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Lauren's POV

Aquella mañana nadie me despertó y me pareció bastante extraño. Fuera seguía nevando, llevaba así toda la noche, pero me encantaba el frío. Podía oler el chocolate de mi abuela y aunque a mí no me gustase me recordaba a cómo era estar en casa, en familia.

En cuanto me levanté de la cama y puse los pies en el suelo supe que debía abrigarme para bajar por mucho que la chimenea estuviese puesta, haría frío. Tenía la lección bien aprendida porque en Canadá el frío calaba hasta los huesos.

Me puse lo poco que tenía, unos jeans negros y un jersey azul, bajando luego las escaleras y escuchando el murmullo en el salón. Al final de la mesa estaba mi padre, mi madre y mis dos hermanos desayunando, luego, todos mis tíos, mis abuelos y el sitio que quedaba libre era para mí. Agradecía mucho estar alejada de ellos durante un tiempo.

—Pero mira quién se ha despertado. —Mi tía Elizabeth hundió un poco su dedo en mi abdomen, haciendo que me encogiese con una leve sonrisa.

—¿Veis lo que pasa si no la despiertas? Se queda durmiendo hasta las tantas. —Dijo mi padre negando mientras cortaba una tortita. Yo me senté en la silla bajando la cabeza.

—Anda, que no pasa nada porque duerma. Además, sólo son las diez de la mañana. —Me excusó mi abuela, poniéndome delante una taza de café y un montón de tostadas con mantequilla. —¿Has dormido bien?

—Genial. —Respondí con una sonrisa, cogiendo un trozo de pan entre mis dedos.

Recordaba mi niñez, cuando venía a casa de mi abuela y hacía pan con mantequilla y café. Mi madre no quería que yo bebiese, pero mi abuela le replicaba con un 'esta niña es cubana, tiene que tomar café', y me daba un poco de café a escondidas susurrándome que no se lo contase a mi madre, y nunca se lo conté.

Engullí la primera tostada como si nada, a sorbos de café y bocados de pan con mantequilla, era el cielo. La verdad es que no sé si era por la marca de la mantequilla, por el pan, o por la cantidad abundante de azúcar que mi abuela le ponía a mi café. Se acostumbró a hacerlo desde que era pequeña para que no notase el amargor de aquél café que preparaba, y para mí se convirtió en una de mis cosas preferidas en la vida.

—Por cierto, ¡que ya tienes veinte años! —Mi tío Stephen revolvió mi pelo, haciéndome sonreír mientras yo comía. —¿Qué te regalaron por tu cumple? —Mientras, mi abuela me limpiaba los labios del aceite que desprendían las tostadas.

—Mmh... —Tragué volviendo a coger la taza de café, encogiéndome de hombros. —Nada. Bueno, mi novia me regaló un mp3, una chaqueta y una colonia. —Vi cómo mi madre se volvía hacia mi padre casi dándole un golpe en el brazo, abriendo los ojos.

Para dar por terminado el desayuno, di un sorbo al café y me levanté de la mesa, llevando mi plato y mi vaso hasta la cocina, donde mi abuelo fregaba con su usual cara de enfado.

Michelle, no desesperes. Siempre llegan tiempos mejores. —Esbocé media sonrisa; sabía de lo que hablaba.

Mi abuelo había llegado de Cuba a Estados Unidos exiliado por la guerra, sabía lo que decía. Siempre me hablaba en español, y eso me hacía sentir aún más en casa. Él no quería que yo me llamase Lauren, quería que me llamase Michelle y por eso me lo pusieron de segundo nombre, por eso él me llama así desde que tengo uso de razón.

—Tú, arriba. —Me señaló mi padre y luego miró las escaleras. Solté un suspiro y caminé hasta mi habitación, donde mi padre y mi madre se encerraron conmigo. Estaban bastante enfadados pero yo ni siquiera había hecho nada.

coldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora