[30] No me dejes sola.

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DIANA.

La noche había caído con rapidez mientras paseaba por las calles de la aldea. Los lobos me habían mirado con desconfianza, como si no tuviera que estar allí, y pensándolo bien no debía. Había estado nerviosa mientras observaba a todos y cada uno de los lobos, y me había dado cuenta de que la mayoría de ellos no estaban transformados en humanos... Algo que no podía comprender con exactitud.

Sabiendo que eso iba a ser otra pregunta que añadir a la interminable lista de dudas, suspiré y negué con la cabeza mientras volvía a la realidad. Parpadeando lentamente, miré hacia la puerta de la cabaña deseando que Rick llegase de una vez; en ese momento, recordé todas aquellas semanas que pasé aquí con él, en la antigua cabaña del bosque, pensando que estaba lejos de todo... Pero estando más cerca de mis respuestas que nunca. La cabaña estaba algo alejada de las demás, pero no demasiado, solo había tenido que caminar durante diez minutos en la dirección que una vieja anciana me indicó, y la cabaña apareció delante de mí.

Jamás podría ponerle nombre a la sensación que me recorrió cuando abrí la puerta y entré. Aunque había estado cerrada, oscura y vacía, había sonreído al entrar al salón en el que tantas discusiones había tenido con Rick; desde ese momento, me había pasado varias horas limpiando la suciedad que se había acumulado en la cabaña tras tantas semanas cerrada. Ahora que había terminado, los nervios empezaron a recorrerme. ¿Dónde estaba Rick? ¿Por qué tardaba tanto? 

Me mordisqueé el labio mientras me sentaba en el sofá; sin embargo, no tardó mucho tiempo cuando todos mis sentidos se pusieron en alerta. Inspirando una gran bocanada de aire, el olor de la sangre llegó hasta mí desde el exterior de la cabaña. El miedo tensó mi cuerpo, y no tardé ni un segundo en correr hacia la entrada cuando reconocí el inconfundible olor de Rick.

En cuanto abrí la puerta, un grito se quedó atascado en mi garganta. Los ojos de Alan se clavaron en los míos, y con un gruñido furioso me ordenó que me apartara de su camino mientras ayudaba a un tambaleante Rick a entrar en la cabaña. La sangre circulaba por todo su pecho y manchaba el suelo que hacía poco había limpiado; un enorme y profundo mordisco sangraba en su hombro izquierdo, encharcando su brazo en sangre.

  –¿Qué...? –ni siquiera reconocí mi voz. Sentía el corazón a mil, las manos temblorosas y las lágrimas anegando mis ojos; sobre todo, sentía el frío miedo clavándose en mi pecho como una afilada daga cuando Rick se tambaleó nuevamente.

A pesar de que quería preguntar qué había ocurrido, no me salían las palabras. Seguí como una sombra a Alan, quien entró en la habitación de Rick como un torbellino y lo recostó sobre la cama, apoyándolo en la cabecera de madera. Un doloroso gruñido salió de la garganta de Rick, y con una mueca, se llevó la mano sana hasta el hombro herido, intentando taponar la herida.

Mientras Alan salía de la habitación con rapidez, yo me quedé paralizada delante de la cama, observando su pálido y sudado rostro, sus muecas de dolor y la enorme cantidad de sangre que manchaba su pecho. Apretando con fuerza los puños, me di cuenta de que estaba llorando por el miedo de que aquella aparatosa herida empeorara. Cuando Rick abrió sus ojos y los clavó en mí, masculló una maldición.

Segundos después, Alan entró de nuevo a la habitación. En sus manos llevaba todo tipo de material para curar aquella herida; sin embargo, no parecía suficiente. Nada lo parecía.

–Maldita sea... Te dije... –la voz de Rick no era más que un gruñido grave, molesto y dolorido. Sus ojos estaban entrecerrados–. Te dije que no me trajeses... aquí.

  –Cállate, Rick –le espetó Alan enfadado y nervioso–. Mírate joder, estás a punto de desmayarte. Tu padre...

  –Él no sabía lo que hacía, así que cállate –la respuesta de Rick fue un grave y corto gruñido. El sudor recorrió mis manos cuando me acerqué a él y, cogiendo un trozo de tela, la empapé en el agua que Alan había traído y empecé a limpiar el sudor frío de su frente.

Los ojos de Rick se quedaron clavados en los míos, y a pesar de que me estaba muriendo de ganas de preguntarle qué demonios había ocurrido, no encontraba las palabras suficientes. Un corto jadeo se escapó de mis labios cuando apartó llevó su mano hasta mi mejilla y acarició suavemente mi piel; nuevas lágrimas se escaparon de mis ojos cuando él apartó una de ellas. Una pequeña sonrisa surcó sus labios.

–Nunca pensé que llorarías por mí, Diana –susurró él, parpadeando lentamente. Mis nervios aumentaron cuando me di cuenta de que la pérdida de sangre estaba afectándole cada vez más; miré aterrorizada a Alan, que se estaba esforzando por cortar la hemorragia cuanto antes–. Al menos, no por el miedo a que muriese. Sé que te he hecho llorar, sé que te he hecho daño... Lo... Lo siento.

Alan soltó una maldición brusca cuando escuchó las palabras de Rick. Me lanzó una mirada tensa, avisándome de que no podía permitir que perdiese el conocimiento. 

  – Eso ya no importa–le respondí con rapidez, pasando el paño húmedo por su frente, apartándome las lágrimas de un manotazo. ¿Cuánto podía sanar una simple disculpa?–. Lo importante ahora es que estamos juntos, Rick. Juntos. Y no puedes abandonarme, ¿me has entendido?

  –Diana –mi nombre salió de sus labios como un suspiro, mientras perdía el conocimiento cada vez más rápido. Sus ojos se cerraron por completo, y yo tuve que contener un grito–. Te quiero...

Un jadeo incrédulo salió de mi garganta mientras entendía a duras penas sus últimas palabras. Las lágrimas empezaron a salir sin control de mis ojos; mis sentimientos se entremezclaron unos con otros: la alegría, el amor, el miedo, y la frustración. ¿Por qué había tenido que decirme algo así justamente ahora? ¿Por qué?

Apreté con fuerza los dientes y me incliné sobre él para depositar un beso en sus labios; cuando alcé la mirada, clavé los ojos en Alan, que parecía desesperado y frustrado mientras seguía intentándolo todo.

  –No te vayas, no te vayas, no te vayas –susurraba como una oración, mirando fijamente su rostro cada vez más pálido–. Rick, no te vayas. ¡Te quiero, idiota! ¡No me dejes sola! 

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora