Capítulo 11: La experiencia de Ringo.

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No pasó mucho tiempo para que los temores de Ringo y los demás chicos se vieran cumplidos, pues durante la madrugada continuos dolores en el vientre del Beatle de ojos azules seguidos de extraños ruidos en su estómago se hicieron presentes, acosándole y haciendo que no pudiese pegar el ojo.

Aquella noche sin duda debió ser horrible para él, pero nada peor se pudo comparar con las punzadas que incrementaron su dolor en la mañana siguiente. Sentíase pesado, tosco, chocoso y molesto con todo lo que le rodeaba. Los pechos le dolían, y los sentía más grandes y pesados. Con sus constantes quejidos logró levantar a sus amigos.

George fue el primero en aparecer en su habitación, con una carita de preocupación y los cabellos despeinados. El segundo en aparecer fue Paul, con una escasa pijama y un antifaz de dormir color rosa ajustado en su frente. John llegó a la habitación a zancadas fuertes, irritando y dispuesto a hacer callar a Ringo, pero éste fue quien logró callarlo por primera vez. A todos.

—¡Ah! —gritó Ringo, sobándose el vientre, pues el dolor era terrible. Sus amigos le miraban con dolor y desesperación. —¡Ya no aguanto más!

—¿Pero qué podemos hacer? —Paul se llevó una mano a la cabeza.

Ringo volvió a gritar.

—¡Ah, como me duele! Maldita sea, ¡ya sáquenlo!, ¡sáquenlo de aquí!

—¡Ringo, solo es un dolor, tampoco vas a tener un bebé! —le regañó John —. Porque no vas a tener un bebé, ¿cierto?, ¡¿cierto?!

—¡No seas bruto, John! —rio George —. ¿Cómo piensas que tendrá un bebé si ni siquiera tiene panza —se acercó a Ringo y le frotó el viente hinchado y que tanto le causaba malestares —. ¿Lo ves? ¡No hay nada ahí dentro!

—¡Quita! —gritó Ringo incómodo, golpeando las manos de George.

Nuevamente Ringo sintió una punzada provenir de su vientre y se quejó con más rudeza que antes. Era un dolor que no comprendía, que le resultaba sobrenatural y lo más horrible que le podía pasar. Por su frente escurrían gotas de sudor y no evitaba formar puños con las palmas de las manos.

John se mordió las uñas de la mano derecha, desesperado ante el sufrimiento interminable de su amigo atrapado en la fisonomía de una chica.

—Pero hay mujeres que creen que no están embarazadas porque no tienen un vientre enorme y les baja el monstruo, pero al final un día dan a luz —predijo.

Uno de los chicos soltó una carcajada.

—Será mejor que dejes las novelas y películas, compañero —Paul apretó el hombro derecho de John —. Lo que debemos hacer es pensar en algo...

—¡Y una mierda! —citó Ringo, cuyo dolor le cegaba al grado de hablar de una forma que no era propia de él: con groserías —. Al lado de ustedes tres es seguro que moriré, ¡aaayy!... ¡Llamen a Maureen! ¡Quiero a Maureen, ahora mismo!

—Ay sí, ay sí, ¿y qué vamos a decirle?, ¿qué es la primera vez que te baja y no tienes ni puta idea de qué hacer? —befó George llevándose las manos a su pequeña cintura.

Paul se rascó la nariz mientras daba vueltas por toda la habitación de su compañero, cuyas cortinas eran color rojo.

Ringo asintió levemente. Sus amigos intercambiaron miradas y lanzaron un suspiro al unísono, a sabiendas de que aquella era la única opción que les podía salvar, terminando por asentir. Fue George el elegido para buscar el teléfono y el número de Maureen para llamarle. Ringo sabía que ella era su única salvación; le conocía mejor que a nadie, tenía un tacto suave y unas manos mágicas.

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