Epílogo

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MATT

24 de mayo del 2014

Cuando tenía ocho años mi papá me llevó a ver un partido de los Yankees. Él estaba ocupado al teléfono con alguna mujer a la que le prometía una cena en un restaurante lujoso apenas pudiera «terminar un encargo», lo que quería decir que apenas se deshiciera de mí iría por ella. Estaba emocionado por estar en el partido, así que ignoré que mi padre no lo estaba y me concentré en el juego. Ese día un bateador golpeó tan fuerte la bola que la mandó a la zona donde estábamos nosotros y aterrizó directo en mi frente, donde se me inflamó un chichón a los pocos minutos. Mi papá se puso histérico y yo estuve llorando un buen rato con la pelota que me golpeó apretada entre mis manos, no quise irme a casa antes de que se terminara el partido aunque papá insistía en que era lo mejor. Tal vez solo tenía urgencia por ver a esa mujer, no sé.

Cuando acabó el juego un hombre se acercó a nosotros. Él nos llevó a la caseta donde estaban todos los jugadores de los Yankees, el bateador de antes quería disculparse por el feo golpe en mi frente. El me regaló la gorra que llevaba puesta y me presentó al resto del equipo, quienes me saludaron y firmaron la pelota que me había golpeado.

Todavía conservo tanto la pelota como la gorra.

Cuando llegué a casa ese día y le conté a mamá lo que había pasado, ella me dijo que ese había sido un accidente afortunado. Claro, solo lo dijo hasta que se aseguró de que realmente no iba a morir por el chichón en mi frente.

Según una de las definiciones del diccionario, un accidente es un suceso imprevisto que altera la marcha normal o prevista de las cosas. Yo creo que existen muchos factores que pueden crear un accidente. Cuando tenía diecinueve años, un día que era importante para mí, recibí dos llamadas que no estaba esperando y terminé bebiendo hasta ponerme como una cuba. Me presenté en un deplorable estado de ebriedad al partido que había estado esperando por tanto tiempo y lo único que hice fue joder las cosas. Al principio creí que fue una tremenda estupidez de mi parte, pero ahora estoy convencido de que fue más bien un accidente afortunado.

No vi la fortuna que tuve enseguida, como cuando me golpeó la bola en la frente, pero ahora la veo. Si mis padres no me hubiesen hecho esas llamadas yo no me habría embriagado y no habría arruinado mi oportunidad de pasar ese verano entrenando con un equipo de grandes ligas como inconscientemente había planeado. A la mierda los planes, nunca son como deberían, definitivamente yo he obtenido mejores resultados sin planear.

Ese accidente afortunado me llevó a Auburntown con Luke Wilson, a la casa de la chica de la que tarde o temprano me iba a enamorar.

Para mí siempre fue más fácil vivir bajo el precepto de diversión sin compromisos. Sexo sin mentiras, promesas o corazones rotos. Me funcionó por un tiempo, hasta que vi en mi padre las consecuencias de una vida como esa. No quería algo así para mí, pero tenía la estúpida creencia de que mi destino ya estaba marcado por mis genes. Estaba tan equivocado. El destino no viene encriptado en un código genético, nadie está sentenciado a repetir los errores de sus padres.

Eso que llamamos «destino» no es más que un poco de decisiones, otro poco de accidentes y una pizca de misterio.

Podría haberme atado a los pasos de mi padre, así como él se ató a los de mi abuelo, pero no lo hice. Rompí esa cadena y una maldición que solo existía en mi cabeza.

Claro que era capaz de enamorarme, no sé si realmente haya alguien en el mundo que sea capaz de dominarse de tal manera para obligarse a no sentir nada, pero sé que yo definitivamente no soy uno de esos.

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