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Pongo el balde sobre el lavabo, mojo un trapo viejo en el agua, le exprimo los excesos y con él me froto el cuerpo. Primero los brazos, el cuello, las piernas y el abdomen. Lo enjuago en el agua y lo vuelvo a exprimir para ahora limpiarme la cara y detrás de las orejas. Me siento sobre el inodoro y levanto los pies para echármeles agua. Me los seco con una toalla vieja que comparto con Alya, Brya y Maxell y vuelvo a exprimir el trapo para ahora restregarme los dientes. Hundo la cabeza en el balde y con las uñas me froto el cuero cabelludo.

Me miro en un trozo de vidrio del tamaño de mi mano que tenemos fijado a la pared con un tornillo. Los brazos me han quedado de un tono rosa por frotar el trapo tan fuerte contra la piel. Pero he logrado quitarme un poco la mugre y el sudor.

Aun así, sigo sintiéndome sucia. Pero no puedo permitirme una ducha. Apenas tenemos agua para beber y limpiarnos. Darme una ducha sería como quitarles a todos tres días de agua.

Me pongo el otro complemento que lavé ayer con una pizca de jabón para trastes y me abrocho las agujetas de los zapatos. La ropa me pica y me queda holgada; he adelgazado muchísimo. Solo me veo el rostro en el trazo de vidrio, pero no el cuerpo entero. No quiero saber qué tan lamentable es mi aspecto. Con ver el reflejo de mi cara es suficiente para que no me reconozca.

Ya no soy Francis. O al menos no la Francis antes de esto. Ahora soy... una versión deplorable de mí.

Me cepillo el cabello con los dedos a falta de un cepillo. Elune tiene uno, pero no quiero pedírselo prestado. Es tan egoísta que seguro me dice que no.

Los dedos se me enzarzan en el enredado cabello y al terminar me traigo unos cuantos mechones, que al momento deposito en el cesto de la basura sin verme de nuevo en el espejo. Porque me daría lástima a mí misma.

Antes de salir del baño me paso una mano por el pelo corto con la intención de aplacarlo un poco. Es la ventaja de tener un corte de chico, diría Kesha. Aunque realmente no es de chico. Antes me llegaba a la barbilla, pero con el crecimiento ahora lo tengo a la altura del cuello.

Magda me pide que saque la bolsa de basura de la cocina. Le hago un nudo apretado para que no se abra y trepo por la escotilla 2. Axel y Jizo están sentados platicando y tomando café frío. Les toca vigilancia de seis a una.

Los saludo con un movimiento de mano y le quito los cuatro seguros a la puerta para aventar la bolsa de basura en el jardín. Cierro la puerta rápidamente, cerciorándome de haberle colocado bien los seguros.

—¿Tienen hambre? —les pregunto.

—Muchísima —contesta Axel.

—El estricto de Vladimir no ha querido traernos algo hasta que termine nuestro turno —agrega Jizo.

—Veré que tiene Magda.

Bajo por la escotilla y de las alacenas agarro dos latas de sopa de lentejas y dos cucharas plásticas.

—¿Adónde llevas eso? —pregunta Magda con las manos en las caderas y las cejas alzadas, pero sus labios sonríen.

—Son para Axel y Jizo.

—Dile a esos dos que será lo único que coman hasta la cena.

Les llevo las sopas y me acerco una silla para sentarme mientras los miro comer.

Ha transcurrido una semana desde que dejé atrás a Dagor. No sé qué sucedió con él después de que yo entré al refugio, si los no conscientes lo convirtieron en uno de ellos o lo mataron.

Tuvimos que permanecer dentro del refugio, sin abrir las escotillas, por dos días. Los no conscientes no salieron de la casa del Sr. Sterling hasta dos días después de haber ingresado a tropel, cuando se dieron cuenta de que aquí no había nada que les sirviera. Pasamos dos días muertos de miedo y sin abrir las escotillas. Hacía tanto calor que casi estuvimos por perder a uno de los gemelos, Brux. Los no conscientes se marcharon, y así Vladimir, Rex y Axel pudieron subir de nuevo y reforzar la puerta de entrada con cuatro seguros de metal para que les fuera casi imposible volver a entrar.

ErradicaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora