era obvio que cada vez estaba más cómoda con este interrogatorio, al fin y al cabo ya había conseguido tomar más o menos las riendas de la conversación.

A pesar de la penumbra logré ver cómo ponía discretamente los ojos en blanco mientras dirigía su mirada hacia la derecha. Esta vez fue su turno de cruzar sus brazos sobre el pecho.

Comenzaba a temer que me había confiado demasiado y que era una tontería haber pensado que él realmente cooperaría conmigo, incluso sabiendo que el conde aun podía entrar en cualquier momento a esa misma habitación.

Justo entonces habló.

-No eres la única que piensa que algo no va bien en esta Logia –murmuró con la mirada perdida en dirección al suelo-. Hay demasiados secretos aún, elementos que no encajan. Necesitaba ver las pistas que hay sobre el conde, tal vez así encontrara algo en lo que aún no han reparado los demás. Así que volví a venir aquí, al igual que las otras noches desde que regresé a Londres para tratar de encontrar una explicación para las nuevas profecías...

-Espera ¿Nunca antes habías visto las profecías?

-¿Qué? Por supuesto que las he visto, el problema es...que todas esas veces que las he leído, siempre he sentido como que les falta algo, como si hubiera una parte perdida. Eso me hace pensar que cuando papá encontró esas profecías nos escondió una parte de ellas o por lo menos a todos excepto a mamá, mister George y a el doctor White por supuesto. Tal vez incluso se las mostró completas al tío Falk, lo que explicaría las repentinas peleas entre ellos.

Asentí confusa.

-Ya respondí, así que ¿ahora tú me dirás cómo es que entraste a la Logia? –me espetó arqueando las cejas tras otro claro silencio -. No es por nada, pero no es un muy buen indicio que digamos que el conde aparezca aquí el mismo día y en el mismo momento que tú lo haces.

-Sí, bueno, no es por nada pero el tipo considera que tengo algodón de azúcar por cerebro. No me parece muy probable que este ayudando en mis ratos libres a un loco como él.

Le miré fijamente, entrecerrando los ojos, invitándolo a volver a cuestionarme.

Cosa que obviamente hizo.

-¿Quién dice que no te enteraste que te cree toda una ilusa por pura casualidad?

No podía creer que siquiera estuviese diciendo aquello. Toda yo era incredulidad pura.

-No seas ridículo-susurré furiosa, alzando ligeramente más la voz con cada palabra-. Ni siquiera me conoces y tal vez lo harías un poco si no hubieras dejado de hablarme de la nada.

-Y por eso eres ahora amiga de mi primo ¿eh? –soltó fingiendo desinterés, aunque en realidad se veía casi tan molesto como yo hace sólo un par de segundos. Por un momento era nuevamente el chico arrogante que había conocido en México.

Casi me hizo pensar que estaba ¿celoso? Totalmente imposible.

Piedras Preciosas. Una nueva generación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora