Bajo las sombras © ¡Ya en librerías de todo el mundo!

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Susurro de la autora: No es necesario que entiendas todo lo que vas a leer a continuación. Este es un prólogo pensado para ser críptico, pero esconde tantas piezas del rompecabezas que algún día regresarás aquí y dirás "¿Cómo no me di cuenta de esto?". Lee con atención, pero también disfruta del comienzo de la historia de Yza y Emma.

Nos vemos en comentarios.

***

Ofelia Barozzi observó el entierro desde la última fila. Medio oculta bajo las sombras del luto, contempló el curso de la ceremonia sin moverse ni pronunciar sonido. Cuando el sacerdote les pidió rezar por el alma de la difunta, la anciana mantuvo la mandíbula apretada. «¿Qué clase de salvación encontraría Ylari Amaru en el más allá?», pensó. La rabia reverberaba en su interior, aunque por fuera se mostrara serena, una estatua jorobada y vieja, casi indiferente, una estatua de mármol en medio del cementerio. Nada inusual.

Ofelia Barozzi había cometido errores en la vida, pocos, pero errores garrafales. Sus grandes triunfos tenían esa contraposición catastrófica. Asistir al entierro de su peor enemiga se contaba entre ellos, porque significaba aceptar que la muerte le había arrebatado su tan ansiada venganza.

Le dolía la espalda, como todos los días después de que despertara en el hospital con la columna deformada. La dosis de morfina que había tomado por la mañana no estaba siendo suficiente, así que se tragó dos pastillas, pero, a diferencia de la punzada en las cervicales, la rabia tal vez nunca disminuiría.

Marcharse e intentar vivir con el regusto amargo de una tarea inacabada parecía ser la mejor opción a esas alturas, pero la anciana tenía una razón poderosa para seguir soportando la silla desvencijada: la muchacha.

Ofelia la distinguió como la única ocupante de la fila dispuesta para los familiares de la difunta. Tan estática como la anciana, la joven mantenía la mirada baja y se distinguía el cuello mal doblado de su vestido negro. El sacerdote tuvo que llamarla dos veces para captar su atención: «Yzayana, Yzayana». La anciana la siguió con la mirada mientras la chica se paraba frente a todos y pronunciaba un discurso.

Las palabras de Yzayana provocaron en Ofelia Barozzi un escalofrío, una anomalía en su voluntad. La voz de aquella chica le picó el corazón como un pájaro carpintero y tocó un nervio profundo y sensible. Le arrebató la tranquilidad, la frialdad, todo...

«Debo repudiarla», se dijo, porque era lo natural, porque había odiado a la madre, y madre e hija encajaban en el cliché de las gotas de agua: eran idénticas. La misma cabellera negra recogida en un par de trenzas, la piel marcada por el mestizaje, los pómulos casi felinos, las cejas desafiantes. Ambas tenían ese algo salvaje que a cualquiera le provocaba retroceder un paso. No obstante, cuando se colocó bien las gafas y la examinó con más atención, encontró en los rasgos de la muchacha los de Marcus Barozzi, el hijo de Ofelia. Presentes estaban en el rostro de Yzayana, como presentes siempre estaban en los pensamientos de la anciana. Eran las facciones de un joven ingenuo que las garras de un monstruo habían destrozado.

Y los ojos...

«No puedo ignorar esos ojos dorados», se dijo, porque eran el par de estrellas jóvenes que a Marcus le habían sido arrancados de las cuencas. Eran la prueba del lazo de sangre que muchacha y anciana compartían. Yzayana Amaru era, indudablemente, la hija de Marcus, la nieta de Ofelia. La última heredera de una maldición.

La anciana quiso odiar al fruto de la maldad de su enemiga, pero no pudo. Yzayana era una víctima y Ofelia se preguntó si podría protegerla de las sombras que se cernían sobre ella. ¿Sería capaz de presentarse como su abuela y revelarle la dolorosa tragedia que se ocultaba tras su nacimiento?

Bajo las sombras [EN LIBRERÍAS] (EMDLE #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora