1 📚 Un libro que se desangra

40.9K 2.2K 814
                                    


Poco recuerdo de mis últimas horas en la cabaña. Hice un centenar de cosas, de eso estoy segura, pero ninguna se registró en mi memoria con la claridad que hubiera querido. Hay destellos, como burbujas de gaseosa que escalan raudas a la superficie y explotan.

Solo eso.

Momentos.

Yo era una burbuja en ese entonces, vacía y silenciosa. Buscaba salir de un mar de tormento y no sospeché que al final naufragaría.

Ofelia Barozzi me vigilaba de cerca. Tal vez intuía que yo era una bomba de tiempo. Se movía por la cabaña como una bailarina deforme en una caja de música gigantesca. De sus labios arrugados se escapaban palabras que mis oídos registraban, pero mi mente no comprendía. Hablaba en la lengua de las cosas comunes y yo había perdido la capacidad de descifrarla.

—¿Vas a llevarte esto? —decía y yo asentía sin darle importancia.

Nada importaba lo suficiente.

Abandonar el pueblo era algo que había querido hacer desde que la maestra nos hizo colorear un mapa, pero la decadencia de la Escritora me había impedido alejarme de su lado. Siempre me decía:

—¿Qué quieres del mundo? ¿Libertad? Afuera no hay libertad, es una ilusión creada por el capitalismo. A mi lado tienes toda la libertad que necesitas. ¿No lo entiendes todavía? Pronto lo entenderás...

Entendí que de su mano había salido la última frase de su historia y que en unos documentos legales había dejado un nuevo comienzo para la mía. Era una ironía que se hubiese preocupado por mi futuro cuando, a pesar de que mi cuerpo proviniese de su vientre, odiaba que la llamase madre. Su única hija era la literatura, su única responsabilidad, redactar. Paría letras, cobijaba cada una tras la máquina de escribir, las amaba o las odiaba, las nutría no con leche, sino con subterfugios de su mente, dialogaba con ellas. Si yo la interrumpía, montaba en cólera.

Pero fue decayendo con el tiempo. En sus ojos se consumió la chispa, las musas se escaparon por la ventana, se perdieron en el bosque; dejó de teclear hora tras hora, tampoco hacía gran cosa. Al llegar de la escuela, la encontraba ojeando un libro mientras caminaba de un lado a otro de la habitación como si estuviera nerviosa. Releía una página por semanas. Luego comprendí que no leía en absoluto, que ya no había nada que quisiera hacer. Si antes la inspiración la había devorado, fue un monstruo diferente quien la engulló después, otro el que consumió su mente y su alma.

—¿Estás bien? —le preguntaba.

—Nadie está bien, nunca.

Intenté sacarla de la cabaña, llevarla al pueblo, a la biblioteca destartalada, a la feria itinerante, que platicara con alguien más que conmigo, pero mis esfuerzos terminaban con ella diciéndome que las personas eran galletas en un empaque, que todas sabían igual, aunque tuvieran sus ligeras diferencias, que cada una era una digna representante del grupo y que a esos grupos los conocía de memoria. Le aburrían.

No pude luchar contra su continuo hastío por todo y por todos. Era como intentar caminar a través de un manto de nieve que te ha sepultado hasta los hombros. Terminé dejándola en casa. Cuando la furgoneta de la escuela pasaba por mí, la Escritora me despedía desde la puerta con una sonrisa y un movimiento de mano, supongo que no por gentileza, sino porque se alegraba de que la dejara sola, que la dejara en paz.

Y así pasó el tiempo...

Aquella tarde pudo ser como cualquier otra: la Escritora tendida en el sofá, con un libro sobre el regazo, los ojos perdidos, el silencio flotando entre nosotras. Pudo ser una tarde normal si las páginas del libro no se hubieran desangrado.

Bajo las sombras [EN LIBRERÍAS] (EMDLE #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora