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Querida Francesca,

Sé que ha pasado solo un día desde mi última carta, pero me sentí en la necesidad de escribirte porque sé que quizás no seré capaz de decirte esto cara a cara. Lamento no ser el hombre extrovertido que una vez dijiste que soñabas con tener, aunque sé que adoras el hecho de que sea tímido y que me vuelvas loco con tus desinhibiciones.

Estaba buscando fotos para poner en los retratos que irán en mi despacho y encontré una que me hizo reír por el recuerdo y tal vez también derramar algunas lágrimas. Porque no puedo creer que haya pasado tanto tiempo desde esa vez.

Es la foto en la que con nuestro grupo de amigos te sorprendimos para tu cumpleaños número dieciocho. Mi mamá dijo que sería una buena idea, ya que eres una persona difícil de sorprender, y que nunca se olvidaría del trabajo que pusimos para que la pasaras bien.

Esa noche tu madre quería que estuvieras con ella y con tu hermana, pero tú no querías saber nada. Me dijiste que tan pronto como la cena terminara te escaparás para poder pasarlo conmigo y los demás. Resulta que al final tu mamá tampoco quería que te fueras de fiesta, que debías pasarlo en tu casa, y creo que nunca te conté esto... pero el retraso nos vino bien para poder organizar algunas cosas que nos habían quedado sueltas.

Me llamaste por teléfono y dijiste que te importaba un bledo lo que dijera tu madre.

"Saldré de aquí aunque tenga que correr hasta tu casa".

Mi casa quedaba bastante lejos.

Te escapaste y corriste, pero no hasta mi casa. Mi padre me prestó el auto y te encontré a mitad de camino. Ni siquiera me dejaste comenzar a conducir, sino que te pasaste de asiento hasta quedar a horcajadas sobre mí. Tus ondas oscuras eran una revolución sobre tu cabeza y tu sonrisa era tan grande. Tan hermosa.

Dijiste que me amabas y que era tu héroe. Nos besamos por quién sabe cuánto tiempo y quizás fue el beso más caliente de toda mi vida, pero no podía permitir que tuviéramos relaciones sexuales en el auto en tu cumpleaños. Por supuesto que no.

Así que fuimos a mi casa, donde estaba todo apagado porque "mis padres habían salido" y entramos. Creo que hicimos dos pasos dentro de la habitación cuando las luces se prendieron y todos gritaron sorpresa.

Vaya que estabas sorprendida.

Volteaste hacia a mí con la cara hecha un poema y los ojos cristalizados. Yo te besé los labios y te susurré un feliz cumpleaños. Tú hiciste un mohín y te tapaste la cara, y supe que estabas aguantando las ganas de llorar. Te abracé contra mi pecho, besé su frente y dejé que te escondieras en mí para poder derramar las lágrimas que fueran necesarias.

Todos nuestros amigos estaban allí. Mis padres estaban allí, quienes te felicitaron y sacaron fotos, pero luego se fueron para que pudiéramos festejar. Sabían que no éramos un grupo salvaje.

Y en una de esas fotos estamos tú y yo, con mis brazos alrededor de tu tiempo, mostrando mis dientes en una gran sonrisa y mis ojos pegados en tu rostro. Y tú estás con las manos empuñadas debajo de tu barbilla, sonriendo con los ojos cerrados. No querías abrirlos porque los tenías hinchados.

Me cuesta creer que haya pasado tanto tiempo desde ese día. Y no me reí al verla porque tú lloraste, sino porque todo el día fue un alboroto, solo para que tú tuvieras el cumpleaños que merecías. Y vaya que luego la pasamos bien.

Solo eso. Una memoria que quería compartir. 

Te amo, Francesca.

No me digas que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora