13. OSCURO DESCUBRIMIENTO

5.4K 699 80
                                    

—¡Auxilio! ¡Enrique! ¡Victoriano! —exclamé horrorizada al tiempo que atestiguaba aquello tan insólito que sucedía delante de mí—. ¡Socorro! ¡Socorro!

Era como si una tormenta se librara en un solo lugar: los cuerpos de los dos demonios colisionaban sobre sí una y otra vez, con fuertes sonidos que parecían explosiones, seguido de imprecaciones y maldiciones que se dedicaban uno y otro: no podía distinguir cuál era cuál, a duras penas si podía discernir una espesa y oscura neblina que los cubría y que se hacía cada vez más negra e intensa.

Los caballos relinchaban asustados y golpeaban las puertas de las caballerizas como queriéndolas abrir, en tanto la atmósfera se tornaba aún más helada que antes y se infectaba de malignidad a medida que la bruja susurraba palabras ininteligibles mientras la pelea entre estos dos seres sobrenaturales acontecía. La tierra suelta se levantaba sobre mis pies y los ventarrones colisionaban con lo que se encontraban en su camino. Entonces se hubo una nueva exclamación de aquella bruja negra, cuya voz pareció reverberar hasta los confines del lugar:

—¡Alfaíth, interrumpid la lucha, os lo ordeno en nombre de Balám!

Inmediatamente se oyó un fuerte estruendo y los dos demonios salieron despedidos, uno en cada extremo. Cristóbal cayó junto a mis velas y el candelabro, con el rostro ensangrentado y la guadaña detrás de sí, según pude ver por el haz de una antorcha que me antecedía. Me apuré a acercarme a él y lo ayudé a reincorporarse.

El demonio llamado Alfaíth gruñía del otro lado, junto a la puerta de una de las caballerizas cuyo caballo había conseguido guardar prudencia.

—¡Lo estaba haciendo reventar, mi señora! ¿Por qué me ha separado de él? —refunfuñó.

—¡Es un Letano! —exclamó la mujer sin perder un gramo de seducción en su voz: porque la había, en cada matiz de su entonación, como si cantase o dijese una hermosa poesía—. ¿No habéis percibido el poder de su aura y el olor de su espíritu? ¡Es un Letano, y lo necesitaremos vivo para el conjuro final!

—¿Y ella?¿Me dejará matarla a ella? —preguntó Alfaíth aludiéndome, su voz ansiosa de muerte.

—¡Él tratará de defenderla, mi amado siervo, y un nuevo enfrentamiento entre ambos es lo que menos deseo! ¡Su poder es grande y lo necesito intacto!

—¡Ay, que su poder no es más grande que el mío, mi señora!

—¡Callad, y cumplid mis deseos! —gruñó la sádica mujer—. Más adelante yo misma me encargaré de esa perra. ¡Tendréis noticias nuestras muy pronto, bastardos! —se dirigió a nosotros aún en la invisibilidad—. ¡Y en nuestro próximo encuentro os juro que no tendré piedad! ¡Vos seréis mío, Letano, vuestro poder lo necesito conmigo! —le dijo a Cristóbal—. ¡Y vos, maldita humana, os acabáis de convertir en mi más extravagante capricho, y no tendré reposo ni misericordia hasta el día que consiga brindar con vuestra sangre y celebrar un dignísimo banquete con vuestra carne! ¡No hay nada en este mundo que no pueda conseguir bajo la potestad de Balám! ¡Os juro que habrán querido morir hoy en lugar de sufrir el tormento que os espera después! ¡Andando, mi amado siervo, marchaos!

Cuál sería mi sorpresa al advertir que una larga silueta salía de entre los robustos árboles, los que se sacudieron involuntariamente ante su presencia maligna. La mujer, ataviada en un anchísimo vestido negro y cuyo rostro estaba oculto por un largo velo, se posó sobre Alfaíth: entonces lo encerró en un gran círculo que dibujó ella misma con los dedos en el suelo (círculo al que ella se metió un segundo después) y exclamó:

«¡Ilvan-cedo!».

El círculo estalló en llamas, mismas que envolvieron a la bruja y al demonio hasta consumirlos... Hasta desaparecerlos de nuestras vistas.

LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora