Capítulo IX

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Ryeowook bajó del palanquín poniendo suavemente un pie en tierra como si de un pétalo cayendo se tratase, al poner el otro las telas largas cayeron a sus pies en un movimiento  delicado que parecía ser deliberado. Enfocó su mirada en el hombre que apareció al frente chocando con una mirada oscura, se quedó quieto en ese momento, perdiéndose en sus profundidades como si cayera en un abismo que le daba vida.  Vio al hombre frente a él que lo examinaba también con detenimiento, sus cabellos negros caían como aguas negras por sus hombros hasta la mitad de su espalda. Sus manos fuertes sobresalían de las mangas de su hanbok negro, sus rasgos le hicieron estremecer cada fibra de su ser.

Con pasos tímidos dio unos pasos mientras el palanquín que lo había llevado lo abandonaba. Teniendo cuidado del traje se arrodilló junto a el otro hombre que no le quitaba la mirada de encima, puso una mano sobre la otra de manera delicada y miró fijamente la mesa que tenía al frente, sobre ésta reposaban unas castañas y unas figuras de animales. Al otro lado estaba la señora Cho-Hee quien no le quitaba la mirada de encima, a su lado estaba un anciano con su rostro lleno de arrugas.

No miró hacia atrás, pero sentía la mirada de cientos de personas en su espalda. Cerró sus ojos ligeramente tratando de calmarse. Se sentía nervioso y su corazón latía de manera desenfrenada ¿Qué le ocurría? Apretó las mangas del traje sin apartar la mirada de al frente. No debía mostrarse débil.

—Bienvenidos— Inició con voz solemne Cho-Hee— El día de hoy nos hemos reunido para celebrar la unión de dos clanes— Miró a Ryeowook con solemnidad— El clan de los Lee, nuestros nuevos aliados, representados por su único hijo, Lee Ryeowook— La anciana dirigió la mirada a su nieto— Y el clan de los Kim, representado por nuestro rey, Kim Jong Woon.

No se escuchaba ningún sonido fuera de la voz de la anciana. Ryeowook respiró profundo alejando los pensamientos de ser descubierto y asesinado. Debía confiar en los dioses, todo saldría bien, no sabía cómo ocurriría eso pero quería confiar en que así sería. Escuchaba con nerviosismo las palabras que decían los ancianos allí al frente, mantuvo su postura firme delante de todos. No podía ser débil en tierra ajena. Pero más que pensamientos, no podía dejar de sentir aquella mirada oscura recorrerlo y perforarlo, queriendo alcanzar lo más profundo de su ser. Sus manos sudaban y temblaban ligeramente. Aquel hombre a su lado transmitía bastantes sentimientos con su simple mirada.

— Que los dioses bendigan su unión— La voz de la mujer lo trajo de vuelta a la realidad.

Ryeowook la miró desconcertado mientras las personas atrás suyo se ponían en pie y se retiraban en completo silencio. Se quedó en su lugar sin saber qué hacer, Jong Woon se puso en pie sin dirigirle siquiera una mirada, y aquello de alguna manera logró herirlo. No sabía cuánto podría soportar allí. 

De pronto una fina mano lo tomó del brazo clavando ligeramente las uñas en su piel, ladeó su rostro encontrándose con la severa mirada de Minha quien lo zarandeó llevándoselo de allí. Sin decir nada la siguió rogando con la mirada a Cho-Hee que lo ayudara, pero ésta simplemente le  indicó que obedeciera.

Resignado se dejó guiar por los solitarios pasillos de aquella mansión de tres plantas. En medio de la confusión Ryeowook no pudo dejar de sentirse maravillado por el diseño tan minimalista -pero no menos hermoso-del lugar. Subieron las escaleras hasta llegar a lo más alto del lugar, se adentraron en una habitación donde Minha lo soltó dejando un escozor donde sus uñas se habían enterrado.

La mirada de Ryeowook no vagó por la habitación sino que se centró en un solo objeto que se extendía en el suelo. Un futón. Sobre este caían una sedas rojas que se esparcían en el suelo como si fuera sangre, allí había apenas una puerta que conducía a lo que parecía ser un baño y unos baúles que reposaban en el suelo.

i. El origen del amorWhere stories live. Discover now